Las comunidades de propietarios son el escenario perfecto para proyectar idioteces personales y traumas privados de individuos que no mandan ni en su sombra. Las individuas son más inteligentes: atacan sus presas con más argumentos esperando su momento. Las asambleas vecinales son, para quienes se creen impunes, plataforma del delito que disfrazan con algún cargo comunitario o como infantería del colectivo, según convenga.

Debe decirse alto y claro que las comunidades en su mayoría hacen honor a su nombre. Unen más que separan entre quienes comparten convivencia, espacios y el debido mantenimiento de lo que trasciende al hogar. Una minoría hace descreídos a cónclaves comunitarios que se distinguen por una concurrencia hastiada. Ahí se relativiza el compromiso del bien común y buen ambiente que debe imperar entre vecinos y propietarios.

En lo más turbio del universo comunitario vemos la figura del Presidente perpetuo. Suele ser alguien con palabrería y físico que cansa al personal con discursos vacuos. Todo conduce a convencer al colectivo del capricho personal vía autoritarismo y falsas opciones democráticas pre-consensuadas Los peores ‘jefes’ están en lo de siempre: cobran comisión de proveedores, administrador, escurren cuotas ordinarias y extras, coaccionan, intimidan y difaman a los hostiles de su dictadura. Suelen pertrecharse con votos delegados y fieles que no quieren líos. Estos directivos cuando les documentan fechorías o dimiten ipso-facto dando portazo o echan culpas a quienes les apoyaban o criticaban: ¡Son muy valientes!

El Administrador trincón es otro personaje. Una minoría de tan noble empeño de gestionar fincas compromete al digno gremio. Pero son como las meigas gallegas. Haberlo haylos. Se desliza su operativa: exageran la necesidad y urgencias de obras año sí, año también. De los proveedores cobran un porcentaje o se lo reparten con el Presidente. También, artifician pleitos y generan conflictos entre propietarios que multiplican gastos. Inventan ofertas desmesuradas para aprobar las ‘amigas’ que le pagan.

El/la ‘negativo/a. Son almas de fácil detección. Su perfil comparte sexo entre amargados, envidiosos, mediocres, divorciados tormentosos, recogidos por familiares, okupas, ni-nis tras herencias... Se oponen a todo lo razonable, insultan, difaman y hasta logran apoyos que agradecen estas mentes malvadas. Suelen cruzarse denuncias con cargos comunitarios o vecinos. Equivocan el tiro. Les vienen de perlas al presidente y/o administrador corrupto. El personal así se entretiene mientras ellos roban.

Los intensos debates comunitarios suelen polemizar por lo mismo: cuotas extras, obras esenciales, caprichosas o ‘comisionadas’, actividades lucrativas en pisos, ruidos, hábitos íntimos de vecinos/as, idoneidad de cargos. El capítulo de ‘ruegos y preguntas’ que consta en cualquier ‘orden del día’ comunitario merece detalle. Por derecho propio.

Las mejores intervenciones son las que podrían denominarse la ‘denuncia cruzada’. Quien interviene busca la réplica de lo denunciado. El discurso empieza suavón, educado y respetuoso. Pero cuando se calienta o no encuentra respuesta se torna zafio, faltón e injurioso. El clímax llega con la réplica calumniosa que nunca obvia lo íntimo o lo más vulnerable de quien resultó víctima de lo que parecía un inocente ‘ruego’ que nunca pregunta por nada, acusa siempre. Ataca y busca presa el 90% de las veces. h

En el terreno de lo más barriobajero están los cuchicheos difamantes cuando alguien toma la palabra que se enzarza a la temperatura más alta del debate o polémica infinita. Esa voz baja -con risitas cómplices- hace que algunos ojos guiñen el aprobado para, repetimos, difamar e injuriar a quien ejerce sencillamente su derecho a intervenir. Es obvias que ni se ruega ni se pregunta. En algunos casos se palían soledades, vacíos personales, ninguneos o heridas emocionales alejadas de la comunidad.

Llamemos las cosas por su nombre. En las Comunidades, se insiste, se cometen delitos las más de las veces impunes. Ni se denuncian por miedo, intimidación u opacidad del criminal. Hay mucha tela que cortar aquí. Parecen estas conductas menos reprochables pues no son actos violentos, ni sanguinolentos estos delitos. Pero no son menos reprobables.

El catálogo puede comenzar por la constructora que ansía abaratar gastos porque no vende la totalidad del bloque o urbanización. Suele pagar o regalar obras a propietarios para que constituyan la comunidad y así ahorrar gastos en la cuenta de resultados: ¿Corrupción entre particulares?

En Comunidades que difícilmente se reúnen hay cargos que jamás presentan cuentas y cobran las cuotas. Cuando hartos de la opacidad algunos comuneros las piden vía juzgados dimiten. ¿Estamos ante una apropiación indebida?

Estos directivos alegan lo más peregrino para zafarse. Resultado: llevan años sin pagar cuotas o han robado directamente miles de euros. Ejemplo: Una pequeña comunidad cercana a Los Remedios llevaba casi 30 años sin conocer cuentas por la opacidad de una presidente -abogada- y tesorera –administradora de fincas colegiada-. Cuando se lograron ‘levantar’ cuentas aparecen desfases y trapicheos sonrojantes (por usar un eufemismo) considerando la supuesta profesionalidad de esas individuas, que encima van de víctimas por su condición femenina ante el machismo ‘circundante’. Su respuesta ante la legítima demanda vecinal fue el silencio. Después se rompió con insultos ante quienes exigían transparencia. La Comunidad está en la UVI. Y ‘nadie conoce a nadie’. Como el título de la novela de Juan Bonilla.

En el catálogo de actividades molestas, insalubres o peligrosas intracomunitarias hay pleitos que pisotean derechos, honras, inversiones, empleos... Las Comunidades, o vecinos que los emprenden, suelen tener algún ‘espontáneo’ o testaferro que exige sumas extorsivas para arreglarlo todo. Hay una modalidad en la que el pleito se paga desde cuentas extracomunitarias que guían intereses espúreos. Las entendederas más lógicas saben de qué se habla.

Damos algunas pistas sobre las víctimas más reconocidas de estos pleitos: negocios de la sanidad privada -boticas incluidas-, apartamentos turísticos, hotelería o despachos profesionales suelen recibir estos dardos. Ejemplos los hay entre ‘sobrecogedores’ para oponerse a la apertura de centros médicos u hospitalarios, mezquitas, tanatorios, discotecas, restaurantes, lavanderías. Debe decirse que -en otros tantos casos- la legitimidad y el sentido común aboga por pactos, se limi6tan molestias al vecindario, etc...

A veces –no obstante- chirría que el mismísimo poder (Ayuntamientos, Junta de Andalucía, Policía) colaboran indirectamente en turbios empeños de los que nadie conoce quién los activa. Se declaran ‘zonas saturadas’ que no lo son, se multiplican inspecciones ‘teledirigidas’, se niegan, obstaculizan, aplazan o se silencian peticiones a la administración pública.

Post Data: Hay un tipo, odiado por mérito propio aunque comprendido por su psiquiatra, en Sevilla que cambió de comunidad -y de hogar- 5 veces. Salió trasquilado de varios bloques. Reventó asambleas con estupideces, intimidó con placa policial ajena y acusó de alterar la convivencia al más pacífico vecino aunque no se percata que él es el problema. El sujeto viste impecable y tiene labia de mercadillo. Su psicoterapeuta le espera en el diván. Al parecer huye medicarse y le flaquea el bolsillo. El hombre –sevillanista clásico, según acuñó Chaves Nogales - repite esa pauta asocial en caseta ferial, cofradías -jamás falta a un cabildo conflictivo- y el bloque de la playa donde veranea su jubilación. Existe este sujeto. No es ficción.