La mujer a quien amas te ha dejado. O el hijo que daba sentido a tu vida se está yendo de forma irreversible. O el trabajo en el que has puesto años de ilusión y esfuerzo se desvanece. Todo lo que ocurre fuera de ello es irrelevante. El terremoto y el tsunami, la crisis y el terrorismo.
El soporte material es importante. ¡Qué bien contar con dos piernas y un empleo! ¡Qué bien llegar a casa, abrir el grifo y observar que sale agua potable! La existencia acomodada de occidente rebosa detalles que nos pasan desapercibidos y sin los cuales sentenciaríamos que no es posible vivir. Con sinceridad, es mentira. Millones de personas viven sin esas comodidades y las tasas más altas de suicidio las generamos aquí, en el Norte.
Vivir es mucho más que resolver la crisis económica con una vuelta de capitalismo, mediante un aferrarse con los dientes a un sistema que agoniza. Vivir con sentido implica sobre todo humanidad, solidaridad con los demás, aceptar que mi traje no debería ser incompatible con su hambre pero que si lo fuera, yo debería ir en camiseta. Porque al final, los ladrillos que construyen felicidad se miden con sentimientos, no con materia.
