Una de las incógnitas criminales más inquietantes es el magnicidio del único Vicepresidente y Presidente del Gobierno (1969-1973) que nombró Francisco Franco durante su dilatada dictadura (1939-1975). El Almirante Luis Carrero Blanco, aunque nacido en Santoña (Cantabria) y vecino de Madrid durante décadas, tuvo estrecha relación con Sevilla. Su médico personal -el endocrino Juan Fernández- fue Alcalde de Sevilla (1969-1975). También, fue asiduo cofrade hispalense y romero en Valme. Su viuda, Carmen Pichot y familiares son, y han sido, vecinos de la ciudad.

Mucho se ha escrito sobre el ‘impecable’ atentado que segó la vida del delfín de Franco el 20 de Diciembre de 1973. La ETA lo bautizó como ‘Operación Ogro’. La CIA, inteligencia norteamericana, no sabemos qué nombre le puso. Pero sus agentes conocían ‘movimientos’ a priori al perpetrarse en las inmediaciones de la embajada de EEUU en Madrid.

Una por una se fueron desmontando las ‘versiones oficiales’ del atentado días y semanas tras su ocurrencia. Libros, artículos y películas aumentaron un misterio que sobrevive al silencio con que se preside este magnicidio. La familia del infortunado tampoco fue explícita. Para más inri, el ya desvalijado sumario del atentado desapareció de los archivos judiciales. ¿Quién o quiénes tienen interés en taparlo todo?

Sin adentrarnos en el contexto político de España aquel Noviembre de 1973, cuando Franco renqueaba y se pugnaba por suceder al General dentro y fuera del régimen que instauró, hay claves que explicarían tanto misterio sobre la trama criminal. Segó la vida de un lúcido patriota por encima de todas las consideraciones. Carrero, no nos engañemos, entrañó un obstáculo para quienes aspiraban al poder, cerca y lejos de las urnas.

El 14 de Septiembre de 1972, en la cafetería del madrileño Hotel Mindanao se ven tres personas. Uno es alto, elegante, luce gabardina blanca y nadie lo identificó, incluso los ‘historiadores’ oficiales. Los otros dos son los etarras Argala y Wilson, recién llegados al Madrid del tardofranquismo, si admitimos el palabro de Umbral. A los terroristas le entrega el hombre de la gabardina un sobre con la rutina cotidiana del Almirante. Días después, comprueban que son ciertos los datos del sobre.

Los etarras se ponen mano a la obra cavando un túnel a cuyo efecto alquilan un piso a un influyente franquista en la calle Claudio Coello madrileña. Usaron para el atentado una dinamita plástica (C4) que exclusivamente usa el ejército norteamericano.

El comando etarra que obró el atentado manejó datos y tuvo facilidades anormales para una célula terrorista que se movió en el Madrid de los setenta con demasiada facilidad. Una colaboradora local del comando fue Eva Forest, esposa del dramaturgo Alfonso Sastre. Su eficacia resultó sustantiva. El matrimonio provenía de una escisión del PCE, con el que apenas se relacionó ETA.

El 18 de Diciembre de 1973, el Almirante recibió en su despacho al secretario de estado norteamericano Henry Kissinguer, acompañado por el subdirector y jefe de operaciones de la CIA, Vernon Walters y Michael Nelson. Walters, que dominaba el español, le planteó a Carrero ante la ancianidad de Franco que para entrar en la OTAN España debería prescindir del ’Generalísimo’ e iniciar la ruta democrática.

Pero, al parecer, Carrero quería no seguir recibiendo chatarra por usar los norteamericanos 5 bases (Rota, Morón, Zaragoza, Torrejón y Cartagena) entonces en suelo español. Ansiaba un tratado bilateral más beneficioso para España. El que fuera Premio de la Paz, Kissinguer, le trasmitiría a Walters que la historia sería distinta. Como así fue.

Algo parecido le sucedió al General panameño Omar Torrijos cuando arrancó al Presidente Jimmy Carter en 1977 unos Tratados que devolvieron en 2000 el Canal interoceánico a manos panameñas. En 1981 Torrijos fallece tras extraño accidente aéreo que John Perkins en ‘Confesiones de un sicario’ certifica que no fue fortuito. El General Noriega, colaborador de la CIA, declaró la inteligencia norteamericana no estuvo lejos del magnicidio. El que fuera Presidente ecuatoriano Jaime Roldós murió de forma parecida.

La desclasificación de archivos sobre ese encuentro no arroja más luz ni actas. Hay tantas versiones como mentiras, excepto el patriotismo de Carrero que pagó muy caro manejar datos y enemigos tan poderosos. La muerte de Carrero se vengó por marinos según relatan varias crónicas. Uno a uno fueron eliminados quienes mataron al Almirante.

Los misterios sobre la muerte de Carrero siguen. No pueden obviarse los nexos con la inteligencia norteamericana del PNV del exilio. El que fuera su Lendakari expatriado José Antonio Aguirre obtuvo generosa financiación norteamericana al prestar a la CIA contactos en los principales puertos centro y sudamericanos por capitanes y oficiales vascos en mercantes que frecuentaban tales atraques.

Jesús Galíndez, el profesor-espía de la CIA que fue mano derecha de Aguirre, fue el coordinador de la red en la América de habla española y portuguesa. Hay varios estudios que ratifican tales vínculos entre vascos y norteamericanos. Una laureada novela del inolvidable Manuel Vázquez Montalbán relata las vicisitudes de tan fascinante personaje. Fue secuestrado y torturado por el General dominicano Leónicas Trujillo. Su cuerpo jamás apareció aunque hay una tumba en Euskadi con su identidad.

No se sabe hasta qué punto la CIA, por lo sabido y sospechado, fue la ‘larga mano’ que meció la cuna del asesinato de Carrero Blanco. Cierto es que quedan aún muchas incógnitas por despejar. Del enigmático General y espía Walters se sabe que frecuentaba España los mismos años que en el cono sur latinoamericano se desarrolló la implacable ‘Operación Cóndor’ que atentó la democracia con cúpulas militares formadas, casualmente, en la ‘Escuela de las Américas’ panameña cuando aún regían el Canal los norteamericanos. La excusa fue laminar la subversión comunista y guerrillera en plena ‘Guerra Fría’.