Fuera de órbita
Libia, centro del infame tráfico de personas
Kim Amor
Las costas de Libia son el último punto de partida hacia Europa de migrantes, refugiados y solicitantes de asilo, la mayoría subsaharianos. Antes de alcanzar su destino deben de sortear tres obstáculos que comportan grandes peligros. El desierto del Sáhara, los infames centros de detención libios y el Mediterráneo Central. Algunos lo consiguen, muchos se quedan en el camino. A todo ello hay que sumar la política migratoria de la UE que invierte millones de euros para impedir que los que huyen de guerras, pobreza extrema y persecuciones políticas salgan del continente africano.
En Libia reina una gran inestabilidad política. Es un Estado fallido, pero muy rico en petróleo y de gran valor estratégico. Las sucesivas guerras civiles han partido el país. Hay dos gobiernos. El de Trípoli, reconocido por la ONU y que cuenta con el apoyo militar de Turquía; y el de Bengazi, comandado por el general Jalifa Hafter, aliado de Rusia. Moscú regenta en la zona oeste tres bases militares áreas y mantiene desplegados a mercenarios del grupo Wagner. En este escenario caótico, las mafias que se dedican al negocio del tráfico de personas se mueven como pez en el agua.
Durante el peligroso y largo trayecto hasta el mar, los refugiados y migrantes subsaharianos pasan de un grupo de traficantes a otro, sufriendo todo tipo de extorsiones y violencia. Hay dos rutas principales. La que pasa por Sudán, que usan personas del Cuerno África y países próximos, y la de Níger, por la que huyen los nacionales de países de África Occidental, principalmente de la región del Sahel. En ambos casos viajan a través del desierto durante días.
Como ganado
Los traficantes trasladan a hombres, mujeres y niños como ganado en furgonetas pick-up bajo un sol abrasador sin apenas agua o comida. Si el vehículo sufre una avería, ahí se queda y la muerte es segura. Ocurre lo mismo cuando algún refugiado o migrante cae sobre la arena en plena marcha. El conductor no se detiene. Es frecuente encontrarse con cadáveres en el camino o en pozos de agua contaminada. Testimonios recogidos por entidades de derechos humanos así lo atestiguan. Los que consiguen llegar a la frontera libia son conducidos a los centros de detención gubernamentales o a cárceles clandestinas repartidas por todo el país. Celdas insalubres y superpobladas.
Ahí las personas cautivas son víctimas de "tratos crueles, vejatorios y degradantes", denuncia la ONU. Carecen de atención médica adecuada y de alimentos y agua en condiciones. Los traficantes intentan sacarles el máximo dinero posible. Una de las técnicas de extorsión más eficaz es grabar con el móvil de la víctima como se le tortura mientras se muestran las imágenes a sus familiares para que paguen más dinero.
Documentos que recogen lo que allí ocurre los hay y no pocos. Tres ejemplos : “Vas a morir aquí”, de Médicos Sin Fronteras; “En este viaje a nadie le importa si vives o mueres”, un informe elaborado conjuntamente por el ONU, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y el Centro de Migración Mixta (CMM); y el libro 'Cuando lo intenté por cuarta vez, nos ahogamos', de la periodista irlandesa Sally Hayden (Capitán Swing).
Financiación de la UE
A los centros de detención también van a parar los refugiados y migrantes que son interceptados en alta mar por la Guardia Costera libia, cuerpo policial que no tiene reparo en disparar contra barcos de oenegés en misión de rescate o a las mismas barcazas. La UE financia los buques que utilizan los libios y la formación de los agentes. Cerca de 60 millones de euros. "La Unión Europea paga a Libia para que haga el trabajo sucio", dice Francesco Pasetti, investigador en migraciones del think tank CIDOB. "Lo hace sin tener ningún tipo de control sobre ese dinero y conociendo muy bien lo que pasa en los centros de detención", añade.
El acuerdo económico de Bruselas es con el gobierno de Trípoli, aunque no se sabe cómo se reparten los billetes de la caja, si en ella meten también mano los traficantes o las milicias que actúan en el país. "Es en la política migratoria de la UE donde se manifiesta más claramente la contradicción entre los valores que Europa dice defender y sus acciones reales", afirma Pasetti. "La UE es cómplice indirecto de lo que ocurre en Libia. Esta política inhumana no funciona. Seguirán llegando más inmigrantes y refugiados y morirán más en el intento", exclama.
El tráfico de personas desde Libia es un negocio que traspasa incluso las fronteras de África y Europa. Aviones comerciales libios que despegan tanto de Trípoli como de Bengazi trasladan a Nicaragua a ciudadanos indios, según informa el diario 'Le Monde'. Una vez en Managua, los migrantes, cuyo objetivo es entrar clandestinamente en Estados Unidos, pagan un peaje a las autoridades nicaragüenses. El presidente del país centroamericano, Daniel Ortega, enemigo de Washington, contribuye así a aumentar la presión migratoria en la frontera estadounidense.
El riesgo de los nacionales indios no es comparable al que corren las personas subsaharianas. Según la OIM, en el 2023, al menos 2.498 personas murieron o desaparecieron en el Mediterráneo Central. No hay cifras sobre las que han muerto en el desierto, pero se estima que duplica la cifra de los fallecidos en el mar.
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