Cofradías

Un reto cada día

Ésa es la declaración de María Ángeles y Juan Carlos, un compromiso con los sabores de siempre y de buen servicio para los clientes.

el 05 abr 2012 / 20:01 h.

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Decir de cualquier bar restaurante que es el ideal de Sevilla es mucho y muy arriesgado, ya que además juegan los gustos personales, pero no nos equivocaremos si objetivamente decimos que Carlos Baena es un muy agradable local que respira sevillanía por los cuatro costados de la casa que ocupa. Entramos y nos recibe una barra de las que gustan aquí, frente a ella un buen salón de mesas de cuidada decoración, llena de detalles, costumbrista pero con estilo refinado, azulejo de la Plaza de España, venencias enmarcadas, cuadros de toreros y meninas, bellos platos de cerámica, sillas de madera bien torneadas y mesas bien vestidas, mantel, servilletas y platos de La Cartuja Pickman, friso de esparto y vigas de madera decorada, todo ello envuelto en un acogedor ambiente propiciado por las cálidas luces indirectas de las lámparas que se reparten por la sala. En la primera planta un comedor, más diáfano pero igual de coqueto, sirve para mesas de grupo, amplio, cómodo. Como remate una terraza azotea llena de plantas y mesas para disfrutar de la noche sevillana, lástima de la caja de zapatos Diputación que tiene enfrente.

Carlos Baena abrió en 1993, al principio como un bar sin más pretensiones, pero el ánimo emprendedor de María Ángeles y Juan Carlos y la buena mano para la cocina de su madre fueron complicando el negocio. Ellos se metieron en la cocina, María Ángeles ejercía de abogada, pero lo que perdió la abogacía lo ganamos todos al probar sus albóndigas de choco. Junto a ellos, un servicio atento, educado y discreto, siempre pendiente del cliente.

En las mesas te regalan un par de aperitivos originales y sabrosos. Hay una carta de medias y raciones con platos abundantes, bien cocinados y presentados y a precios muy contenidos. Como un sabroso bacalao dorado (9 euros) o unos calabacines rellenos de jamón con salsa de piquillo (8 euros) muy conseguidos; hay platos de temporada, como el cocido de berza (8 euros) y la sopa de tomate (7 euros) para la de otoño -invierno, o el arroz con perdiz (20,50 euros) una de las especialidades de la casa.

En la barra probamos las mencionadas albóndigas de choco (2 euros), magníficamente presentadas sobre un lecho de verduritas asadas, las albóndigas no son esa masa redonda de otros sitios, aquí hay choco y se nota, son así más ligeras y sabrosas. También muy buenos los chipirones en su tinta (2,50 euros), en su salsa negra y con un timbal de arroz blanco como acertada guarnición, en carne probamos una excelente carrillada de cerdo ibérico (2 euros) una tapa que admitiría ser un poquito más cara y ofrecer patatas fritas caseras. Hay opciones aún a mejor precio como el salmorejo cordobés, ensaladilla de gambas, croquetas, flamenquín, tortillitas de camarones, pavía de bacalao o morcilla de Burgos, todas a 1,90 euros, la berenjena rellena en salsa Aurora y el solomillo a la crema de Malta, a 2 euros. También hay una carta de chapatas, todas a 2,75 euros, de la casa (solomillo, jamón, bacon y mayonesa), de pollo, de atún, de salmón, de morcilla de arroz y de filetito ruso. Los postres son caseros, todos a 4,50 euros.

En el armario de vinos hay buenas marcas, destacando riojas y riberas, entre los primeros, Azpilicueta (15 euros), Martínez Lacuesta (15 euros) o Muga (22 euros), del Duero Protos (12,50 euros), Melior (12,50 euros) o Carramimbre (12 euros). Por copas el Protos (2,50 euros) y un muy agradable Señorío de Mendieta (2,50/12,50 euros), Crianza de Rioja de 2009 que nos acompañó las tapas con agradables sensaciones de buena madera en la línea de los clásicos de Rioja. Algo corto en blancos, se echa de menos un albariño por ejemplo o un chardonnay de Somontano y, cosa habitual, casi nada de rosado. Para los amigos de los espumosos un decoroso Anna de Codorniu (17 euros) y un Veuve Clicquot (45 euros) para ocasiones especiales.

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