Cultura

«Que el Nacional de Teatro venga a Sevilla es como si el Betis gana la liga»

Director de la compañía Atalaya. Es un defensor del teatro de laboratorio, un soñador, un 'buscador de utopías' que ha visto recompensado un trabajo impecable de 25 años con el último Premio Nacional de Teatro. Con un valor añadido: conseguir que este galardón se acerque por primera vez a la ciudad. Foto: Paco Cazalla.

el 15 sep 2009 / 20:09 h.

Hay un austero panel de corcho que da la bienvenida a las oficinas del centro teatral TNT de Sevilla, sede de la compañía Atalaya. Atravesado de puntillas, en una suerte de acupuntura informativa, de ellas penden folios desplegados, avisos de última hora y cotilleos procedentes del insaciable vientre de Internet; pero sobre todo, desde la última semana, hay estampados telegramas de muy diversas procedencias. Nos fijamos en uno. Lo firma José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno. Otro. Desde Colombia, el ministro de Cultura, César Antonio Molina. Y otro. Y otro más. Los hay de directores de teatros públicos y privados, cargos políticos vinculados con la cultura, compañeros de profesión y público heterogéneo. El texto es común, con la única salvedad de la euforia o la corrección del lenguaje administrativo. Una compañía sevillana, por primera vez en la historia, gana el Premio Nacional de Teatro.

- Sin duda, el mejor colofón a un año inolvidable.

- Aún estoy nervioso. No podía ser, no nos lo esperábamos por la sencilla razón de que el Premio Nacional de Teatro nunca había salido de Madrid y Barcelona. Es una sorpresa mayúscula: la primera vez que este galardón, para nosotros tan importante, se abre a la periferia y, en nuestro caso, desde que decidimos asumir el riesgo de establecernos en las afueras de la ciudad, junto al asentamiento chabolista del Vacie, a la periferia de la periferia. No sé si la ciudad es consciente de lo que significa, pero este Premio Nacional de Teatro equivale en Sevilla a que el Betis gane la liga.

- Este reconocimiento, pues, sirve para hacer balance del año más fructífero, el inicio de una nueva etapa y, a la vez, el más trágico.

- Es cierto. Lo primero que se me vino a la cabeza fue mi hermano Carlos, Carolo, uno de los puntales de Atalaya, que nos dejó este año. Hace tan sólo unas semanas se ha ido también el músico Mikel Laboa, que nos prestó sus composiciones para algunos montajes... Esto está presente, pero también lo está este reconocimiento a todos mis compañeros, al equipo actoral y al trabajo de investigación teatral que pusimos en marcha hace 15 años.

- Siempre ha destacado usted la valentía y el compromiso de sus actores.

- Pues es que los actores de Atalaya renuncian a trabajar en televisión, al cine, a hacer giras con las compañías públicas nacionales. Han apostado por esto, por conformarse con una nómina discreta y dedicarse a la investigación y a defender esta línea de trabajo. Ahora este premio confirma públicamente que han estado a la altura del esfuerzo que se ha hecho.

- Y le ofrece un colchón de independiencia y libertad de cara al futuro más inmediato.

- Es que, casi tan importante como hacer lo que uno quiera (en este caso, teatro) es hacerlo como yo quiero. Atalaya necesita tiempo, los montajes son producto de un proceso de investigación, y reconocimientos como éste me permiten desarrollar este trabajo con mi gente, sin tener que recurrir a nombres de actores mediáticos, ni a hacer obras de encargo.

- Bueno, con mejor o peor fortuna, eso lo lleva haciendo Atalaya desde un principio, con una línea de experimentación, de laboratorio teatral, que ha marcado el estilo de la compañía. ¿Han pagado un precio muy alto?

- Hemos pagado el precio de ser más conocidos, y reconocidos, en el panorama internacional que en España y Andalucía. Aquí hay un problema. Por ejemplo, los premios Max, que los concede la Sgae, con profesionales del gremio que no conocen otras carteleras que no sean las de Madrid y Barcelona, y que no saben qué teatro se hace en y desde Sevilla. Para nosotros es impensable hacer temporada en Madrid. Estamos cuatro o cinco días y de vuelta. A mí me interesa más, me fío más de un premio concedido por un jurado como el del Nacional de Teatro, por la crítica o por el público, que del gremio de Barcelona y Madrid.

- Pero, ¿cuáles serían las características diferenciadoras del grupo Atalaya? ¿Con qué mimbres han convencido al público?

- Desde el principio, formé Atalaya con la idea de un equipo de investigación. En esa denominación se encuentran ya dos elementos diferenciadores, que son: un equipo estable, y de investigación. Equipos estables con un nivel como el nuestro hay muy poquitos en España, porque la tendencia es prescindir de la idea de grupo y contratar a los actores más interesantes. Yo apuesto muy firmemente por la estructura de un colectivo, frente a la corriente individualista y consumista de consumir actores y consumir espectáculos.

- A este ideario se suma ahora su proyecto Teatro imarginario, que viene directamente relacionado con la ubicación de su flamante sede junto al Vacie, y que ha tenido mucho que ver también con la concesión del Premio Nacional.

- El Premio no ha sido sólo a Atalaya, ni sólo al nuevo centro. Yo creo que lo que ha convencido al jurado es la unión de ambas cosas, de cómo el centro TNT en Pino Montano influye en la compañía Atalaya y viceversa. A mí me gusta decir que TNT es un buque y Atalaya es la tripulación. Todo esto es muy valioso: con las representaciones y talleres que hemos llevado a cabo desde que se inauguró el centro en octubre hemos traído a 4.000 espectadores, y la mayoría de ellos era la primera vez que venían al teatro. Hubo un día histórico, Tiempo del Vacie, donde conseguimos reunir en torno al hecho teatral a 160 habitantes del asentamiento sin que hubiera un sólo incidente.

- Ahora se atrinchera en Sevilla, pero hubo una época dura, en la que los periodistas le escuchamos avisar una y otra vez de que se iba a tener que marchar de Sevilla si las cosas no cambiaban.

- Hubo problemas con ayuntamientos anteriores. Bueno, no problemas, sino falta o ausencia de comunicación. La llegada de Juan Carlos Marset (antiguo delegado municipal de Cultura) al Ayuntamiento de Sevilla fue muy importante.

- Marset presume ahora en Madrid -donde dirige el Instituto Nacional de Artes Escénicas (Inaem)- de lo que él mismo ha bautizado como el modelo Sevilla, con teatros descentralizados -el de Salvador Távora en El Cerro, el suyo en Pino Montano-. A usted lo convenció.

- A mí me engañó (risas)... Bueno, yo me dejé engañar. En París y en Londres es muy habitual este modelo. El teatro vivo de las grandes urbes europeas se está haciendo en la periferia, y en ese sentido, Sevilla está siendo un ejemplo para el resto de España. De los 700.000 habitantes que tiene Sevilla, sólo 50.000 viven en el centro. Para el resto, es mucho más cómodo venir hasta aquí. Hay que pensar en los nuevos públicos.

- ¿Y ha sufrido mucho hasta llegar aquí?

- Estoy endeudado hasta las cejas. El nuevo centro nace de la cesión por parte del Ayuntamiento de Sevilla de un suelo para levantar un espacio de uso cultural, pero luego hubo que construir, y pedir créditos. Los bancos nunca me han dado nada. Tuve que hipotecar la casa de mi ex mujer, la madre de mis hijos, y tengo prohibido morirme antes de 15 años si no quiero que se la expropien.

- Vamos, una locura.

- He pensado cientos de veces que estaba loco, que había sido una idea pésima y grave, sin vuelta atrás; una pesadilla que me había caído encima. Ha sido duro.

- ¿Y ahora?

- Hemos hecho algo importante, pero nos ha salido bien por los pelos.

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