ANÁLISIS
El "juego de la pelota" del Tratado de Gibraltar: cuenta atrás para las elecciones británicas y europeas
Nuevo jarro de agua fría en las negociaciones entre Reino Unido y la Unión Europea, España y Gibraltar para sacar adelante un Tratado que defina el encaje de la colonia
Mario Saavedra
A José Manuel Albares le gusta repetir ciertas metáforas, y las que va usando respecto al Tratado de Gibraltar arrojan luz sobre unas negociaciones por lo demás ultrasecretas. En diciembre de 2022, dijo que "la pelota" estaba "en el tejado de Reino Unido”. Fue el primer puñetazo en la mesa del ministro de Exteriores sobre el tema, tras casi dos años de conversaciones. España había presentado una propuesta detallada, concreta, generosa y razonable, decía, y era Londres quien debía aceptarla o rechazarla.
Este jueves, a su llegada a Bruselas para unas negociaciones clave para definir el nuevo encaje de la colonia tras el Brexit, el tono del jefe de la diplomacia española era bien distinto, más esperanzador. "¿Sigue la pelota en el tejado de Reino Unido?", le ha preguntado un periodista. “La pelota va a estar hoy dentro de la sala de reuniones y la vamos a jugar todos juntos, como hemos jugado desde el 12 de abril y todas estas semanas”. El ministro se refería a la primera reunión que habían tenido a cuatro bandas, como la de este jueves: con su homólogo David Cameron, el vicepresidente de la Comisión Europea, Maros Sefcovic, y el ministro principal de Gibraltar, Fabián Picardo.
Pero, tras seis horas de reuniones, las noticias no han sido buenas. Primero, Reino Unido enviaba un seco comunicado conjunto, pactado con España, de contenido político casi nulo, más allá de las consabidas declaraciones de buena voluntad y de continuar las negociaciones. "No vamos a hacer más declaraciones sobre este asunto", añadía Londres. David Cameron se iba de la capital europea sin hablar con los medios. Ni acuerdo ni avances significativos que comunicar. Por ponerlo en otra frase de Albares: "Hacen falta dos para bailar un tango".
Las partes han emplazado a sus técnicos a seguir negociando en los próximos días, pero no se ha hablado siquiera de que se vaya a repetir este formato inédito de diálogo político. Uno en el que, por cierto, por primera vez se sienta al "llanito" Fabián Picardo (el equivalente en rango a un alcalde de Campo de Gibraltar, se malician los críticos) en la misma mesa que todo un vicepresidente europeo y dos ministros de dos Estados de primer orden.
El Tratado sobre Gibraltar
Pero esos simbolismos diplomáticos son poca cosa comparados con los posibles beneficios que puede acarrear el acuerdo, especialmente para los españoles de la comarca gaditana y los propios gibraltareños.
Unos 15.000 trabajadores cruzan diariamente la Verja para ir a trabajar al Peñón. Son el 50% de la fuerza laboral de la colonia. Miles más de ciudadanos británicos o "llanitos" que viven en Gibraltar cruzan también por cuestiones diversas; por ejemplo, para huir de lo angosto de la colonia hacia residencias amplias y con piscina de urbanizaciones como Sotogrande.
En total, unas 300.000 personas se beneficiarían del acuerdo de una u otra forma; o se verían perjudicadas, dependiendo de lo que sea lo acordado, como alertó aquí el alcalde de Algeciras, José Ignacio Landaluce, que teme que pueda impactar negativamente por ejemplo en la competitividad del puerto de Algeciras.
Los negociadores técnicos llevan dos años dejándose las pestañas en dos decenas de rondas oficiales, centenares de videoconferencias e infinitos intercambios de documentos. Deben fijar cada detalle en un Tratado que será muy voluminoso y muy complejo y, por supuesto, histórico. ¿Cómo controlar la entrada y salida de personas y mercancías si se derriba la Verja que separa Gibraltar y Cádiz? ¿Cómo reducir las diferencias en impuestos entre ambos lados para evitar que todo el negocio se lo lleve la colonia, a todos los efectos un paraíso fiscal? ¿Qué hacer con las bases militares que son el puerto de la Royal Navy y el aeropuerto de la RAF? ¿Cómo verificar la entrada de las decenas de miles de soldados y material militar que llegan cada año en la colonia? ¿Cómo gestionar el aeropuerto de forma conjunta, para que desde allí se pueda volar a Madrid, Barcelona o Londres? ¿Cómo crear, en fin, la “zona de prosperidad compartida” en Campo de Gibraltar y Gibraltar, sin tocar ni una coma de las reclamaciones soberanistas de ambas partes?
Situación transitoria
El juego de la pelota del Tratado de Gibraltar ahora se parece más a un partido de tenis, va y viene. Es como un Brexit en pequeño. Pero no se puede prolongar demasiado tiempo. Para empezar, porque en otoño hay elecciones en Reino Unido y puede que el Gobierno conservador se vaya a la oposición. Ninguna de las partes quiere tener que renegociar puntos ya acordados con otro Ejecutivo. Lo mismo pasa con las elecciones europeas del próximo 6 a 9 de junio. Un Parlamento Europeo y en unos meses una nueva Comisión, que deberán continuar con las negociaciones y aprobar la legislación correspondiente a Gibraltar. El previsible ascenso de la ultraderecha y lo endiablado de la aritmética parlamentaria no anticipan un entorno fácil para negociar nada.
En la Nochevieja de 2020, España y Reino Unido llegaron a un acuerdo para definir las nuevas reglas. De forma transitoria, se relajaron los controles de la Verja. Pero los funcionarios de la zona acusan cierto desgaste, porque las condiciones de entrada y salida no están del todo claros y dependen de la buena voluntad. Se generan choques innecesarios. Cuatro militares británicos fueron expulsados hace unos meses después de que fueran descubriendo entrando y saliendo en varias ocasiones en España en el mismo día; aún se desconoce el motivo. Agentes de la Guardia Civil fueron apedreados y uno fue malherido en la cara mientras perseguían a traficantes de tabaco, ante la pasividad de la policía gibraltareña. Pescadores españoles siguen siendo atosigados por las patrulleras llanitas por pescar en aguas que España considera propias.
De momento, este jueves no se ha llegado a ningún acuerdo concluyente, ni se ha atisbado siquiera. En otra de las frases más repetidas por el jefe de la diplomacia española: "Nada está acordado hasta que todo está acordado".
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