Poco después del verano se hicieron públicas unas estadísticas sobre vivienda que ilustraban sobre cómo los propietarios de casas y los promotores de pisos nuevos frenaban la bajada de los precios ocasionada por el desplome de la demanda para evitar malvenderlos. Pues bien, todos estos intentos han sido baldíos. La contracción del consumo fruto de una crisis de efectos muy cruentos se ha llevado por delante cualquier intento de limar la sangría de precios en un mercado que ha vivido en cifras irreales durante la década comprendida entre 1997 y 2007. Así lo atestigua el informe hecho público ayer por la sociedad de tasación Tinsa, que cifra el descenso de precios en España en el último año en una media de un 6,6%, porcentaje que baja para Sevilla al 5,7%. El análisis de la compañía tasadora -uno de los baremos más utilizados en el sector- no hace más que darle carta de naturaleza a una situación que puede comprobar quien se acerque a visitar una promoción de viviendas de reciente construcción. No hace ni año y medio, la mayoría de ellas estaban vendidas en su integridad antes de que estuvieran acabadas. Ahora, quien más quien menos retrasa la fecha de escritura de los pisos a la espera de que lleguen los ansiados compradores. La bajada de precios es la consecuencia natural de este desplome, agravada por el factor singular de la burbuja vivida en los años más dorados de este sector, cuando en España se construía en doce meses más que en Francia, Italia y Alemania juntas. Ahora, esta fotografía de grúas y cemento por doquier ha desaparecido y el número de viviendas iniciadas ha bajado en casi medio millón en un año (de 759.900 en 2007 a 285.000 en 2008). El esplendor del ladrillo se ha apagado y ahora toca ajustarse a una realidad de precariedad en la que los precios seguirán en línea descendente, al menos hasta que se produzca un nuevo reajuste entre una demanda que se ha contraído hasta extremos inimaginables y una oferta inmobiliaria a la que no hay quien dé salida si no es abaratándola.