La Real Parroquia de Señora Santa Ana acogió una nueva edición del Pregón de la Semana Santa de Triana, el mismo templo en el que, antaño, hasta el siglo XIX, hacían estación de penitencia las cofradías del viejo arrabal, donde aún hoy continúa haciéndolo la Hermandad de Pasión y Muerte. Allí alzó la voz, en la noche del pasado jueves 23 de marzo, el escritor y compañero de El Correo de Andalucía Antonio Puente Mayor, que ofreció un poético pregón de gran altura inesperado para muchos que sólo le conocen como novelista y no como literato. Destacó, especialmente, su fabulosa, sentida y fluida dicción, digna de todo elogio, logrando mantener en todo momento la atención del público que abarrotaba, hasta con gente de pie, el templo trianero.
Arrancó Puente Mayor presumiendo de su nacimiento en Triana, introduciendo su discurso con un espléndido romance que en su recta final decía:
“¡Qué fortuna haber nacido
en el barrio de Triana!
Y pulsar lo cotidiano
sentado en una terraza,
encaramado a un balcón
atiborrado de plantas
o subido en la azotea
cual señor en su atalaya.
Claustro de frailes y legos,
vergel para los monarcas,
y palimpsesto glorioso
donde conviven mil razas.
¡Qué fortuna haber nacido
en el barrio de Triana!
Adorar al Niño Dios
en la plazuela Santa Ana,
endulzar la epifanía
con la hermosa cabalgata,
arrodillarme en los templos
en cuaresmas anheladas,
vestirme de nazareno
al llegar Semana Santa,
y palpitar al encuentro
de su carreta de plata.
¡Qué fortuna haber nacido
en el barrio de Triana!”
Señaló que las cofradías trianeras son el alma del barrio, puesto que:
“Son siete los latidos de Triana,
cual siete concesiones de la Gloria.
Modelo de piedad y barbacana
ungida bajo el sol de la memoria”.
Y fue recorriendo las hermandades. La última fue la primera, al ser la pionera que cruzó el puente de barcas en 1830, y así oró a su Nazareno:
“Ni el carey subyugador
ni la plata más bruñida
eclipsan la malherida
efigie del Redentor.
Desprovisto de rencor,
su semblante penitente
enmudece la corriente
con finura nazarena,
mientras la luz se enajena
al verlo cruzar el puente”.
Y de la calle Castilla, a Juan Sebastián Elcano, a Los Remedios, evocando la belleza sutil de la dolorosa del Jueves Santo:
“Doce varales de plata
la guardan majestuosa
y un santuario de cera
llameante la conforta.
De la capilla a la urbe
y por calles ampulosas,
con la Señora desfila
una corte fervorosa.
De soberana o de hebrea,
entre claveles o rosas,
¡con qué ternura nos mira
la Virgen de la Victoria!
Rutilante cual lucero
su travesía es fastuosa
entre el mar de nazarenos
que la precede y la escolta.
Cigarrera de postín
y del Jueves Santo glosa
su caudal no tiene fin,
pues su entraña es poderosa.
Bajo palio de cajón
o en su camarín dichosa,
¡con qué ternura nos mira
la Virgen de la Victoria!”
A su Hermandad de San Gonzalo dedicó un pasaje bellísimo, con un desgarrador soneto dedicado al Cristo de Ortega Bru:
“La flor de Nazaret te ungió de paz
y por Cafarnaúm el mar templaste.
En una cima te transfiguraste
tiñendo de candor tu dulce faz.
Dotado de una prédica locuaz
a grandes multitudes deslumbraste
y todo corazón de amor sembraste
con una beatitud limpia y veraz.
¿Por qué el sumo Caifás te señaló
cual ímprobo en el frío amanecer
y de odio la Ciudad Santa regó?
Tus fieles no lo pueden comprender,
por eso San Gonzalo te otorgó
un nimbo de Soberano Poder”.

Pero no se quiso ir del Barrio León sin ofrendarle sus décimas a la Virgen de la Salud:
“La Madre del Soberano
alienta de recogía
a todo aquel que porfía
por un futuro lejano.
Y con sortilegio arcano
y benéfica actitud
va derramando virtud
con seráfica pasión.
Musa del Barrio León,
y Virgen de la Salud”.
Pasado el ecuador del pregón, Puente Mayor arribó a San Jacinto, y se detuvo, cómo no, ante la Estrella:
“Refugio del pecador
y del Sacramento velo,
inmaculado pañuelo
en la dicha y el dolor.
Emblema conciliador
entre la gente sencilla,
abogada sin mancilla
y contagiosa alegría.
¡Quién pudiera, Madre mía,
anidar en tu capilla!
Vademécum de Sevilla
al llegar la hora incierta,
Tu donosura concierta
multitudes en tu orilla.
Pues no existen maravillas
ni más prodigiosas huellas
que tus doradas centellas,
ante las que nos postramos,
Flor del Domingo de Ramos
y Reina de las Estrellas”.
Seguidamente vinieron unos elocuentes versos endecasílabos para Pasión y Muerte, el Cristo trianero de Navarro Arteaga:
“El Viernes de Dolores las campanas
a duelo tañen ante tu silueta,
la multitud se torna anacoreta
y el llanto se dibuja en las ventanas.
Ni piedras jerosolimitanas
ni muros herodianos de profeta;
el mar donde navega tu cruceta
es savia de leyendas becquerianas.
Hipnótica es tu luz de atardecida,
magnético el sosiego de tu cara,
ingrávida tu voluntad rendida.
Pasión que la Promesa renovara
en el fecundo huerto de la Vida
y en puertas de la Muerte nos ampara”.

Y al fin llegó a su Patrocinio del alma, evocando lo sucedido hace medio siglo, aquel incendio voraz que no destruyó al Cachorro:
“Un sueño donde los niños
corretean por las plazas
que antaño los alfareros
con esmaltes decoraran.
Eterno corral de flores
cuya condición humana
permanece en la memoria
por todos alimentada.
Un vergel de primaveras
donde tu agüela Santa Ana
nos festeja con abrazos,
nos guarnece de plegarias,
y nos regala un olimpo
salpicado de campanas
donde expirar no es el fin
y cuyo nombre es Triana”.
Aunque también tuvo palabras para esa Señorita que resurgió de las cenizas y que ahora cumple cincuenta años tras recuperarla Álvarez Duarte:

“Dicen que la Señorita
va cumpliendo primaveras
cual zarza del monte Horeb,
que aunque arde no se quema.
Adalid de las vecinas,
resplandor de madreperla,
arquetipo de virtud,
espejo de las honestas,
bonita entre las bonitas,
princesa entre las princesas,
anfitriona de los Cielos
y la más dulce trianera”.

Y para el final dejó, cómo no, a la Esperanza de Triana...
“Todo en tu regazo cabe
Y a todo le das respuesta
pues tu divina Pureza
de los Cielos es la clave.
Del universo arquitrabe,
de las flores la belleza,
en el mundo no hay nobleza
ni monarca que te iguale.
Hoy, tus vástagos mortales
repicamos las campanas
de la iglesia de Santa Ana
porque tu nombre proclamen.
Luz, caudal, refugio, llave,
patria, espejo, filigrana,
Esperanza de Triana
y emperatriz de los mares”.
Y concluyó su pieza con una alusión al viaje que realizó a inicios de este año a Tierra Santa, fusionándola con Triana de un modo peculiar.

“Triana no es Jerusalén,
mas una estampa de Muerte
se recorta entre la gente
por Febo al atardecer.
No existe mayor Pasión
que la de su rostro inerme
cuando evoca, mientras duerme,
su pronta Resurrección.
Triana no es Jerusalén,
y tampoco lo requiere
pues en ella Cristo muere,
triunfa y vuelve a florecer.
Y en su nuevo amanecer
todas las gracias derrama
mientras el pueblo proclama:
Jesús, Triana y Amén”.
Ovacionadísimo pregón que no dejó a nadie indiferente, y del que se espera su edición escrita. Ojalá la delegada de Triana, Nani Aguilar, que presentó al pregonero, tome nota de ello, una nota que, musicalmente, la puso la Banda Sinfónica Municipal, que interpretó las marchas “Fuente de la Salud” de Bienvenido Puelles y como homenaje a su memoria, y “El Cachorro, saeta sevillana” de Gámez Laserna.