Por Derecho

Políticos increíbles

La ciudadanía ha pasado de ver la política con indiferencia a hacerlo con indignación, culpando a los partidos en buena parte de la actual coyuntura de crisis. Los políticos lo saben y les preocupa. La receta para combatirlo: más participación de todos.

el 16 may 2014 / 21:49 h.

politicos-silueta«Mal tiempo para votar». Así arranca el relato de la ceguera blanca que invade la ciudad anónima creada por José Saramago en su novela Ensayo sobre la lucidez, una fábula moral que se adelantó a su tiempo y que reflexiona sobre lo que ocurre cuando la inmensa mayoría de los electores deciden votar en blanco. Una ficción actual cuando los ciudadanos no paran de disparar las alarmas sobre los sentimientos negativos que le provocan los políticos y con unas elecciones europeas a la vuelta de la esquina donde se registra un pico de abstención del 50%. En España hemos pasado de la indiferencia a la irritación, el enfado, la indignación. Los andaluces no se salvan de ese cuadro diagnóstico. El último Estudio General de la Opinión Pública de Andalucía (Egopa), realizado por el Centro de Análisis y Documentación Política y Electoral de la Universidad de Granada, lo dice claro: para el 48% de los andaluces la corrupción es el segundo problema que más les preocupa y el 31% señala en tercer lugar la política como el mal de esta sociedad. El primero (89,2%), es el paro. Es llamativo pero lo es aún más si se mira con perspectiva. En el verano de 2008, la corrupción era señalada como un problema por el 7,7% de los ciudadanos, casi en la misma proporción que los políticos. La curva ascendente se dispara en 2010, cuando la crisis económica adquiere su rostro más cruel para muchas familias. Carmen Ortega, directora del Capdea y profesora de Ciencias Políticas, advierte de que en los tres últimos años, cuando se agudiza la crisis y se disparan los casos de corrupción, «la política no despierta ya indiferencia o deja de ser vista como un aburrimiento, ahora crea rechazo, indignación e irritación». «¿Qué hacen los políticos situados como un problema por los ciudadanos cuando deberían de ser parte de las soluciones?», se pregunta. La Encuesta Social Europea sitúa a España como el país desde hace décadas con menos interés por la política de todos los europeos. Pese a ser una democracia joven, los españoles se instalaron en el desencanto de la política. Salvo momentos clave de la Transición y líderes carismáticos como Adolfo Suárez o Felipe González, la apatía reina. El actual momento de crisis tampoco es inédito. En los primeros noventa, cuando comienzan a sucederse los escándalos, ya aparecen encuestas que sitúan la corrupción como el segundo gran problema. «La apatía política es un rasgo muy característico de nuestro país, ha generado tradicionalmente aburrimiento o incomprensión», señala el catedrático de Ciencia Política y Administración de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid Manuel Villoria, uno de los mayores expertos del país. «Sin embargo luego se da un apoyo afectivo a la democracia, en el sentido churchilliano, como el menos malo de los sistemas», aclara. Existe un mayoritario apoyo a la democracia, solo un punto por debajo de otros países europeos. Villoria está convencido de que la desafección «viene de lejos, es un elemento que forma parte de la cultura política de los españoles desde hace mucho tiempo y tiene que ver con la socialización temprana, el cómo se nos informa desde niños sobre la política, los políticos y las instituciones». Otra cosa es la «insatisfacción», un sentimiento más cíclico, más relacionado con cómo funcionan los gobiernos o la oposición». CUADROLa crisis económica ha sido el detonador de un problema que venía de lejos. Los expertos coinciden: los ciudadanos están cansados de sus políticos porque no les ofrecen soluciones, no hay resultados, no colman sus expectativas, no ven sus logros. Cuando un votante deposita su papeleta en la urna teje una alianza, un pacto con aquella persona a la que da su apoyo. Si no llegan las respuestas, el pacto se quiebra. Hay sentimiento de traición, llega el desamor. Y si esto se acompaña de la reiteración y la publicidad de escándalos de corrupción el divorcio se agrava. Y llegan esas conversaciones de barra de bar, de que son todos iguales, solo buscan su beneficio, son unos trincones... «Los ciudadanos no solo quieren votar, quieren participar en la toma de decisiones», advierte Villoria. Ernesto Ganuza, doctor en Sociología y vicedirector del Instituto de Estudios Sociales Avanzados de Andalucía (IESA-CSIC), subraya que el problema no está en el sistema sino en su funcionamiento. «Hay una crítica extraordinaria a los políticos», admite, pero cuando a los ciudadanos se les pregunta si prefieren el actual modelo de gobierno representativo, uno formado por expertos, técnicos y empresarios o un gobierno de los ciudadanos, los españoles se inclinan mayoritariamente por el primero. «Los ciudadanos reclaman un cambio un cambio en el juego político de los partidos, una transformación radical en la manera de actuar, quieren partidos más abiertos, más conectados con la ciudadanía y poder participar en las grandes decisiones, en aquellas que afecten estructuralmente a su vida cotidiana», subraya Ganuza, que trabaja en un estudio sobre la desafección en Inglaterra, Francia, Italia y España. No hay que confudir desafectos de la política con pasotas. En ese saco de la insatisfación, donde hoy se incluyen la inmensa mayoría de los ciudadanos, hay de todo. Hay ciudadanos críticos y activos junto a otros desinformados, pasivos y con un rechazo indiscriminado a todos los políticos. «Quienes más esperan son más críticos», admite Villoria. Ganuza señala un hito en junio de 2011 cuando surge el movimiento del 15-M con un «éxito demoledor». «En ese momento, en los cafés se vuelve a hablar de política, crece el interés», señala el vicedirector del IESA. La Encuesta Social Europea señala que están en el mismo nivel los críticos y los apáticos, «pero lo que están aumentando son los ciudadanos críticos», sostiene Ganuza. «Aquí hay un debate entre quienes piensan que ésta es una situación coyuntural, producto de la crisis y que cuando pase la tormenta, se acabó. Y quienes ven algo más profundo, una crisis de valores, que la ciudadanía ha cambiado y habría que tomar medidas», subraya Ortega. «Mis investigaciones confirman que hay una correlación entre percepción de la corrupción e insatisfacción política y desconfianza institucional, pero también crece la aceptación de que es lícito saltarse las normas», apunta Villoria. Durante muchos años, aquellos del boom inmobiliario y el pelotazo urbanístico, los españoles no han castigado a los políticos corruptos en las urnas. «La corrupción daña, pero poco. Los efectos electorales son mayores en casos de repercusión nacional y afecta sobre todo cuando hay un menor crecimiento económico, ya no se puede decir eso de ‘roba pero es eficaz’», subraya el catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos. Asegura que en las próximas elecciones municipales y autonómicas se verá de verdad cómo pasa factura la crisis a los corruptos.   Congreso de los Diputados. / EFE Congreso de los Diputados. / EFE Para combatir ese clima de descrédito de los políticos hay recetas. Muchas. Otra cosa es que se adopten y que funcionen. «Recuperar la confianza en alguien es lo más difícil, pasa con los amigos, con la pareja», advierte Villoria. «Más transparencia, más rendición de cuentas, más participación y más ética, más integridad», receta este experto. «El problema es que los partidos no han tomado nota. Basta mirar la campaña de las europeas, que sigue en una línea de confrontación y no de cooperación. Mande quien mande los ciudadanos lo que quieren es que les resuelvan sus problemas», apunta la politóloga del Capdea. «Los partidos apuestan por una renovación de los liderazgos, por políticos más jóvenes, más cercanos, por una línea de mayor austeridad pero no ha cambiado la estructura de los partidos o las formas de reclutamiento», añade Ortega, «sigue primando el trabajo, la militancia en el partido y la lealtad». «La gente quiere otros políticos, no políticos profesionales, que no hayan tenido otro trabajo que militar en el partido o tener cargos públicos. Gente que haya trabajado fuera de la política, que tenga ese valor añadido», apostilla. Las primarias o las listas abiertas son mecanismos para cambiar este sistema. «Los partidos tienen que cambiar su manera de actuar», insiste Ganuza. «Los ciudadanos quieren decidir en los grandes asuntos, vía referéndum o con cauces como los presupuestos participativos o las jurados ciudadanos. Se exige una participación ciega y la ciudadanía no es tonta», ahonda el sociólogo. Los presupuestos participativos, que se pusieron muy de moda y abrían a los ciudadanos la posibilidad de decidir sobre un porcentaje, pequeño, del dinero público, se arrinconaron en 2011, cuando cayeron los recursos. Andalucía llegó a ser un modelo en Europa. Quizás vuelvan los grandes políticos carismáticos, con capacidad camaleónica que reconquisten a los ciudadanos, pero la sociedad ha cambiado. Ahí está internet y las redes sociales. Se reclama más y mejor información. «Los políticos lo saben, otra cosa es si están dispuestos a sacrificarse para dar respuestas serias y rigurosas, a tomar medidas radicales», apunta Villoria. Habrá que esperar a medio plazo y ser optimistas. «Unos diez años», aclara Villoria. ¿Y si no? «Si se desconfía de la democracia y se suspende su funcionamiento, pueden quedar atrás sus principios. Ahí están muchos países de América Latina», subraya Ortega. El populismo, las dictaduras o la ceguera blanca que fabuló Saramago. Qué de peligros.   EL RESTO DE REPORTAJES 'POR DERECHO' DE LA POLÍTICA, EN LA EDICIÓN IMPRESA    

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