Blasco Garzón, ilustre ‘sevillano maldito’ que resucita

El Panteón de Sevillanos Ilustres tiene huecos. Uno es el de Manuel Blasco Garzón, abogado y político republicano. Siempre añoraba la Sevilla que le vio nacer en el Madrid ministerial y exilio bonaerense.

Blasco Garzón, ilustre ‘sevillano maldito’ que resucita

Blasco Garzón, ilustre ‘sevillano maldito’ que resucita / Juan-Carlos Arias

Juan-Carlos Arias

Manuel Blasco Garzón (Sevilla, 1885-Buenos Aires, 1954) lo fue todo en la capital de la Giralda. Juan Espadas, actual Alcalde hispalense, indicó que es ‘difícil encontrar a un sevillano que haya sido tantas cosas’. Lo afirmó el pasado 2016 cuando su sobrina-nieta, la argentina Dora Luisa Dachevsky con ocasión de un homenaje a Blasco, donó su archivo y objetos privados del exilio a una Biblioteca de la Universidad de Sevilla-US.

En efecto, tan ilustre paisano fue polifacético, ubicuo y brillante orador. Su carisma personal lo trasladó a las causas que defendió en su intensa vida. Registró un don de gentes que le hizo irredento agitador de la vida cultural, social y política en la Sevilla de los años 20 y 30 del siglo XX. Formado en Los Escolapios -compartió pupitre con Diego Martínez Barrio [Presidente de IIª República]- cursó Derecho entre 1900 y 1905. Como abogado con bufete de éxito acusó cierta sensibilidad: defendió a más obreros que a empresarios, a más perseguidos que perseguidores.

Colaborador de El Liberal [fue el rotativo más popular mientras lo dirigió -entre 1909 y 1936- José Laguillo] trasmitió en su obra, como veremos, unas amplias inquietudes culturales. Antes, durante sus primeros años de articulista, estampó su firma en La Monarquía, La Lucha, El Pueblo y El Porvenir. Fue también redactor del periódico decano sevillano, El Correo de Andalucía.

En 1927 Blasco Garzón pasó a la historia con letra mayúscula. Fue cuando posó, como Presidente del Ateneo, junto a los jóvenes escritores que alumbrarían la Generación Literaria de aquel mítico año. Hablamos de Federico Gª Lorca, Rafael Alberti, Gerardo Diego, Guillén, Dámaso Alonso, José Bergamín, Bacarisse, Chabás y el médico -e íntimo de Blasco- José Mª Romero Martínez, asesinado los primeros días del Virreinato del General Queipo de Llano en la peor Sevilla conocida.

El cónclave ateneísta lo fue para homenajear la lírica de Góngora. Lo impulsó el torero Ignacio Sánchez Mejías, también Presidente del Real Betis en 1928. Blasco Garzón presidió el Sevilla FC entre 1923 y 1926, como veremos. La sana rivalidad futbolística fue para Blasco parte de su alma, de su bonhomía. Fue un sincero sevillista, pero jamás un antibético

La carrera sevillana

El abogado Blasco fue igualmente Decano de su colegio profesional. Tejió alianzas y amistades a todo nivel. Militó en varios partidos, ya desaparecidos. Proyectó un perfil liberal, demócrata y republicano aunque su ideología evolucionó desde su inicial apoyo a la monarquía alfonsina. Logró ser Concejal, Diputado y Alcalde (accidental) de Sevilla. Fue presidente del Círculo Mercantil, Casino Radical, Real Aeroclub, Sociedad de Amigos del País, Ateneo y Academia de Buenas Letras.

Un detalle retrata a Blasco, siendo Concejal opositor en el Ayuntamiento. Era costumbre, durante el siglo XIX y parte del XX, que los ediles donasen documentos y libros al Archivo Municipal. En 1921 Blasco regaló un manuscrito de Cervantes fechado el 20 de marzo de 1616 más una carta que lo autenticaba. El Alcalde y Conde de Urbina, Federico de Amores y Ayala, agradeció el gesto. Aunque encomendó un dictamen sobre el regalo al Catedrático Manuel Hazañas ¿No se fiaba, pues, de aquel joven edil?

En los felices veinte Blasco preside el Sevilla FC. Para el equipo logra Dos Copas de Andalucía, lo moderniza, impulsa concentraciones, contrata a un médico y nombra directivo a la entonces joven promesa del Club en su cúpula Ramón Sánchez Pizjuán. Iba, Blasco, a los partidos con el fraile Fray Jerónimo de Córdoba. En 1927 es –también- elegido Presidente de Federación Andaluza de Fútbol.

El Club de Nervión, durante la presidencia de José María del Nido, impulsó -en 2013- que Blasco tuviera una calle en Sevilla. Se aprobó la moción siendo Alcalde Juan Ignacio Zoido

Blasco tenía igualmente un indomable espíritu de servicio. Su coraje logró montar un hospital en el Palacio de San Telmo (hoy sede de la Presidencia de Junta de Andalucía) para atender heridos de la Guerra en África del Norte (desastre de Annual). Allí viajó, invitado en misión político-cultural, en 1925. Por tan estimable iniciativa, que salvó de la muerte a muchos soldados, lo condecoraron con la Gran Cruz del Mérito Militar.

La amistad, casi vitalicia, de Blasco con Martinez Barrio le hizo ‘hermano’ de una logia masónica (Fe) en 1909. Allí adoptó el nombre de Proudhon. Igualmente, fundó el Club Rotario de Sevilla el intenso 1927. Lo llegó a presidir, aunque fue clausurado en 1936 por el franquismo. Esta embajada de un colectivo mundial de servicio sesionaba en el Hotel Cristina y Alfonso XIII. Le sucedió como Presidente el notario José Gastalver Gimeno. #Infraganti ya reseñó las andanzas vitales de tan ilustre fedatario

Según José Cruz Conde, Comisario Regio de Expo Iberoamericana de 1929 [Blasco fue Vocal del Comité Organizador] y afecto a la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), Blasco es un ‘hombre listo que ve claro’. El Profesor de Historia Contemporánea-US Julio Ponce Alberca sobre Blasco Garzón añade que fue ‘todo un ejemplo’. Así lo asevera en un estudio sobre la internacionalista militancia rotaria del político y letrado en una Sevilla provinciana. Lo elaboró para un homenaje ‘reparador’ en 2002 del Ateneo. El inolvidable Catedrático y Académico Francisco Morales Padrón fue el recuperador del personaje, tras ser olvidado en la Sevilla oficial –exclusivamente- por la militancia republicana de Blasco.

La cima política y el ninguneo

La etapa madrileña de Blasco no obvió sus raíces pues, además de letrado y orador, era activo cofrade del Silencio. Y defensor de la Semana Santa allá donde pudiera reivindicarla. En los comicios de febrero 1936 fue el Diputado más votado de la circunscripción electoral sevillana por el Frente Popular. Pocos días después de recoger el acta parlamentaria fue nombrado Ministro de Comunicaciones. Después Marina y Justicia en breves períodos, durante gobiernos presididos por Manuel Azaña, Giral, Casares y Barcia. La España democrática ya sufría la sublevación que la laminó.

En septiembre de 1936 el Colegio de Abogados de Sevilla acordó un expediente unánime de expulsión de Blasco, su antiguo Decano. El Ateneo, tras nombrarle ‘socio de mérito’ en junio, en octubre declaró vacante su sillón. Seguidamente le expulsa ‘teniendo en cuenta su actuación política, manifiestamente en contra de la causa de España’ (sic) junto a Martínez Barrio y Ángel Osorio. ¿Hablamos, pues, de coherencia ateneísta?. El Aero Club lo borró como afiliado, como la Academia de Buenas Letras: Declara ‘vacante’ su plaza ¿Era la de un fantasma?

El peor franquismo, el que implantó el General Queipo de Llano hizo villano a este insigne sevillano. Blasco -desde finales de 1936- era un fantasma, no existía, en esa Sevilla hipócrita, intolerante y rancia que maltrata a sus mejores hijos.

Blasco fue condenado, en 1942 y en rebeldía, por el Tribunal de Represión de la Masonería y el Comunismo a la pena de treinta años de reclusión mayor más inhabilitación absoluta y perpetua. En octubre de 1945 volvió a ser procesado por el Tribunal Nacional de Responsabilidades Políticas. Y, lógicamente, fue también condenado.

El diario carlista La Unión fue uno de los que sobresalió, obsesivamente, por suscribir una durísima campaña antimasónica, contra Blasco Garzón y Martínez Barrio. El odio más infame rebasaba los aspectos criticables de tales personajes. A Blasco le tildaban de ‘...sevillano maldito, canalla, estafador, tipejo del género bufo....’. El reprobable libelo se parecía a las deslenguadas arengas nocturnas de Queipo en Unión Radio (Hoy Radio Sevilla), según el laureado historiador y profesor universitario Juan Ortiz Villalba

El cruel exilio

El Presidente Azaña nombra a Blasco Cónsul plenipotenciario de España en Buenos Aires y Uruguay a finales de 1936, cuando ya residía en Madrid. Embarca hacia Argentina junto a íntimos y protegido por la inmunidad diplomática para iniciar una difícil vida posterior de exiliado. Del cargo consular fue cesado en 1939, cuando el régimen del General Franco consolidó su estructura en representaciones internacionales.

Las preguntas de la conciencia, los felices días sevillanos y la vívida memoria de Blasco resucitaron entre la capital porteña y Montevideo. La hispalense calle Lagar, donde nació, se le repetía en cualquier esquina bonaerense. Los pupitres de los Escolapios y los bancos donde oía la retórica académica y jurídica de la US también. Al pasear por la Avenida de Mayo a Blasco le parecía pisar la calle Sierpes. En Corrientes, o la Costanera, se sentía como si estuviera en la calle Betis. Sevilla era una bella dama que se le aparecía para atrapar su mente por cualquier parte. Blasco paseaba con su esposa, Matilde Palomino, por una Sevilla lejana.

No olvidó a esa Sevilla que añoraba un hijo que llevó muy mal el destierro. Los últimos días de Blasco en el Cono Sur fueron tristes, confinado en un departamento donde varios derrames cerebrales hicieron de las suyas. El talento y valía que desparramó en la Sevilla que le vio nacer se fue evaporando, consumando... en un destierro donde malvivía tras cesar como Cónsul y donde apoyaba sin descanso una república que además del exilio sufría la derrota de una guerra entre hermanos de patria.

Desde que vivía en Argentina Blasco se había integrado en el gobierno del exilio y se carteó con su amigos y compañeros de causa, Martínez Barrio por supuesto. Fundó, en tierras sudamericanas, España Republicana, órgano del gobierno español alternativo, y fue asiduo colaborador del diario Crítica. Es autor de varios libros: España Heroica, Evocaciones andaluzas, Jovellanos, literato o Gloria y Pasión de Antonio Machado.

Carlos Esplá Rizo, periodista, dedicó a Blasco un obituario algo retórico en 1954, a los pocos días de fallecer en la soledad. Algunas preguntas podrían compartirlas demasiados exiliados españoles de la guerra fratricida allá donde estuvieren descansando: ¿Cuál fue el delito de esos hombres para morir proscritos? ¿Qué crimen cometieron? ¿Por qué, terminada la guerra en España, siguen llenos los cementerios del mundo de desterrados?.

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