Es una polvareda reciente. En los primeros compases de la propagación de esta pandemia que ha llegado para cambiarlo todo surgieron algunas voces que soñaba con una magna procesión que serviría para dar gracias –o matar el gusanillo- por el fin de la plaga. Roma se unió a la fiesta con aire paternalista, proponiendo llevar las “expresiones de piedad popular y las procesiones que enriquecen los días de la Semana Santa” hasta mediados de septiembre, en coincidencia con la fiesta de la Cruz y la Virgen de los Dolores. La reacción de la verdadera solera cofrade ha sido contundente. No ha lugar, eminencias...
Pero esas salidas extraordinarias alentadas por la autoridad eclesiástica –que en algunos lares se ha apuntado al carro con indisimulado entusiasmo- son tan antiguas como las propias imágenes de culto. Eso sí: la proliferación de este tipo de eventos –espoleados con cualquier excusa recurrente- han hecho cuestionar su sentido, sea cual sea el motor que lo alimente. Es un debate que existe, que pertenece a la realidad de las cofradías contemporáneas y que ha vuelto a salir a la palestra con ocasión de la pandemia. La propia mitra sevillana emitió hace algunos años una serie de normas diocesanas en las que -de alguna manera- se trataba de poner algún tipo de coto a la desmesura. Pero el uso y abuso de la imagen sagrada -repetimos- no es cosa de hoy. Distintos inquilinos de la silla de San Leandro no han dudado en alentar muchas de esas salidas desde la más remota antigüedad sabiendo del poder de convocatoria que sólo pueden prestar ciertas devociones.
La imagen corresponde a la salida del Cristo de San Agustín de 1737, organizada para pedir el fin de una calamitosa sequía que asolaba la ciudad y los campos.
Podríamos retroceder –entre muchas- a las procesiones de rogativas protagonizadas por el Cristo de San Agustín en 1649 y 1737. En la primera se quería impetrar el fin de la calamitosa peste que diezmó dramáticamente la población de Sevilla. En la segunda, magníficamente retratada en un lienzo de la época, se trataba de pedir por el fin de una sequía que había empobrecido la población. El Crucificado de San Agustín -que recibía culto en el convento del mismo nombre de las afueras de la Puerta de Carmona- era objeto de una devoción muy parecida a la que puede despertar hoy el Señor del Gran Poder. A lo mejor las cosas no han cambiado tanto y el círculo, de alguna forma, se cerró no hace mucho. El portentoso nazareno de Juan de Mesa fue escogido por el arzobispo Juan José Asenjo para presidir el jubileo de las hermandades y cofradías de la Archidiócesis con motivo del Año de la Misericordia. Ahí, esa es la verdad, no hubo lugar a disquisiciones.
La Sevilla de la posguerra no se puede entender sin la figura del cardenal Pedro Segura, monárquico convencido y verso suelto en el régimen de Franco.
El cardenal Segura y su mundo...
La historia contemporánea de Sevilla no se puede entender sin la poderosa estela del cardenal Pedro Segura, que manejó con mano de hierro la archidiócesis hispalense desde 1937 hasta la llegada de Bueno Monreal en 1954. Segura hizo cumplido uso de las imágenes, sumado a los viejos esplendores del culto católico que serían cercenados en la confusión que siguió al traído y llevado Concilio que estaba por llegar. En 1939 ya habían salido la Macarena y el Gran Poder, revestido de su túnica persa, para dar gracias por el fin de la Guerra Civil. Pero Segura -un monárquico convencido que no simpatizaba con la parafernalia franquista- empezó a enseñar su auténtica impronta al año siguiente...
El Gran Poder en 1939.
La excusa del II Congreso Mariano Diocesano fue la excusa para organizar, El 6 de octubre de 1940, una magna procesión presidida por la Virgen de los Reyes a la que se sumaron la Inmaculada del convento de San Buenaventura, la Divina Pastora de Santa Marina, la Virgen del Sagrado Corazón de los Jesuitas, la Virgen de Consolación de los Terceros bajo la tumbilla de los Sastres; María Auxiliadora de la Trinidad y la Milagrosa además de otras imágenes de gloria como la Esperanza de San Martín; la Luz de San Esteban, el Prado de San Sebastián, la Paz de Santa Cruz, el Rosario de San Gil, el Patrocinio de Triana, las Nieves de Santa María la Blanca, el Amparo de la Magdalena, la Virgen de la Granada, el Rosario de San Vicente, la Virgen del Voto del Salvador y el Pilar de San Pedro. Pero el espíritu barroquizante de Segura, genuinamente tridentino, se mostró en todo su esplendor en la clausura de la I Asamblea de Hermandades de Penitencia -en mayo de 1941- haciéndose pasear en el mismísimo paso del Corpus sosteniendo la custodia del Santísimo en la plaza de la España.
Patrona de la Archiciócesis
La definitiva apoteosis llegaría en 1946 a raíz de la proclamación de la Virgen de los Reyes como patrona de la Archidiócesis de Sevilla que venía a zanjar algunas polémicas anteriores. Segura alentó otra magna procesión en las que figuraron las imágenes de gloria del Pilar de San Pedro, la Reina de todos los Santos y la Virgen del Amparo de la Magdalena a las que se sumaron las dolorosas de la Amargura, el Valle y la Esperanza Macarena, que procesionaron sin palio y se encontraron en el camino de vuelta en las esquinas de Tetuán y Rioja. Aquella salida se verificó el 24 de noviembre de 1946 pero en 1948, en el que también hubo Santo Entierro Grande, se produjo una nueva manifestación de poderío. El motivo, esta vez, era la conmemoración del VII centenario de la reconquista de Sevilla por parte del rey San Fernando. La Virgen de los Reyes salió acompañada de imágenes fernandinas como la de Valme de Dos Hermanas -que llegó a Sevilla en automóvil-, la de los Reyes de los Sastres y del convento de San Clemente, la catedralicia Virgen de las Batallas, San Fernando, la Merced de la Asunción -calle Guadalquivir- y las Aguas del Salvador.
En esos años de apogeo, el cardenal Pedro Segura también abanderó la defensa de la Asunción de la Virgen y encabeza la peregrinación de las cofradías sevillanas a Roma en 1950 con motivo de la proclamación del Dogma, que alienta una nueva puesta en escena de fervor mariano. La Virgen de los Reyes fue acompañada, esta vez, del Rosario de Montesión, la Luz de la Carretería, la Alegría de San Bartolomé, la Pastora de Santa Marina, la Presentación del Calvario y el Loreto de San Isidoro. ¿Hablamos hoy de desmesura? Segura coronaría canónicamente a la Virgen de la Amargura -la primera dolorosa que recibe la distinción- cuatro años más tarde. Pero en 1954 también convoca el congreso mariano que concluye con la salida extraordinaria de la primitiva Virgen de la Concepción del Silencio -la de Cristóbal Ramos- en su paso de palio y sin la compañía de San Juan.
Pedro Segura falleció en Madrid en 1957. Se ahorró la caricia de los nuevos vientos eclesiales aunque tuvo que tragarse el sapo inmenso de la designación de José María Bueno Monreal como arzobispo coadjutor, una fórmula que también se empleó en la compleja transición entre Amigo y Asenjo. El caso es que Bueno Monreal llegó revestido de plenos poderes de gobierno que amargaron los últimos tiempos del pontificado del impar prelado burgalés que nunca digirió el mal trago. El nuevo arzobispo llegaba para despedir una época y dar la bienvenida a una nueva que no siempre fue comprensiva con la tradición de las cofradías y la mal llamada religiosidad popular. Pero eso lo contamos en la próxima entrega...