El otro día iba para San Juan de la Palma a tomarme una cerveza en jarrillo de lata cuando, a través de mi mascarilla, la bofetada llegó.
Resulta llamativo y hasta romántico ese momento en el que vas andando por la calle y te llega el aroma del incienso. Te retrotrae al sonido de los tambores, al agudo de la corneta y al crujir de la madera cuando los costaleros levantan el paso.
La mascarilla puede frenar el virus, pero no los aromas que nos llevan a unos recuerdos no tan lejanos de bullas, aforamientos, apartar la mirada cuando el tío del bombo le pega fuerte al instrumento o de tramos de personas detrás de un Cautivo que fue apresado por nuestros corazones.