El Correo de América

Sevilla: Un amor de ida y vuelta

Nacho volverá de México para reencontrarse con su primer amor: Sevilla. Juan Carlos volverá a la capital mexicana y lo dejará atrás.

el 10 ene 2015 / 00:01 h.

Juan Carlos Amador (izda.) llegó a Sevilla en verano del año 2000. / Nacho, disfrazado (dcha.), en una exposición sobre exiliados. / El Correo Juan Carlos Amador (izda.) llegó a Sevilla en verano del año 2000. / Nacho, disfrazado (dcha.), en una exposición sobre exiliados. / El Correo bin_33726169_con_16626189NACHO GONZÁLEZ. Sevillano en México La Feria, las pipas y el Sevilla Fútbol Club Además de a su familia, a la que dice adorar, este sevillano añora, desde la distancia, tres cosas fundamentalmente: la Feria de Abril, las pipas Churruca, y el Sevilla Fútbol Club, su gran pasión. Tiene treinta años. Llegó a México con veinticinco. De sus palabras se desprende que su vida ha cambiado radicalmente. De hecho, confiesa, «lo único que puedo seguir haciendo de mi vida en Sevilla en México es ver los partidos del Sevilla F.C.». Dice que su equipo «le hace encontrar ese lugar común con el pasado». bin_33726125_con_16626202JUAN CARLOS AMADOR. Mexicano en Sevilla Viaje mochilero con destino a Sevilla Fue el comienzo de una historia protagonizada por Juan Carlos Amador. Ni él mismo imaginaba lo que su futuro iba a cambiar con aquella aventura. Llegó a Sevilla con veintitrés años. Le enamoró y se quedó. Hoy, es director del Festival de las Naciones. Sin embargo, los inicios no fueron fáciles. Trabajó como albañil, ayudante de cocina y camarero, época «de la que tengo mis mejores recuerdos». Juan Carlos llegó a España siendo conocedor de un estereotipo que se extiende por el mundo. «Dicen que aquí la vida es fácil... Yo te digo que aquí nadie te regala nada».   SUS HISTORIAS La Exposición Universal de Sevilla de 1992 significó un antes y un después para la ciudad. Más de un centenar de países convirtieron a la capital andaluza en el centro del mundo. Un antes y un después. Hoy, no se entendería la ciudad sin la celebración de aquel evento internacional que inauguró una Sevilla distinta y que pudo tener una repercusión que, para muchos, no ha sabido ser aprovechada. Un antes y un después, lo mismo que significó para Nacho González. «Sin la Expo del 92, no me entendería a mí mismo». Y es que fueron, precisamente, esas ganas de conocer mundo lo que la exposición le inspiró a Nacho, la principal causa que explica su marcha a México desde su Sevilla natal. Fue hace cinco años, en la víspera del Día de los Inocentes de 2009. Seguro que a algunos de sus familiares les hubiera gustado que la decisión tomada por aquel joven e inquieto periodista no fuera más que eso: una inocentada. Pero no fue así, Nacho dejó atrás la ciudad que lo tiene enamorado. Y es que, si Sevilla fuera una mujer, tendría a dos pretendientes rendidos a sus deseos. Uno es Nacho. El otro, Juan Carlos Amador. Sus raíces no entroncan en la ciudad «que me conquistó», pero vive aquí desde hace más de once años. Ni la calor propia del mes de julio en el que llegó, le impidió prendarse de una ciudad «que siempre sorprende, con la que bien merece la pena reencontrarse y que puede convertirse en la mayor pasión de cualquiera». Es Sevilla el vínculo de unión entre dos personas que ansían conocer el mundo que los rodea. En la actualidad, Nacho vive como publicista digital en México DF, la capital de un país que «aún conserva las cicatrices del terremoto que sufrió en 1985» y que le ayudó a desarrollar su personalidad de un modo «que difícilmente podría haberlo hecho en Sevilla». Esa capital pertenece a un mundo que Juan Carlos –entonces estudiante de Arquitectura– dejó cuando decidió emprender un viaje como mochilero por Europa y «el destino me hizo conocer esta ciudad, que me ha retenido hasta hoy». Ahora, este mexicano es el director del Festival de las Naciones, esa parcela cultural que, entre otras muchas cosas, acerca hasta los sevillanos los resquicios de la cultura latinoamericana que él lleva en la sangre. Y a esa cultura pertenecen tradiciones de las que Nacho toma parte. A él le apasiona la cempasúchil, «una flor que aquí es muy típica para el día de los Muertos y que se usa para montar altares en honor a los que se fueron». A Nacho le enganchó esa costumbre, como también lo hizo la de desayunar barbacoa de cordero los fines de semana. Qué cosas. Cordero y pescaíto frito. Bien podrían ser las dos comidas favoritas de Nacho. Es la riqueza que te da la cultura fruto de haber vivido envuelto en diferentes culturas. «Es el plato que más echo de menos. En México, el pescado casi no existe y el que llega a los supermercados es pescado blanco del Nilo». De eso si disfruta Juan Carlos, porque su década en Sevilla le ha valido para considerarse un sevillano más. De hecho, la Semana Santa y la Feria son algunas de esas cosas que destaca de la ciudad. En esas fechas, «Sevilla se viste de gala. Embriaga». Seguro que este mexicano es asiduo a esas bullas sevillanas que tanto gustan como desesperan a los naturales de la ciudad. ¿Bulla? «Eso no es nada si lo comparas con las que se forman en el metro de México en hora punta», dice este sevillano, que antes de su particular exilio solía frecuentar «el Salvador o la Alameda con su amiga Rocío» para disfrutar de esa costumbre del tapeo tan sevillana y de la que tanto disfruta Juan Carlos. Esta es su receta favorita para combatir la soledad que se siente al saberse en una urbe, que por mucho que se quiera, no es la propia. Dicen que la Universidad no solo sirve para la transmisión de conocimientos. Y es verdad. La enseñanza superior sirvió para que Nacho y Juan Carlos apostaran por cumplir sus sueños: conocer el mundo. Uno decidió volar hasta México. Y el otro le prestó su ciudad para aterrizar en Sevilla. Ambos son conscientes de que volverán a sus orígenes pero, ¿cuándo? Ni ellos mismos lo saben. Nacho es posible que regrese «a mediados de este año». Si lo hace, lo hará casado con una mexicana –Brenda. Entonces dejará atrás el whatsapp, que utiliza para comunicarse con su familia, «incluso con mi tio Pepe, que ya tiene en torno a setenta años». El regreso de Juan Carlos se dibuja más lejano – «volveré, pero no sé cuando». Quizás, ambos coincidan en los callejones de su gran amor: Sevilla. Será entonces cuando podrán compartir una de esas cervezas que tanto admiran junto a la Colegial del Salvador, durante una tarde de primavera, bajo el sol de la ciudad. Será entonces cuando estos caminos cruzados encuentren su punto común, el de las palabras curtidas por la experiencia que solo da un verbo: viajar.~

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