In fraganti

Escámez, el lotero que estafó a Sevilla

La picaresca sevillana escribió letras de oro con el apellido Escámez. Fue un lotero que multiplicó participaciones de un número finalmente afortunado con el ‘gordo’ de 1951

Juan-Carlos Arias jcdetective /
05 sep 2020 / 04:09 h - Actualizado: 05 sep 2020 / 08:38 h.
"In fraganti"
  • Fotos: Andalucía Viva
    Fotos: Andalucía Viva

Los timos basados en la Lotería Nacional son infinitos. Cálculos matemáticos reducen posibilidades de premio al mínimo. Por ello, el gran beneficiario de este juego son las arcas del estado. El tercer presidente norteamericano Thomas Jefferson lo vaticinó: ‘Las loterías son un impuesto del gobierno al desconocimiento de las matemáticas’. Los tiempos del 2020, de crisis, precariedad laboral, subempleo, desahucios y desigualdad social hacen que jugar a la lotería sea refugio donde puede sonar la flauta. Hace casi 70 años Sevilla fue la capital de la estafa jamás imaginada. Protagonizó el ‘caso Escámez’

Francisco Bernardo Zambrana Chico (1942-2009), Interventor del Estado formado en Sevilla y veraneante en Matalascañas, sabía bien que el 40% del importe de los décimos de la Lotería Nacional nutren arcas estatales. Incluso, se ahorra un dineral con los ‘gordos’ que le tocan por números no vendidos. Al frente de la Lotería Nacional (antes ONLAE, hoy SELE) entre 1984-88, Zambrana relanzó la Lotería Primitiva ideada en época de Carlos III e inventó la Bonoloto.

El ocaso de Zambrana, tras el éxito recaudatorio que logró compitiendo con el emergente cupón de la ONCE, lo trajo a su carrera funcionarial la privatización de la textil malagueña Intelhorce cuando dirigía, años después, Patrimonio del Estado en el Ministerio Hacienda. Fue acusado, y absuelto, de delitos que cometieron otros ‘premiados’ con la misma rapiña que sufrió la textil sevillana Hytasa.

Sin embargo, el lotero sevillano Miguel Escámez Arquero creía haber descubierto el Mediterráneo, acariciar el mirlo blanco o alimentar una gallina que pone huevos de oro cara al sorteo de Navidad del 22 de diciembre de 1951. Sobre tan señalada fecha, se consumó la mayor estafa en la lotería española conocida hasta entonces. La mala suerte para Escámez posó el ‘gordo’ en uno de los números de los que vendió miles de participaciones en la creencia que no tocaría. La ruleta del destino le jugó una mala pasada. Se sabía que la treta podría aplicarla desde muchos años atrás.

Una decisión firme de la Audiencia Provincial sevillana condenó a 22 años de cárcel al lotero Escámez. A dos empleados de su despacho de loterías a 8 años a cada uno de ellos respectivamente. Encontramos muy explícita la sentencia ‘...el único problema era el riesgo posible, pero remoto, que un premio mayor impidiese hacer frente al pago......’. La realidad del azar generó el peor escenario. El ‘gordo’ recayó en el número 2704. Del mismo había revendido miles participaciones sin décimos que las respaldaran.

Demasiados afectados

Casi 5000 personas ’agraciadas’, exactamente 4808, sufrieron la cruda realidad de ser millonarios en la peor parte de sus sueños: la pesadilla. La mayoría de clientes que compraron las participaciones era gente trabajadora y de barrios modestos. Hablamos de una Sevilla de privaciones, estrecheces y secuelas de la posguerra. Los premiados pasaron de la euforia a la ira en poco tiempo. La rabia que concentró Escámez daba para su pataleo. Por cada peseta que pagaron en lotería a Escámez habrían recibido nada menos que 7.500 ‘rubias’. Hablamos, pues, de casi 3.000 euros al día de hoy.

Los Magistrados de la Sección Segunda de la Audiencia relatan en su sentencia de julio de 1956 que el lotero y sus dos cómplices, empleados del despacho de loterías, encargaron a imprenta 120.000 participaciones de una peseta de los 30 números asignados como fijos a su despacho. El nombre comercial del mismo fue ‘La Europa’. Se situó en la plaza del mismo nombre, en zona Alameda de Hércules de la capital hispalense.

El Ponente de la sentencia Santos Bozal Casado, padre del prestigioso Magistrado hoy jubilado Santos Bozal Gil relata que ‘...el público sencillo que las adquiría no advertía, ni ponía reparo, a la omisión deliberada del número de foliación, garantía de que la cifra de participaciones no excedía del fraccionamiento permitido por cada billete.....’.

La Audiencia no estimó responsabilidad del Estado a nivel subsidiario. Sólo indemnizó el dinero de los únicos billetes premiados que tenía el lotero a repartir entre los agraciados. El caso judicial no se cerró hasta abril de 1972, 21 años después de estallar el escándalo. Hubo afectados ‘agraciados’ en Sevilla, Jerez, Algeciras, Huelva, Mérida y Madrid.

Escámez, el lotero que estafó a Sevilla

El hábil buscavidas creíble

Escámez era un tipo que caía bien en una Sevilla que quería despertar de la pesadilla de la postguerra en una España aislada internacionalmente. Corpulento, lenguaraz y con casi 70 años -cuando consumó la estafa- tenía labia seductora, subyugante. Sus empleados Antonio García y Manuel Barba le creían, además, a pie juntillas. Otros condenados por esta macroestafa no pisaron la cárcel. Los encartaron tras fingir ser poseedores de participaciones premiadas para ayudar a ocultar el engaño masivo.

El griterío que se agolpaba en la Audiencia (hoy sede de Fundación Cajasol, Plaza de San Francisco) exigía ‘pena de muerte’ para Escámez y sus compinches. Jugó con las ilusiones de miles de sevillanos. Su abogado, no obstante -cómo no- imploraba y sin acogimiento alguno, por su absolución. Invocaba para ello admitir solamente irregularidades administrativas del reglamento de loterías. En el patio carcelario de La Ranilla, una vez condenado Escámez, gritaban los presos el número con el que estafó al personal. Hasta se pagó una esquela en la prensa para celebrar el primer aniversario de la estafa, en diciembre de 1952.

Los cargos que le privaron de libertad a Escámez fueron genéticos en cuanto a los juicios paralelos, el delito-masa y los fraudes colectivos que afectan a muchos patrimonios personales. Estos tristes acontecimientos desatan las peores emociones para que se aplique una justicia primaria, de bilis. Ello nos equipararía al Far West norteamericano, donde el Sheriff es la mano bruta y nada ecuánime del poder sin tasa. La Justicia debe trabajar con neutralidad, sosegada, dando garantías procesales y respetando los derechos que asisten a víctimas y actores del ilícito.

El ‘caso Escámez’ articuló que la gestión de Loterías fuera más estricta con las administraciones, se prohibieran las participaciones emitidas por las mismas. A pesar de ello, hermandades, clubs, bares, y entidades de toda clase siguen emitiendo esas participaciones a fecha del 2020. Esta práctica suele entraña un laberinto de obstáculos para cobrar hasta los reintegros. Se hace ver que son donativos disfrazados de juego. De esas limosnas se han hecho muchos billetes......

La historia del timo lotero

En España copiamos la Lotería Nacional de la homóloga Loto italiana. El primer sorteo fue el 10 de diciembre de 1763 y se celebró en la plaza de San Ildefonso de Madrid. Carlos III aceptó una propuesta de su ministro de Hacienda, Leopoldo Gregorio Esquilache, artífice de la copia patria. El Marqués de Esquilache no sabía que importó a la realidad española y su picaresca un juego que nunca ha entendido de clases sociales ni rangos, y mucho menos de cargos políticos. Las estafas en su nombre son irredentas

Detrás de los públicos ganadores de la lotería de Navidad, la que reparte más premios, existen otros ganadores menos conocidos: son los que falsifican participaciones o incluso décimos enteros. El timo del ‘Tocomocho’ (evolución jergal del ¿tocó mucho?) sigue vigente durante décadas en cualquier sorteo de la lotería.

Escámez, el lotero que estafó a Sevilla

Este timo clásico lo ejecutan unos actores que ofrecen un décimo falsamente premiado a la víctima. La falsificación puede ser del décimo o de la ‘Lista Oficial’, aunque hoy en día es mucho más fácil comprobar la veracidad de una lista de premios, por lo que la falsificación de la misma ha quedado obsoleta.

Aunque pueda parecer mentira, el ‘Tocomocho’ es vigente. La avaricia más codiciosa es un ‘don’ que no muere. Por ello, siguen sin sepultarse timos coetáneos como ‘El nigeriano’, ‘La falsa participación’ e incluso ‘La estampita’. Igual que persisten estos engaños, los timadores sobreviven. También hay prestos ‘julays’ o ‘lila’, o lo que es lo mismo: los ‘primos’ que ‘pican’. Estas historias las conserva, con mimo de bibliotecario el mantenedor de la Timoteca Nacional’ Tomás Sastre Rubio. Es sobrino del inolvidable Enrique Rubio (1920-2005) que la creó. Rubio estaba considerado enciclopedia en el periodismo de sucesos junto a Margarita Landi (1918-2004).

Enrique Rubio acumuló sabiduría en cuanto a desentrañar los timos. En un espacio televisivo de hace años probó lo fácil que es timar al personal con una simple participación de lotería. Antes de empezar el programa, Rubio regaló una papeleta a cada espectador; en total más de cien.

Las había de todos los colores y cantidades, por lo que -ya de entrada- se mosquearon un poco en función de la que le tocaba a cada uno. Una vez empezado el programa, Rubio preguntó: ¿Creen que son válidas? ¿Dónde ven ustedes un timo?. Las respuestas fueron de lo más variadas: si faltaba poner Madrid, si la firma no era la auténtica, si el papel era diferente, si el sello no estaba centrado, etc... El timo estaba clarísimo: el número era el 87.213 y nadie supo que -por aquél entonces- el más alto que entraba en el bombo del sorteo extra navideño era el 65.999...

Finalizamos este viaje con alforja de palabras al arcano de la picardía criminal y desalmada de Escámez con una realidad que relato el mismísimo, e inolvidable, Antonio Machado. Una vez, acuciado por un apretón, se limpió el trasero con un billete de lotería que sacó del bolsillo del pantalón. El décimo finalmente resultó premiado. No relató el sevillano universal si hizo por cobrar o no el premio, pero imaginamos lo que le dictó su bohemia intelectual.