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Un rastreo cuerpo a cuerpo

Díaz Arriaza lleva años localizando a víctimas del franquismo en las fosas del cementerio

el 13 mar 2014 / 23:15 h.

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En el cementerio de San Fernando las fosas comunes fueron un tipo de enterramiento, destinado a indigentes y cuerpos no reclamados, usado desde su apertura en 1852 hasta los años 60 del siglo XX. En las ocho fosas de las que hay constancia reposan 28.997 cuerpos y unos 3.500 corresponden a fusilados a partir de 1936 por bandos o consejos de guerra y represaliados del franquismo. El investigador José Díaz Arriaza lleva años tratando de localizar en cuál de las fosas está cada uno de ellos tomando como referencia la documentación sobre qué fosa estaba abierta en cada momento (cada vez que se llenaba una se solicitaba al Ayuntamiento abrir una nueva), ya que en los registros del camposanto aparece el ingreso del cuerpo y la causa y fecha de muerte (en 400 casos ni aparece) pero no el lugar de inhumación. memoria-historicaDíaz Arriaza participó ayer en las jornadas Exhumando fosas, recuperando dignidades –organizadas por CGT, la Sociedad Aranzadi, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica con la colaboración del Ayuntamiento–, donde expuso los resultados de este «trabajo de chinos» y datos como la desinfección de la primera fosa en 1939 para evitar plagas porque «hizo mucho calor», los testimonios de que «hubo gente rematada ya dentro de las fosas», la detención de varias personas en los años 50 por el robo de huesos o 47 víctimas cuyos familiares lograron enterrar en tumbas propias previo pago y «gracias a influencias». El trabajo continúa la labor iniciada en su libro Cementerio de Sevilla, un rojo amanecer, realizado para el Aula de la Memoria Histórica municipal con sede en el Alcázar que desapareció con el cambio de Gobierno local de forma que «no se distribuyó y hoy solo se puede adquirir en la tienda de souvenir del Alcázar». El libro abarca la historia del cementerio desde 1936 a 1942 y solo dedica un capítulo a las fosas, por lo que en 2010 continuó su investigación centrándose en éstas y ampliando el periodo hasta 1958. El autor deja claro que en el cementerio de Sevilla no se abrió ninguna fosa común expresamente para represaliados del franquismo, de ahí que la posible exhumación sea un asunto peliagudo en este caso. Se usaron las existentes para cuerpos sin reclamar. En julio del 36 la que estaba en uso era la llamada de Pico Reja, que se llenó a final de agosto, cuando se abrió la del Monumento –donde cada 14 de abril la izquierda republicana celebra un acto– que se llenó en enero de 1940. Después se reutilizó una fosa antigua posiblemente situada ahora bajo sepulturas posteriores, copada en junio de 1942. La siguiente, al otro lado de la avenida principal, duró hasta febrero de 1952 y hubo otra hasta mayo del 55 y la última, en la ampliación de San Jerónimo, hoy perdida por la construcción de un edificio de 2009 aunque los restos se sacaron e incineraron. Hay otras dos en el cementerio judío y el de disidentes (destinado a ateos o de otras religiones, suicidas, niños no bautizados y a la que fueron a parar algunos de los últimos guerrilleros ejecutados a garrote). El tiempo que tardaban en llenarse da idea de cuándo la represión fue más dura.

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