Como no podía ser de otra forma, el Sevilla se jugó a la ruleta rusa su clasificación para la Liga de Campeones. Sin fuerzas para combatir a estas alturas de temporada, estuvo a merced del Almería desde el pitido inicial y, para colmo, se quedó con diez desde el minuto 64 por expulsión de Negredo. Mientras el Mallorca de Gregorio Manzano superaba al Espanyol, los nervionenses veían cómo el motivado equipo de Juanma Lillo le empataba cuando el choque se adentraba en su recta final. Todo parecía perdido. Luis Fabiano, renqueante, ni tan siquiera podía salir a ayudar. Por entonces, Antonio Álvarez había decidido dar entrada a Rodri, una de las grandes promesas de la cantera. Y fue el chaval quien, cuando la debacle se veía venir y Monchi miraba al cielo pidiendo ayuda divina en el palco presidencial, marcó un espectacular gol que vale su peso en oro. No podía ser de otra forma: primero, por distintas razones, el Sevilla tiró el partido; y luego, in extremis, apareció a base de orgullo cuando el corazón se le salía por la boca a sus seguidores.
El Sevilla 2009/10 vuelve a ser el rey de la ruleta rusa, tan capaz de ser barrido por sus adversarios como de arrasar a golpe de corazón. Antonio Álvarez no ha logrado terminar con las carencias, posiblemente porque tiene los mimbres que tiene y apenas ha dispuesto de tiempo para nada, pero sí ha sabido explotar las grandes virtudes de este equipo: el amor propio, porque ayer nunca desistió cuando nadie ya daba un euro por él, y su potencial ofensivo. Los tres goles elevan a veinticinco el total en los diez partidos que ha dirigido el técnico de Marchena. La media (2,5) lo dice todo y sigue invitando a creer.
Donetsk pasó a la historia del Sevilla como la ciudad donde Palop marcó aquel gol en el descuento que encarriló el camino hacia la segunda Copa de la UEFA; ahora, Almería pasará también a la historia de la entidad por ser el escenario donde un chaval llamado Rodri cambió de un zarpazo la decepción por la alegría. Y ganar así augura una final de Copa del Rey apasionante.