La principal utilidad de ser lo más de lo más en algo es la de servir como excusa. Esta semana, al anunciar la inminente norma municipal que amenaza con algo así como despellejar vivo a todo el que entre en el centro con una tapicería de coche, el Ayuntamiento ha vuelto a echar mano del Sistema Folclórico de Pesos y Medidas, sección Amazing Stories, para afirmar que el casco histórico de Sevilla, con 4 millones de metros cuadrados (3,94, en realidad), es el más grande de Europa. Si después de semejante afirmación suele la municipalidad fumarse un puro, es asunto que se ignora; lo que sí está claro es que no cotejan los datos con los de las otras doce ciudades del continente que presumen de lo mismo. El casco histórico más grande de Europa no es el de Sevilla sino el de Venecia, seguido por el de Génova, y todo ello con serias dudas: ¿Acaso no hay que considerar ya los 14 kilómetros cuadrados de la Roma imperial, la amurallada, ciudad viva y coleando donde las haya? Y si sólo hay que contar lo que se conserva, ¿qué porcentaje del centro de Sevilla debería descontarse de esa cantidad? Pero nada de esto importa, salvo para obtener moralejas sobre el discurso político.
Atenuante: la creencia de ser el casco histórico más grande de Europa es un virus muy extendido; lo afirman de sí mismas ciudades tan dispares como Ámsterdam, Cracovia, París, Riga, Valencia, Madrid, Vilna, Bolonia... La que ha estado más lista es Córdoba, que dice tener el segundo centro histórico más grande del continente (un puesto que pocos se van a empeñar en disputarle). Como encabezar este ranking lo mismo sirve para hacer dinero que para hacer política, cada cual vende la moto como puede: Vilna dice tener el mayor casco antiguo barroco; Venecia, el medieval; Riga habla de casco antiguo; Cracovia, de casco viejo...
Menos palabreo. Hay dos conceptos que deberían estar claros antes de que las ciudades desempolvasen sus trompetas de publicitarse: el primero, el de casco antiguo, que se refiere al núcleo de la ciudad antes de la Revolución Industrial (o sea, hasta mediados del siglo XVIII); el segundo es el de casco histórico, que equivale a lo anterior más los ensanches del siglo XIX y primeros años del XX y los barrios creados con ellos. Un ejemplo sencillo: París tendría un casco antiguo muy pequeño pero uno de los centros históricos más grandes del mundo (gracias, entre otros, a Napoleón).
No obstante, la imprecisión de ambos conceptos permite que cada cual arrime el ascua a su sardina hasta achicharrarla. El centro de Sevilla (el casco antiguo) es cierto que mide unos 3,9 millones de metros cuadrados, lo cual parece mucho así dicho, cuando es lo mismo que 3,9 kilómetros cuadrados. Algo menos que Génova, con 4 kilómetros cuadrados, y menos que los 7,61 de Venecia.
De todo lo anterior se sacan dos aprendizajes: lo fácil que es pasar de metros cuadrados a kilómetros cuadrados y lo poco que cambian las cosas esenciales, como lo que uno siente por su tierra, cuando caen los tópicos.