40 años de la bala contra Dios

Tal día como hoy de 1981, el turco Mehmet Ali Agca disparó hasta cuatro veces contra el papa Juan Pablo II, quien dos años después se plantó en la cárcel para perdonarlo

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
13 may 2021 / 17:57 h - Actualizado: 13 may 2021 / 20:07 h.
"Religión"
  • 40 años de la bala contra Dios

Al turco Mehmet Ali Agca, y a quien lo mandara, le salió el tiro por la culata. O los tiros. No solo porque el papa Juan Pablo II sobreviviera a aquel intento de asesinato, sino porque este le confirió una de las oportunidades más bellas del Cristianismo de poner en práctica el verdadero mensaje del Evangelio. Y a lo grande. En efecto, aquel papa polaco al que le impactó un tiro en el abdomen, otro en el brazo y otro más en el dedo izquierdo, que perdió tanta sangre y que fue operado a vida o muerte durante cinco horas y media mientras decenas de miles de personas rezaban por él en la madrugada más silenciosa que se había vivido en el Vaticano, se plantó dos años y medio después en el cárcel para perdonar a su agresor.

Se sentó en un rincón de la celda vacía y allí estuvo hablando con aquel joven de 25 años que se había criado en su barrio natal de Hekimhan como un pobre ladronzuelo, que había llegado a la Universidad en Estambul para malearse, sin embargo, con peligrosos grupos ideológicos hasta llegar a traficar con armas y matar a un hombre, que había llegado a ser condenado a cadena perpetua y que se había fugado... Allí, serio y pobre, enjuto, no era más que un pobre hombre. Un hombre frente a otro hombre. Y el Papa, representante de Cristo en la Tierra, lo perdonó. La bala que le habían sacado del interior de su cuerpo descansa hoy en la corona de la Virgen de Fátima.

Aquel intento de asesinato de uno de los hombres más poderosos del planeta, que casi se logra si no llega a ser porque la pistola se atascó al cuarto disparo, había puesto en solfa la seguridad de una de los estados que parecían más ajenos a la violencia mundial de aquella época, y la estampa de Juan Pablo II desvanecido entre los guardaespaldas fue, de alguna manera, una victoria del terrorismo mundial porque demostró que el mundo, una vez más, empezaba a ser más vulnerable. Si se podía disparar contra el papa como si tal cosa, ¿quién estaba a salvo?

Daba la casualidad de que aquel papa había aterrizado en la Santa Sede apenas tres años antes, después de la sospechosa muerte de Juan Pablo I, que murió en la soledad de sus estancias tan solo 33 días después de haber sido elegido. Y de que, aunque la nota que le encontraron a Agca en el pantalón pareciera una cosa de niño, o de película de serie B –“Yo, Agca, he matado al Papa para que el mundo pueda saber que hay miles de víctimas del imperialismo”-, lo cierto era que Juan Pablo II constituía una fuerte institución contra el comunismo ruso al apoyar a su paisano el líder obrero Lech Walesa, con lo que parecía alinearse, al menos aparentemente a nivel global, con la primera ministra británica Margaret Thatcher y el mismísimo presidente de EEUU Ronald Reagan.

El sonado intento de asesinato de la más alta institución eclesiástica en el mundo sirvió en todo caso para darle un espaldarazo al mensaje de amor de Cristo. En su primera intervención pública tras el atentado, Juan Pablo II dijo desde la cama del hospital que rezaba “por el hermano que me ha disparado, a quien sinceramente he perdonado”. Y, en efecto, dos años y pico después se presentó en su celda para decírselo a la cara. El turco le cogió la mano y se la besó. Y el papa le regaló un rosario. “Pedir y dar perdón es algo que cada uno de nosotros merecemos profundamente”, dijo Karol Wojtyla, nunca se sabrá si más como hombre o más como representante de Dios.

Un misterio

Lo que tampoco se ha sabido hasta ahora es el porqué de aquel intento de asesinato. Se ha escrito, dicho y elucubrado muchísimo acerca de las razones o de los encargos de Agca, pero el turco, después de haber seguido peregrinando por cárceles italianas y turcas durante más de media vida, e incluso de haber perdido la cabeza considerándose el verdadero Mesías y cosas así, no ha explicado nada mínimamente creíble al respecto. A aquellas alturas se había dedicado a sembrar pistas falsas y recurrir a los enigmas. Alguna vez dijo que él fue solo “un instrumento de un plan misterioso”. Admitió otra vez que la idea del asesinato del papa nació en la URSS, o que había sido urdida en el mismo Vaticano.

En 2014, Agca acudió a la Plaza de San Pedro, sin armas, pero con dos ramos de rosas blancas para depositarlas en la tumba de Juan Pablo II, que ya era santo. La policía lo detuvo para interrogarlo, pero Mehmet se limitó a decir que “sentía la necesidad de realizar aquel gesto”. El año pasado, el diario británico Daily Mail lo localizó en un barrio de las afueras de Estambul, rodeado de perros y gatos callejeros. “Ahora soy un hombre bueno”, dijo. “Cuando le disparé al papa tenía 23 años, era joven e ignorante”. Con sus antecedentes, nadie podría estar seguro de que diga la verdad, pero esa es ya otra historia.