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"Los bailarines somos iguales que los ángeles, no tenemos sexo"

el 21 jun 2012 / 17:33 h.

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El director del Conservatorio de Danza, José Antonio Rivero, fotografiado esta semana en una de las clases del centro.

Hay profesiones que no entienden de la palabra jubilación. Por eso José Antonio Rivero, tras más de 30 años al frente del Conservatorio Profesional de Danza de Sevilla, no se jubila; en todo caso, se retira. Fue pionero en muchos frentes -entre otros, en la normalización de la presencia masculina en los cuerpos de baile-, y, del mismo modo que acabó volcado en la enseñanza, también podía haber terminado sus días en activo como bailarín en París -donde, sin ir más lejos, se desempeñó su hermano- o en alguna compañía de renombre. Ha trabajado con divos como Pavarotti y Caballé, ha sido maestro de los seises, ha recuperado partituras originales de ballet y ha sido asesor en múltiples películas. No busca reconocimiento alguno pero su currículum da suficientes pistas como para asegurar que lo merece.


-Fundó el Conservatorio de Danza de Sevilla y al frente ha permanecido 30 años. ¿Qué éxitos se lleva en la mochila?

-La mayor alegría estriba en ver cómo muchos alumnos nuestros están ocupando puestos importantes en conservatorios de España y de Europa. También tenemos a bailarines en compañías de San Francisco y Londres. O sin ir más lejos en el Ballet Nacional de España y en la Compañía Andaluza de Danza. La pena, no haber logrado un nuevo edificio.

-Cuando usted decidió dedicarse a bailar puso su granito de arena para desterrar el tópico de que los hombres no podían ser buenos bailarines. ¿Se sigue peleando hoy por acabar con esta imagen de la danza asociada exclusivamente a la mujer?

-Existen tópicos en todas las profesiones, no sólo en la danza. Y sí, desgraciadamente todavía son muchas más mujeres que hombres las que se acercan a este universo. De todos modos, yo personalmente creo que los bailarines somos como los ángeles, no tenemos sexo.

-¿Se ha peleado muchas veces por la terminología? Hay quienes confunden a bailarines con bailaores...

-No es un término en absoluto ofensivo. Ningún bailarín se sentiría ofendido porque erróneamente lo llamaran bailaor. Otra cosa es lo que opinen ellos, habría que preguntarles si les ofende que los confundan con bailarines. Y es normal que se produzca el error, estamos en la cuna del baile flamenco. Y aquí, en Sevilla, no ha habido jamás tradición de danza clásica hasta que yo me empeñé en crear este conservatorio.

-En sus comienzos trabajó en escenarios de todo el mundo y, de repente, se frenó en seco para pasar tres décadas en Sevilla. ¿Alguna vez se arrepintió?

-Nunca. Creo que cada persona está predestinada a ocupar su lugar concreto en el mundo. El mío estaba aquí y puedo afirmar con orgullo que jamás, en ni un solo momento me arrepentí de la elección, del camino que tomé. Pero somos humanos y sí, hay algo que siempre he añorado un poquito: el aplauso del público. Pero no se puede tener todo en la vida. Y a mí este conservatorio me ha costado mucho sudor, muchísimos esfuerzos, pero las alegrías que me ha dado son incontables.

-¿Por qué Sevilla es Ciudad de la Música pero no de la Danza?

-Bueno, no lo sé, pero de todas formas Sevilla está bien ubicada en el mapa europeo del baile, más por el flamenco claro, pero también por la danza. Es cierto que la ciudad no disfruta de una oferta comparable a la musical pero es que mover una compañía de ballet es muy caro.

-Cuentan por ahí que su idilio con este arte le llegó casi en forma de revelación...

-Así es. Yo estudiaba piano en el Real Conservatorio de Madrid. Un día en el Teatro Real me subí en el ascensor -azarosamente- con la que sería mi primera maestra, Doña Ana Lázaro. Ella, en aquel breve viaje me invitó a subir al aula de ballet. Vi las clases y aquella visión me cambió la vida. Supe que era lo mío, lo que estaba buscando. De ahí a Londres y años más tarde, en Madrid, fundé el Ballet Clásico Experimental. Después, Sevilla. El resto ya lo conoce.

-Ha trabajado con grandes divos... ¿Se desinflan de cerca o mantienen su aureola?

-Los divos siempre son divos. Unos más asequibles que otros. Por ejemplo Pavarotti no era tanto como aparentaba pero, de vez en cuando, también ejercía orgullosamente como divo.

-¿Por qué ese culto a la personalidad que se produce en la ópera no acaece igual en el mundo de la danza?

-El bailarín habitúa a ser una persona muy poco protagonista, no va a vender imagen sino espectáculo. También le suele gustar inspirar misterio no dándose a conocer. Luego hay otro asunto, los medios de comunicación suelen dar sistemáticamente la espalda al ballet, a la danza. Cosa que no sucede con la ópera.

-¿Que la vida del bailarín es muy sacrificada es un mito romántico o una triste realidad?

-Es una vida muy dura, muy dura, durísima. No hay medias tintas. Lo veo a diario, hora a hora, día a día. El bailarín se hace a base de sudor, no hay un solo paso atrás. Un paso atrás es el desastre, el final del camino. O continúas o abandonas. Es un mundo en el que la superación es fundamental. Por eso tantos jóvenes tiran la toalla, porque al bailarín le duele todo el cuerpo. Es el precio que hay que pagar por un arte que parece como de otro mundo.

-Sabido es que el ballet evoluciona y hay coreógrafos contemporáneos. Sin embargo, ¿por qué entonces las programaciones no suelen ir más allá de los mismos títulos de siempre: Cenicienta, Cascanueces, Giselle...?

-Porque en esos títulos está el verdadero alma del ballet. El día que falten esas obras el ballet contemporáneo pasará al olvido. Es como en el flamenco: se innova sí, pero siempre se acaba volviendo a los palos originales. Además, cuando se programa ballet moderno los teatros no se llenan, al menos no con tanta facilidad. Eso es porque falta preparación en el público, claro. Pero bueno, yo soy un enamorado del ballet blanco, no puedo decirle mucho más.

-¿Le molesta la imagen que el cine suele dar de la enseñanza de la danza? Pienso en las terroríficas Suspiria o Cisne negro...

-A veces nos enfada. Yo nunca he visto envidia. Hay rivalidad y competitividad como en otros ámbitos profesionales, pero de manera positiva y sana, sin machacar a nadie. Pero bueno, el cine es el cine, y el mundo de la danza es muy susceptible de dar lugar a historias muy macabras.

-¿Ser bailarín es como ser violinista, si uno no descubre la llama con seis años no tiene nada que hacer?

-No, para nada. Eso no es así. No, no. No hace falta con seis años. Con ocho es lo ideal.

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