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Sólo las ganas de Rafaelillo

El diestro murciano fue el único que salió resuelta y sinceramente dispuesto a triunfar y estuvo a punto de cortar una oreja.

el 29 abr 2012 / 21:18 h.

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El torero murciano Rafaelillo da un pase de pecho al quinto de la tarde en la corrida de toros.
PLAZA DE LA REAL MAESTRANZA
Ganado: Se lidiaron cinco toros de Miura, de grandes esqueletos y juego desigual aunque alejado del comportamiento más genuino de la vacada. Primero y segundo no pasaron de sosos. Cuarto y sexto, parados y a la defensiva. El que más se dejó, por el pitón izquierdo, fue el quinto. El tercero fue un sobrero del Conde de la Maza, muy complicado.
Matadores: José Luis Moreno, de verde botella y oro, ovación en ambos.
Rafael Rubio Rafaelillo, ovación y vuelta al ruedo tras aviso.
Serafín Marín, de azul cielo y oro, silencio y silencio.
Incidencias: La plaza registró dos tercios de entrada muy repartidos en una tarde gélida y muy nubosa. En el transcurso de la lidia del tercero de la tarde saltó un espontáneo que fue reducido por la policía. José Luis Moreno pasó a la enfermería al final del espectáculo. Antes había sufrido dos volteretas.

El larguísimo clarinazo que pregonó la muerte del sexto miura anunciaba también que se lidiaba el último toro de una Feria de Abril que ha terminado muy cuesta arriba. Concluían así dos semanas de toros y toreros que se han hecho demasiado largas y han enseñado demasiados ladrillos de una plaza que, por primera vez en muchos años, se quedó grande y ancha. Ni siquiera acompañó la climatología y el frío sacudió sin piedad a la vez que se sucedían carteles que si no habían funcionado sobre el papel difícilmente podían hacerlo en el ruedo. Para poner la firma a este espeso ciclo, las tradiciones mandan, había preparado un encierro del otrora temido hierro de Miura que volvió a desmerecer de su vieja fama echando cinco ejemplares de variado comportamiento pero muy alejados de ese horror, terror y pavor que cimentó la fama de la divisa. Y hablando de divisas, los toros saltaron al ruedo sin ellas como recia y campera señal de luto por el reciente fallecimiento de la madre de los ganaderos.

La gélida tarde habría constituído un nuevo y soberbio tostón sin la sincera entrega de Rafaelillo, el único matador de la terna de ayer que salió resuelta y verdaderamente dispuesto a triunfar por encima de las circunstancias. Pero el menudo diestro murciano no había tenido ninguna suerte con el segundo de la tarde, un animal de capa cárdena y bella estampa que fue aplaudido al salir por la puerta de chiqueros en medio del noveleo que siempre rodea la lidia de estos toros que se apoyan en más leyendas que realidades. Pero a esa bella carrocería que estuvo saliendo por el inmenso portón de los sustos del coso maestrantee no le correspondió el mismo motor y para colmo el toro fue masacrado en un tremendo primer puyazo -el animal se empleó y se le cerró la salida sin sentido- que lo dejó para el arrastre.

Rafaelillo lo intentó después pero no podía obligarle a nada. El toro de Miura embestía doblando las manos y acabó cortando los viajes aunque se desplazara algo mejor por el lado izquierdo sin dejar de mostrarse a la defensiva. La verdad es que la faena como tal no llegó a existir y se limitó a una porfía infructuosa que concluyó con un estoconazo algo trasero que fue más que suficiente para echarlo abajo.

Aún quedaba una bala que quemar y había que salir a por todas. Salió el quinto y Rafaelillo lo recibió con dos largas de rodillas en el tercio a las que siguió un buen toreo a la verónica rematado con una airosa media. La gente ya estaba en el bote y el torero, que había tomado buena nota del desaguisado anterior, quiso asegurar las fuerzas del animal perdonándole el castigo en el caballo. Con la muleta en la mano, el diestro murciano se apercibió muy pronto de que el lado bueno del toro era el izquierdo y basó sobre esa mano una faena animosa, entregada y cargada de mérito que alternó buenos y largos naturales con la vistosidad de los remates hasta lograr dar fiesta y meter al toro y al personal en la canasta. Pero el acero no quiso entrar a la primera y se esfumó ese trofeo que tenía en la mano y que se había ganado con verdad y entrega. Tuvo que cambiarlo por una vuelta al ruedo aclamada por el público.

Abría cartel el veterano diestro cordobés José Luis Moreno
, un matador a la vuelta de una carrera que vivió hace dos o tres de temporadas su penúltima resurrección, de nuevo truncada por un inesperado percance que volvió a cortar su calidad contrastada. El diestro de Dos Torres, que repetía en el empeño miureño para no descabalgarse de las ferias se mostró aseado y solvente pero escasamente comprometido con el soso ejemplar que hizo primero al que pasó muy en profesional aunque escasamente enfibrado. La verdad es que la sosería del toro tampoco admitía mucho más y una estocada tendida le sirvió para echarlo abajo en espera de que el siguiente fuera mejor colaborador.
El cuarto fue un tremendo cárdeno y capirote que le plantearía muchas más dificultades al rubio diestro cordobés, que posiblemente ya no esté tampoco para estas batallas campales. El toro, que se ciñó siempre para dentro en los capotazos de la lidia llegó a la muleta de su matador echando la cara arriba en los embroques, tardeando, rebrincando y cortando los viajes. Moreno volvió a andar aseado con él, también muy precavido, pero el toro se acordó del hierro que llevaba grabado a fuego en el anca y alcanzó al torero al mínimo descuido, al perderle la cara un instante, propinándole una tremenda voltereta de la que Moreno salió muy mermado física y anímicamente.

Pero el tremendo torazo de miura, más de seiscientos kilos en la báscula, aún volvería a darle otra paliza al cogerle en la suerte de matar. Moreno quiso asegurar la estocada a pesar de una distracción del toro en el embroque de la suerte y fue nuevamente volteado. Visiblemente aturdido, pasó un quinario para poder echar abajo a su enemigo después de varias intentonas fallidas en las que estuvo a punto de perder los papeles. Afortunadamente el acero entró en uno de los viajes y se puso fin al mal rato del torero, que esperó al final del festejo para pasar a la enfermería sin que trascendiera ningún parte facultativo del examen.

No tuvo su tarde el diestro catalán Serafín Marín, que sigue luchando para incorporarse al gran circuito que llegó a acariciar en sus mejores momentos. Ayer no fue el día para ganar puntos. El tercero fue un sobrero del Conde de la Maza que sustituyó a un flojo ejemplar que había humillado y que despertó la curiosidad de los aficionados. Pero no pudo ser. Le dieron fuerte al del Conde en el caballo y tampoco se libró del numerito de un estrafalario espontáneo que saltó de un tendido de Sol para darle dos mantazos increíbles con su propia chaqueta de los que salió milagrosamente ileso y apresado por la policía.
Con la muleta en la mano, el diestro catalán se empleó en una labor precavida e insolvente que no llegó a resolver los muchos problemas que le planteó ese imponente y bien armado sobrero corraleado y manso, a la postre más miura que los miuras, tal y como podría adivinar cualquier aficionado mínimamente avezado. Se dejó algó más por el pitón izquierdo y Serafín Marín planteó por ahí su labor aunque no podía ni debía confiarse en la escasa bondad de un bicharraco con el que pasó un indisimulado mal rato. El sexto fue otro toro vacío y a la defensiva con el que pasó demasiado tiempo sin concretar nada. Era el final de una feria llena de goteras que ha dejado un regusto amargo. Llega el momento de hacer balance, de conceder todos los premios que ya sólo tienen un dueño y de soñar con nuevas ferias que nos hagan olvidar este mal paso.

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