In fraganti

‘Pepe’, el gran estafador de la herencia australiana

Lo caído del cielo, ese maná que pagará hipotecas, materializará sueños, viajes o resolverá jubilaciones es el objetivo de quien ve cerca el dinero más fácil ahora que nuestros políticos se pelean por laminar el Impuesto de Sucesiones o minimizarlo, que ya era hora.

Juan-Carlos Arias jcdetective /
16 nov 2019 / 07:43 h - Actualizado: 16 nov 2019 / 07:43 h.
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  • ‘Pepe’, el gran estafador de la herencia australiana

Las herencias son fuente inagotable de conflictos durante los últimos tiempos. Una mezcla de codicia, traumas infanto-juveniles silentes, agravios familiares, disputas inacabables ansía el dinero menos trabajada en la vida de cualquiera. Lo caído del cielo, ese maná que pagará hipotecas, materializará sueños, viajes o resolverá jubilaciones es el objetivo de quien ve cerca el dinero más fácil ahora que nuestros políticos se pelean por laminar el Impuesto de Sucesiones o minimizarlo, que ya era hora.

La historia que presentamos hoy se generó en las antípodas españolas pero su causante nació en la campiña sevillana. Debemos regresar a la dura posguerra cuando el hambre, la injusticia y desigualdad reinó en una España antaño imperial. Una familia de jornaleros muy pobres repartió a sus hijos por campos y cortijadas trabajando, de sol a sol, a cambio de la comida. Ese era el jornal.

Las dos mujeres de la familia numerosa se repartían ayudando en casa, limpiando en las ajenas y viendo cada mañana cómo su futuro era turbio. A la más espabilada -aunque analfabeta-, la que quería salir de aquella cárcel familiar, le leyeron un anuncio en un periódico donde buscaban colonos para Australia aunque no cumplía los requisitos pues pedían parejas jóvenes sin hijos y sanos.

Millonaria con raíces

Muy dispuesta, la candidata -a la que llamaremos Carmen- se plantó en Madrid con el dinero de sus hermanos e hizo cola en el consulado australiano. Con cara de pena aunque plena de ilusión se entrevistó, a finales de los cincuenta, con un hombre que le rellenó la documentación y le prometió ayuda a cambio de poco dinero. Era un gestor con amistades en el consulado.

Carmen meses después, tras lograr el pasaporte, logró embarcar en su aventura australiana atracando en Melbourne https://es.wikipedia.org/wiki/Melbourne Allí trabajó de limpiadora inicialmente. Poco a poco, su carácter resolutivo y su inglés cada vez más suelto elevaron sus empleos e ingresos. El amor le llegó con un viudo sin hijos, más mayor que ella de origen polaco.

La pareja vivió feliz hasta que, a los pocos años de matrimoniar, Carmen enviudó y descubrió en una notaría que era millonaria. El que fuera su marido la declaró heredera universal con casa libre de hipoteca y varios fondos millonarios (fideicomisos) que administraría en función de sus necesidades.

La noticia llegó hasta Sevilla y allí se plantó, pues Carmen no tenía hijos del matrimonio, una sobrina ambiciosa que manejaba el inglés. Ella fotografió la casa de Carmen y contó a la vuelta del viaje australiano que la tía millonaria no olvidaba a su terruño natal. Al que nunca volvió.

La sobrina repetía a su ávido auditorio familiar que Carmen tenía dispuesto que su hermana Manuela sería su heredera. Con ella limpiaba y tenía mayores lazos que el resto de sus hermanos. Manuela recibió la noticia como si oyera llover. Casi jubilada de ser limpiadora municipal y analfabeta su vida no sufriría sobresaltos.

El ‘affidavit’ falso

El tiempo pasó hasta que Carmen enfermó de cáncer y fue cuidada por una vecina a la que generosamente compensó la sevillana en un lujoso suburbio de Melbourne. La sobrina llegó pocos días antes de fallecer su tía millonaria. Esta vez iba acompañada por un hermano bancario que dirigía una sucursal de extinta caja de ahorros babeando millones que trincar cual hiena esperando que el felino termine su trabajo. Aquel viaje identificaba la presa y el cómo hacerse con el botín como buen pirata.

La muerte de Carmen no pasó desapercibida en Melbourne. Su albacea fue la vecina que tan bien cuidó pero que ansiaba la casa de la difunta a precio de ganga para un hijo casadero. Manuela fue declarada heredera de Carmen oficialmente pero su sobrino bancario le quería más que nunca. Su hermana era cariñosa compinche. Y orquestaron un malvado plan.

Llevaron a Manuela a una Notaría con titular novel aunque ambicioso. Le hicieron firmar una declaración jurada (affidavit) en inglés sin saber estampar rúbrica alguna, ni escribir nada en castellano. En tal declaración declaraba conocer y aceptar un informe médico falso que la declaraba incapaz para administrar la millonada que heredaba. Por si aquella jugada fallaba otorgada ‘poderes de ruina’, es decir, amplios a su sobrino. Llamémosle ‘Pepe’ y situémoslo en una comarca: Alcores.

La bien pagada Notaría emitió varios documentos en inglés con el aval de la fe pública española que llegaron días después a un juzgado australiano pues los albaceas de Carmen desconfiaban -con razón- de ‘Pepe’ y pidieron el amparo de la Justicia local para la fechoría del ambicioso bancario.

Muerte y millones

Manuela, pocas semanas antes de morir, es entrevistada telefónica y personalmente por un detective de Sevilla. Le contrataron los albaceas australianos. Obviamente constató que aunque no sabía leer ni escribir estaba en sus plenas capacidades mentales y físicas pues su muerte se debió a un infarto masivo repentino. Disfrutó poco de la jubilación y de los millones de la hermana.

La muerte de Manuela creyó dejaría paso libre al bancario y su hermana, quienes tenían pactado el reparto del botín. La ‘alerta’ del detective en Melbourne estaba roja. Otra mayor se activó cuando se destapa que el testamento de manuela hace herederos a todos sus hermanos, ya que falleció soltera y sin hijos.

Un sobrino que oyó la historia y tuvo ocasión de desenmascarar a ‘Pepe’ llegó a contactar en Melbourne con los albaceas y el detective. El bancario tuvo que hacer buena la voluntad inicial de Carmen y posterior de Manuela. Con más pena que ganas repartió los restos de la herencia pues los primeros millones de dólares australianos los ingresó en una cuenta conjunta que los albaceas transfirieron a Manuela y, sin saberlo a ‘Pepe’. Obviamente el último dispuso en su beneficio del ‘mangazo’ que se las prometía más provechoso de lo que fue al final.

Epílogo de la herencia

La historia, como cabe imaginar, tras destaparse los movimientos de ‘Pepe’ y su silente hermana terminó fatal para ellos. La propia esposa del bancario le exigió el divorcio y la hermana tuvo que irse del pueblo acosada por dedos que le señalaban en los peores empeños. Los restos de la herencia de Carmen tuvieron un destino más sustantivo y provechoso.

Un parte se dedicó a traer los restos quien generó la herencia desde Australia hacia la tierra y el sol que le vieron nacer. Carmen descansa junto a sus padres y hermana. El resto de su parentela mejoró su vida y dignidades tras vidas de trabajo duro y penalidades mil. Poco a poco fueron muriendo menos millonarios de lo que les permitió ‘Pepe’. La historia de esta herencia australiana tiene moraleja.

No es otra que la codicia, la mentira, lo falso y cualquier cosa que se oculta a los legitimados en saberlo acaba dando bofetadas a quienes están en tales procederes. Dicho de otra forma: a la verdad si le cierras la puerta te acaba entrando por la ventana. ‘Pepe’, al que entrecomillamos porque se lo merece, es un alma en pena pues creyó que su patológica ambición le haría rico. Al final, hasta le despidió de mala forma su propia Caja de Ahorros, había engañado a varios ancianos más.