Sevilla, y su provincia, atesoran historias -en clave de crónica negra- difíciles de inventariar. Además, corren solas, no hay que buscarlas. Para entrar en materia, debe sentarse que vivimos en un país con Constitución democrática desde 1978 donde se consagra la no confesionalidad del estado y se ampara la libertad religiosa (Artículo 16).
Además del credo mayoritario español, el catolicismo, hay minoría de ‘protestantes’ que adoptan nombres mil y son ajenos a la ortodoxia vaticana. Ahí encontramos a los Testigos de Jehová (TJ), una de tantas religiones que provino de otro país, siendo mayoría los que provienen de América y Asia. En España sobrepasan los 100.000 seguidores, los que frecuentan casi 1.000 lugares de culto (Salones del Reino).
En prensa vemos que los TJ son noticia, ocasionalmente, cuando a alguno de sus adeptos precisa trasfusión sanguínea en hospital y se niegan a recibirlo, y fallecen o peligra su vida son aportar una alternativa para que Jehová actúe. Otras veces, por dar repetidas fechas al apocalipsis, al cataclismo global. ¡¡Pero seguimos vivos!!
Pero hay voces que recalcan sobre el negocio piramidal sustentado sobre editorial Watchtower, gastos de ‘Salones del Reino’ y donaciones que desgravan tributos por sus fines benéfico-religiosos
En favor de los TJ debemos añadir que cientos, miles sufrieron inmunda cárcel durante el franquismo por negarse a vestirse de guerra, usar armas y atender el servicio militar obligatorio (SMO). Esos héroes anónimos antecedieron a los miles de objetores que no eran TJ. Forzaron al gobierno de Aznar a extinguir el SMO en 2001 cuando las cárceles estaban llenas de insumisos durante el gobierno de Felipe González (1982-1996).
El poli TJ
Como pronosticó Cernuda, la realidad y el deseo no son pareja. Tras introducir a los TJ, un maridaje entre lo ‘políticamente correcto’, la tendencia, el credo personal y el esperpento al que nos acostumbran nuestras normas y autoridades posibilitan esta historia.
Un policía que aprueba oposiciones con buen número pide destino y llega a la Jefatura donde debe trabajar. Allí va donde le dan el uniforme, correa, funda, pistola, etc... Se lo ponen en una mesa y, educadamente, devuelve el arma alegando que es TJ. El compañero le dice que esto viola el procedimiento y saltan sus rutinas de burócratas. Le insiste el TJ que no puede ni llevar ni usar un arma por su credo. Que es español, policía con plaza, que paga impuestos y que todo está bien menos lo de llevarse el arma y lucirla ante la ciudadanía.
El burócrata recoge el arma y hace un ‘parte’ a un superior. Aquel día tenía tema de charla en el almuerzo con su esposa en contexto de alucine. Como el jefe del burócrata nada tenía que ver con el ‘operativo’ aquel policía sin pistola sale de ronda en un patrullero, detalle en el que no repara su ‘compi’. Pero llega el caso que hay que detener a un tipo que viola normas.
Bajan del patrullero los dos agentes uniformados, pero cuando se disponen a esposarlo y conducirlo al auto el ‘poli TJ’ le dice a su compañero que no puede ejercer violencia sobre el detenido ya que viola su credo. Le informa que es TJ y el su compañero alucina en colores. Ya van dos. Surrealismo en estéreo.
Tras regresar a la jefatura, proceden a redactar atestado y el ‘poli TJ’ insiste que tiene ese credo y que violencia también lo es en el texto por lo que el trámite se lo guisa solo el policía-policía, por llamar este tema de alguna manera. Lógicamente cuando acaba la guardia pide a su jefe no hacer más patrullas con tan singular servidor público, con ideología propia, aunque chirría con los cometidos, facultades, uniforme y obligaciones policiales.
La temperatura sube
La situación que crea el ‘poli TJ’ sube a la cúpula del cuerpo. Como es norma nadie sabe qué hacer hasta que alguien se ilumina y encuentra la solución en pro del chachi-piruli, buenismo, filosofía Bambi-Alicia que presiden los actos de algunos de nuestros gobernantes
Una jefe policial ‘intocable’, por mujer, por sus excelentes lazos con la cúpula de su cúpula decide que al ‘poli TJ’ debe respetársele su proceder policial sin menoscabar su credo. Recalca que este es un país tolerante, integrador, demócrata. Además, la diversidad y el pluralismo son parte del colectivo policial, para así justificar y acreditar que es parte de la sociedad a la que sirve. Vaya, aboga por lo ‘políticamente correcto’ en un contexto, el policial, donde surgen interrogantes por doquier.
Obviamente la decisión indicada es replicada contundentemente por la ortodoxia de los policías más cercanos a las normas que exigen portar arma en servicio de calle, con o sin uniforme, que es parte del trabajo policial redactar atestados y detener a ciudadanos sospechosos de trasgredir normas. Que el ‘poli TJ’ debió pensarse antes de opositar dónde entraba.
El conflicto que crea entre sus colegas el ‘poli TJ’ no existe. Nadie decide nada excepto que este servidor no encuentra compañeros de patrulla ni le hacen detener a nadie, ni participar en atestados. Se ve que el credo como TJ lo relativiza cuando lee literatura policial porque ahí hay, indefectiblemente, mucha violencia.
Este artículo no tiene epílogo, ni prólogo pero genera preguntas: ¿Hay cirujanos alérgicos a la sangre? ¿Existen sacerdotes que reniegan de su religión? ¿O mineros, o ascensoristas que padecen claustrofobia?. No se sabe. Pero en Sevilla hay un policía que ni lleva armas, no detiene a nadie, ni hace atestados sobre personas privadas de libertad. Felicito a los lectores y lectoras: vivimos en una provincia muy divertida. No nos aburrimos.