Asociamos, bondadosamente, la okupación y sus actores con un fenómeno social que hereda al de los squatters londinenses o los hippies escandinavos. Plantaban el hogar, o la comuna, en edificios abandonados para recuperar usos residenciales o bien en fincas o granjas con pleitos, inactivas, sin ocupantes o que eran de bancos.
En las grandes capitales españolas los okupas sustanciaron ideología del 15J de la Puerta del Sol. Aquella ‘revolución’ devino en plataformas cívicas o en la dolce vita o privilegios de parlamentarios que imitan a la casta que criticaban. Una mínima parte eran los denominados perro-flautas, otros/as grupos monetizaban allanamientos, vendían llaves o cedían enganches ilegales. Colectivos, más sensatos, también se oponían a desahucios abusivos de la ejecución hipotecaria o del impago de rentas. Los peores son las mafias que mercadean con pleitos, con bloques de bancos o villas de VIPs de veraneo.
Pero hay okupas que no integran los segmentos descritos. Hablamos de residentes en casi 500.000 hogares españoles según el INE. Son hermanos, empleados de empresas familiares, cuñados, yernos-nueras y un largo etcétera. Nos resistimos a llamarlos okupas, por su nombre, pues corre -a veces- por sus venas nuestra misma sangre. Estos karpantas juegan precisamente con esa cercanía, con su impunidad, o con la lejanía que les supone un desahucio o lanzamiento, impensable para su caradura.
Los hechos consumados
En este universo, los mejores okupas irreductibles son lo que usan un mantra que repiten con mentiras ante el foro familiar. Nos explicamos: [Con] Papá, mamá, la tía tal o el abuelo cual me dijo, me prometió, contraté, etc... el quedarme a vivir aquí. Es decir, el/la válvula de turno esgrime un supuesto contrato verbal o palabras que se llevó el viento para quedarse a vivir en un inmueble, finca, o local porque le salió del alma, por usar buenas palabras.
Hay casos donde alcanza a lo más irredento de la caradura la denominada herencia yacente. Nos referimos al período existente entre la muerte del dueño/a del inmueble hasta aceptar o repudiarse lo estipulado en el testamento. Las pegas para repartir bienes los herederos, pedir tasadores generando conflictos o dudas antes, resucitar traumas o agravios infanto-juveniles o bien retrasar como sea el reparto de bienes son parte de la estrategia de estos personajes. Son fácilmente reconocibles en notarías, bufetes y juzgados. Siempre cariacontecidos, tienen un socorrido agravio a mano que explique su incendio personal.

Otra táctica de quienes se manejan bien con el dinero fácil o la casa gratis es la rapiña premortem. Echándole la culpa al muerto, a un ‘invisible’ ladrón intrafamiliar, al asesino de J.F Kennedy suelen hasta aprovechar los funerales de ‘cuerpo presente’ para atracar el joyero de la difunta, vaciar la caja fuerte, desaparecer ‘cuadros’, platas o cerámicas valiosas. Escrúpulos ‘0’ y el un yo-no-fui ensayado ante el espejo redondean esta conducta.
Secuelas del pillaje
En los procesos de divorcio, herencia o conflictos vecinales las heridas suelen verbalizar mucha maldad atesorada con el tiempo. En algunas reuniones comunitarias los pisos okupados por rapiñadores o herederos ‘sin papeles’ son –también- fácilmente reconocibles. Repiten oposición al sentido común. Su lengua, además, enmudece. No explican su estatus residencial en un bloque, urbanización o finca
Las peleas por la factura del pirata aparecen cuando la rapiña o la jeta se han confiado. Nos referimos a que los botines suelen tener ansias no confesas por quienes tienen algún agravio. Entre espabilados/as es común repartirse urgente lo ajeno, más si no se suda. Pero en la intimidad, y pasado un tiempo, el balance se ajusta. Ahí salen todas y cada de las torpezas de lo que se obró con urgencia. O bien se hace balance de un latrocinio no fue equitativo en su reparto, entre sus ejecutores. En la familia robar es un verbo que no se conjuga.

Estas prácticas, cuando alcanzan la gestión de empresas familiares, suelen generar más conflictos sobre los habidos tras la muerte de quien lega, bien el líder o el fundador del emprendimiento. Los expertos establecen que los negocios operados por círculos familiares no prosperan en un 40% por disputas de la segunda generación de empresarios. Y ahí la irrupción de cuñados/as, yernos y nueras, hijos/as que trabajan o no en el negocio explica muchos conflictos. Es triste, y difícil, encontrar salida o solución.
En conflictos entre personas con las que tuvimos cercanía o afecto en el pasado es mejor ponerse en manos de alguien neutral que medie. Los juzgados suelen ser lentos. Además, no suelen entrar al fondo del conflicto. Desigualdades, agravios, afrentas, privilegios o apropiaciones del pasado pesan para buscar un final feliz. Una sentencia judicial equitativa.
En juzgados la demanda estimada íntegramente hace pagar a quien pierde las costas. Estas entrañan un 30% del importe del pleito, más los intereses legales. Los caraduras sin escritura no obstante son alérgicos a juzgados. La razón es sencilla: la fuerza de la verdad les destroza sus planes. Hacer las maletas o pagar por lo gratis cuando se vincula a un pacto es la única salida.