Algunas historias duermen olvidos tras rumorearse, o llaman a la puerta de lo inédito. Alertan que no se completaron las crónicas. Hace 25 años, el ‘Caso Juan Guerra’ sentó en el banquillo al ‘asistente’ del entonces todopoderoso Vicepresidente del Gobierno (1982-91) Alfonso Guerra, flamante, digno y merecido Hijo Predilecto de Sevilla. Fue el ‘Caso Juan Guerra’ un proceso, aplaudido popularmente, contra la corrupción y la soberbia del poder. En 2020, las cosas no han cambiado mucho en la política española
En 1990 un Alcalde socialista gaditano, quizá airado por no ser Presidente de la Diputación, levantó la alfombra del caso. Pedía luz y auditorías – las ‘de infarto’ las prometía ‘Arfonzo’ Guerra en mítines-. Una recalificación urbanística millonaria fue la excusa del Alcalde. Y ahí pululaba Juan Guerra. En estrados judiciales, en 1995, aparecieron telarañas societarias, maletines, comisiones, clientelismo y ‘cafelitos’ en la Plaza de España sevillana que tramaron los trapicheos.
El denominado ‘Caso Juan Guerra’ invitó al legislador a incorporar el tráfico de influencias como delito. Aceleró la de otros: cohecho pasivo, corrupción entre particulares, delitos medioambientales, societarios, acoso.... Endureció penas para muchos ilícitos de ‘cuello blanco’, los carentes de sangre o violencia, pero que exigen más reproche penal por los irreparables daños que causan a demasiadas víctimas.
Este ‘caso’ reproduce técnicas que usaron políticos españoles cercados por la corrupción. Sus claves pautan, intentan esquivar y derivan responsabilidades: Primero se niega la evidencia difamando a las fuentes; después reina el victimismo. Se añaden conspiraciones que hasta lo explicarían. Finalmente, se asesina a la mensajería con insultos y calumnias. El aparato y cerebros grises del partido, de cualquiera imaginable en la democracia española, se encargan de la faena postrera, acreditada como efectiva.
Aunque inicialmente se investigó una supuesta financiación ilegal del PSOE, jamás se acreditó prueba -judicialmente admitida- por ese derrotero. No es menos cierto que el ‘hermanísimo’ tras ayudar a numerosas personas desinteresadamente y hacer negocios privados en un despacho oficial sin tener nombramiento, ha tapado tramas y personas que en Sevilla eran de sobras conocidas. Al que fuera responsable de finanzas del PSOE, Dr. Guillermo Galeote [fue también un reputado internista], desaparecido tras alcanzarlo el ‘Caso Filesa’, se le atribuyen palabras sobre ‘operaciones heterodoxas’ que beneficiaban al partido: ‘Si te pillan, no te conocemos’. Juan Guerra lo supo muy bien, pues sufrió la peor soledad
Juan Guerra jamás fue detenido, ni pisó la cárcel. Aunque fue encartado en cinco sumarios judiciales, finalmente fue condenado por un delito fiscal cuyas consecuencias dinerarias escurrió al declararse insolvente. Aquel escándalo que protagonizó Juan Guerra le arruinó de verdad. Y con su ‘caso’, ¡magia!, el PSOE andaluz blanqueó tramas y laberintos societarios de benefactores o conseguidores. Dio carta blanca a una engreída gauche divine sevillana, ‘intocable’ y que hacía tratos de señoritos o de salón.
El ‘hermanísimo’ sería, pues, un sutil tonto útil que hizo ricos a listos que jamás trascendieron. Quienes estuvieron cerca del ‘caso Juan Guerra’ admiten, en privado, que no fue todo verdad lo que conocimos y lo que se supo en juzgados o por la prensa. Hubo ‘inventos’ que eran agravios funcionariales y una lucha política descarnada. También, habría un legítimo reclamo de la primera esposa del hermanísimo al no cobrar pensiones para menores habidos antes del divorcio. Toda esa sobretensión adulteró bastantes evidencias que plasman un proceder en la política que daña el interés público
La Justicia, como casi siempre, dio una de cal y otra de arena al caso. Investigó, absolvió o condenó según fueran las pruebas. El Magistrado Ángel Márquez, reputado jurista con ADN togado de familia, soportó lo indecible al frente del Juzgado que instruyó el ‘caso Juan Guerra’. Su rigor y profesionalidad fue de aplauso, pues tuvo temple y todo en contra.
Márquez ordenó al primer grupo policial judicial que lideraba José Antonio Vidal llegar hasta donde alcanzara la ley. Vidal no sabía hasta qué charcos le llevaría su curtido olfato policial. Fue sancionado, espiado y ninguneado por las mismas razones que cesaron hace pocos meses al Coronel Pérez de los Cobos investigando la pandemia. La Policía y Benemérita son del estado, no del gobierno de turno.
El libro ‘Policía’ (Caligrama, Barcelona 2017) de Andrés Díaz Muñoz chirría. Un servidor público no debe identificar personas, ni lugares, que conoció en misiones de inteligencia. Díaz, cuando era Comisario de Información, en el Capítulo XI de tal libro, refirió que fue imputado y absuelto por negar información para el ‘caso Juan Guerra’. Díaz seguiría órdenes. Su dilatada, y condecorada, carrera policial comenzó en la Brigada Político-Social. Fue Comisario también en El Puerto de Santa María, barriadas sevillanas y en una embajada. Un fallecido hermano suyo fue un reputado detective privado (Madis) que antes fue ejecutivo del Corte Inglés.
Para la Expo de 1992, y paliar el desgarro al PSOE del ‘caso Juan Guerra’ nombraron en Sevilla Jefe Superior de Policía a José Luis Morales, antes destinado en Lleida. El recordado ‘Chato Morales’ limpió las cloacas, puso a trabajar a enchufados ociosos, acabó con el menudeo, tirones por doquier y con esa Sevilla que nadie quiere recordar pre Expo Universal en una capital que parecía demasiado provinciana.
Viaje a Portugal
Juan Guerra, con su caso, recibía balazos de varios frentes. 1990 fue un año que quisiera olvidar un simpático y bondadoso sevillano. Su coraje, espíritu emprendedor y habilidades sociales sonreían al reto de esquivar la que se le venía encima. La presión ambiental era insoportable. Con su cese como ‘asistente’ se cayeron amistades, negocios y contactos por ser quien era. La soledad frente al peligro era latente. Sabía bien qué entrañaban sus apellidos y su hermano de la Moncloa. Y quiso vacunarse.
Juan Guerra a principios de enero de 1990, según el dirigente socialista Txiqui Benegas y guerrista de pro, se disgregó del ‘hermanísimo’. Benegas le retiró el apoyo de antaño del PSOE. A partir de ahí Juan Guerra se dispondría a organizar su defensa legal ante los frentes judiciales que tenía abiertos. Sabía que merodeaba el banquillo. Él supo, en enero de 1990, que ya era un juguete roto. Nadie le ‘conocía’ ya en el PSOE.
Hay una leyenda, en la coinciden varios testimonios fiables, sobre un viaje al país luso que hubiera cambiado el curso del ‘caso Juan Guerra’. En Portugal tenía negocios inmobiliarios (Algarve) y estaría negociando la compra de un Hotel en Estoril. Un fin de semana –entre el 19 y 21 de enero 1990- decidió llevar en el maletero de un Mercedes 300B azul cajas repletas de documentos que podrían comprometerle, hacer lo propio con el PSOE y a su ilustre hermano que mandaba en Moncloa.
La leyenda a la que nos referimos relata que los pasos de Juan Guerra los seguían policías, y en el PSOE, desde altas esferas. Escrutaban sus movimientos de tal forma que hacía buena una frase que se endilga a Alfonso Guerra: ‘quien se mueva, no sale en la foto’. Y Juan llevaba tiempo fuera de ángulo, no era bienvenido en esa instantánea. Benegas, repetimos, le dio el puntillazo cuando dijo no saber nada del ‘hermanísimo’ en enero de 1990.
La paciente espera para abordar el barco en Ayamonte hizo un viernes a Juan y su acompañante femenina ganas de almorzar en tierras lusas. A pocos kilómetros de Vila Real, traspasada la aduana portuguesa, Juan decidió darse una opípara comida. No sabía que una pareja de españoles que le saludó respetuosamente desde una mesa próxima del restaurante eran -en realidad- policías ‘pata negra’. Se coordinaban hábilmente con otros colegas que vaciaron –sigilosamente- de documentos el maletero del Mercedes que aparcó fuera. La misión policial encubierta, pues, resultó impecable.
Al parecer, Juan Guerra se percató del mangazo al llegar a su destino del sur portugués. Cambió, de inmediato, los planes de viaje. Sería imaginable su cara cuando abrió el maletero y lo vio ‘vacío de papeles’. Juan Guerra y su acompañante optarían entonces por alquilar una habitación en el Apartotel Atlántico de Monte Gordo. Allí fueron localizados por dos curtidos periodistas sevillanos, José María Arenzana y Juan Manuel Serrano. Al ser descubierto, Guerra adelantó la salida del hotel. Los periodistas optaron, entonces, por esperarle en el puesto español de Ayamonte.
Juan Guerra, sorprendido por las inesperadas fotos de Serrano recién desembarcado de Portugal, tras exigir los carretes de las fotos, acordó una crónica que rápidamente fue portada en la prensa española y abrió informativos de radio y TV. Fue localizado por dos tenaces informadores cuando todos buscaban su ignorado paradero tras las palabras de Benegas. ¿La policía del gobierno socialista, no del estado español, sabía de los pasos de Juan a priori?. Una misteriosa llamada habría alertado a los periodistas. Una voz anónima informó del auto y sus ocupantes tras franquear la frontera española con destino Portugal. Juan Guerra era el conductor, iba acompañado. Y le buscaban....
Aquella secreta ‘operación Juan Guerra’ de leyenda cumpliría todas las expectativas. En algún lugar de España, tras recibir la noticia que los ‘papeles de Juan’ no estaban en su poder, comenzaron a arder los teléfonos y aliviarse muchos cuellos a los que la camisa no les alcanzaba. ¿Desde dónde se orquestó el envío de policías fieles al gobierno para neutralizar la –posible- venganza de Juan Guerra? ¿Qué pretendería guardar en tierras lusas el ‘hermanísimo’? Imaginamos la respuesta. Sólo eso.
Este operativo de película de espías logró que el ‘hermanísimo’ no quedara mudo. Habló para el público antes del juicio que le sentó en el banquillo a través de las páginas de un libro. Tenía, no obstante, poco más que mostrar. Y mucho que explicar él y esos policías ‘pata negra’. Lenguas afiliadas dicen que este ‘servicio extra’ fue recompensado con ascensos policiales y medallas pensionadas. Sus fulgurantes carreras se paralizaron desde que llegó el PP por primera vez a la Moncloa, en 1996.
El libro
La soledad de Juan Guerra fue pareja a la de Márquez y Vidal indagando verdades ante personas, políticos y estructuras hostiles. El ‘hermanísimo’ publicó unas memorias (‘Yo, el hermano’, Temas de Hoy 1990), lustros antes que su hermano Alfonso, experto en autobiografías de memoria selectiva y por entregas. Era parte de una reivindicación personal. La Justicia, años después, le absuelve en la mayoría de causas en las que fue encartado. ¿Fue una diana de una forma de hacer política?.
El libro de Juan Guerra fue también muy cuestionado. ‘Interviú’ hasta identificó un ‘negro’ que lo habría escrito sin prueba alguna. Esa parte de la guerra que protagonizó el ‘hermanísimo’ ya sabemos quiénes la ganan: Los perdedores. La legendaria revista terminó arruinada. Sus últimos responsables están imputados por la Justicia en un feo asunto de revelación de secretos. La editora, Grupo Zeta, vendió sus cabeceras residuales a precio de saldo.
La ‘operación Juan Guerra’ seguirá dormida en un sueño infinito. Todo se zanjó, como el ‘caso Arny’ con la Justicia de cal y arena. Hay, incuestionablemente, una evidencia. El hispalense Alfonso Guerra González, Vicepresidente del Gobierno que presidía su paisano Felipe González Márquez dimitió del cargo el 12 de enero en 1991. Quienes conocen entretelas del poder en esa época, añaden que el dúo sevillano discutió mucho en Moncloa por el ‘caso Juan Guerra’. Guerra se fue, González se quedó.
Post scriptum: ¿Alfonso Guerra soñaría ser hijo único?. Juan le dimitió del poder que tanto ansió. La primera suegra del ex Vicepresidente, la abuela de su hijo, le regaló otra pesadilla que hasta hoy sería inédita. Hablamos de otra leyenda fidedigna, ésta pulula por Triana. Se inició por un veterano militante socialista. Escribió una carta a un periódico en 2001. Denunciaba que Doña Gertrudis, viuda, vivía en piso de renta antigua de calle Trabajo junto a una asistente magrebí sin contrato, ni papeles. El viejo socialista, acaso felipista, se preguntaba ante los ojos del periodista si el ‘defensor de los descamisados’ que amparaba a una inmigrante ilegal era ejemplar para la izquierda honesta y ejemplar en la que creía militar.
Preguntas posteriores de un informador en un portal y bares de la calle Trabajo montaron, en pocas horas, a la anciana en una ambulancia con destino desconocido. Y, también, esfumó a la magrebí.... El piso que ocupaban, en estado mejorable, lo recuperó su propiedad tras cobrar rentas e IBI de años pendientes. Un burofax que llegó a la última sede de Librería Antonio Machado obró ese milagro. Alfonso Guerra, que apreciaría a Doña Gertrudis, no la cita en sus libros de memorias. Tampoco, al que fuera su más fiel Diputado, guerrista de pro y reputado Catedrático de Historia Alfonso Lazo. El memorialismo del ex político -por lo que leen nuestros ojos- es frágil y esquivo. Leer para creer. La máxima ‘si naciste para martillo del cielo te caen los clavos’ que cantó Rubén Blades y produjo Willie Colón en ‘Pedro Navaja’ (LP Siembra, Fania Records, USA 1978) se queda corta.