Coronavirus

¿Por qué el porcentaje de eficacia de las vacunas cambia cada semana?

Las constantes variaciones porcentuales en las vacunas han provocado recelo en la sociedad, pero la ciencia tiene una explicación para ellas

Julio Mármol julmarand /
25 nov 2020 / 12:36 h - Actualizado: 25 nov 2020 / 12:39 h.
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La empresa farmacológica estadounidense Pfizer, en colaboración la alemana de biotecnología BioNTech, fue la primera en dar un porcentaje de eficacia para una vacuna: un 90%. El día no había acabado cuando el Ministerio de Salud ruso publicó que su vacuna, la Sputnik V, tenía un 92%. Después, la empresa estadounidense Moderna dijo que la suya alcanzaba el 94´5% de eficacia. Una semana después, Pfizer rectificó sus datos: la vacuna ya no tenía un 90%. Ahora era un 95%. Entre tanto, Oxford y Astrazeneca apuestan por un 70%. Pero algunos estudios preliminares indican que, en breve, esta cifra de eficacia subirá hasta el 90%.

El que prácticamente cada día, las empresas de farmacología añadan un par de décimas a la eficacia de sus vacunas ha generado suspicacia entre el público. La lógica parece ser la misma que la de la carrera lunar: ser los primeros en aterrizar en un mundo sin coronavirus, cueste lo que cueste. Pero hay una respuesta sencilla a estas variaciones. No estamos ante una partida de póquer entre potencias científicas. Estamos ante el transcurso habitual y previsible de la ciencia.

Para explicarlo, habría que comenzar por una cuestión puramente léxica: el significado de “eficacia”, y por qué no quiere decir lo mismo que “efectividad”. La eficacia es la fortuna de una vacuna en un entorno controlado. La efectividad es la suerte de una vacuna fuera de él. Es decir, en la realidad. Por eso, conforme el entorno controlado cambia y se agranda (más positivos, más pacientes, más personas inmunes), la eficacia se modifica, y con ella el porcentaje. Porque nos acercamos, lentamente, hacia la efectividad. La vacuna, poco a poco, va saliendo del laboratorio para pisar la calle.

Pfizer: del 90% al 95% (¿y más allá?)

La compañía alemana Pfizer cuenta con 43.661 voluntarios para desarrollar su vacuna. Unos han recibido un placebo; otros, la dosis original. Cuando se alcanzó el número de 94 contagiados, se examinó a qué grupos pertenecían estos. Los resultados arrojaron un dato esperanzador: de los 94, un 90% había recibido un placebo.

Al cabo de una semana, los infectados eran ya 170. Y, de estos, 162 habían tomado placebo. Es decir, el porcentaje ascendía a algo más de un 95% de eficacia. Los números eran mayores y la eficacia, en vez de desplomarse, había crecido. Eran buenas noticias.

Es esencial recordar que estos datos han sido validados por una Junta de Monitoreo de Datos y Seguridad (DSMB, en inglés) que, en el caso de vacunas como la de Moderna (con un 94´5% de eficacia), es independiente. La identidad de sus miembros se desconoce, para evitar que reciban presiones externas. Pfizer tiene su propia DSMB.

Hacia la sinonimia funcional

El aumento de la eficacia de las vacunas conforme se aumenta el número de pacientes controlados es un indicativo que invita al optimismo. Si la muestra sigue creciendo sin que los porcentajes desciendan, será porque la eficacia de la vacuna (producto de un entorno controlado, como se ha dicho) está muy cerca de su efectividad.

Algo ha preocupado a los científicos desde que comenzaron los ensayos clínicos: el que la muestra controlada no fuese una imagen real de la sociedad. Si los voluntarios no se exponían al virus, podría computarse erróneamente como inmune a alguien que no había llegado a estar bajo el foco del coronavirus. Pero no parece que esto esté ocurriendo. Eficacia y efectividad no son sinónimos, pero el avance de las pruebas invita a pensar que cada vez estarán más cerca la una de la otra.