Carráncano de un Corpus maratoniano

Cortejo. La reflexión abierta por monseñor Juan José Asenjo sobre la representación de las hermandades en la procesión ha llegado a la ciudadanía. Espadas, algo tenso al inicio, no recibió ni aplausos ni reproches

15 jun 2017 / 20:26 h - Actualizado: 15 jun 2017 / 21:24 h.
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Fresco. Los primeros sevillanos que se plantaron en la Catedral para disfrutar de la misa y la procesión del Corpus disfrutaron de algo que se va a echar de menos mucho este fin de semana en la ciudad: fresco. Antes de la ocho de la mañana aún había quien posaba sobre su hombro una chaquetilla de manga larga por si las moscas, pero moscas no hubo. Con puntualidad exquisita, el carráncano anunció la salida de la procesión a las ocho y cuarto exactas y, de paso, pareció avisar al calor de que ya podía hacer de las suyas. Un imponente ventilador fue colocado cerca del altar en el que monseñor Juan José Asenjo presidió la Eucaristía y el raca va, raca viene de los abanicos hizo también de acompañamiento musical a la celebración. La meteorología estuvo presente en la oración de los fieles ya que hubo una petición para que la lluvia regrese a una tierra que ya empieza a quejarse de sed.

La procesión del Corpus Christi se ha insertado en un desfile extensísimo de representaciones de hermandades. «A ver cuántos somos. Uno, dos tres, cuatro... filas. Casi un tramo», dijo uno de los miles de participantes en el cortejo. La queja del arzobispo de Sevilla sobre las excesivas embajadas que cada hermandad envía a la fiesta del jueves lucido ha calado en la ciudadanía: «Esto empieza a ser exagerado, llevamos más de dos horas de pie y todavía no ha salido la Custodia», se quejaba una señora.

Unos minutos después un señor mayor, achacoso de sus piernas, optó por desistir y volver a su casa sin ver ni siquiera como el Santísimo pisaba las calles de Sevilla. «No puedo más», dijo como mensaje de rendición. Habían pasado ya dos horas desde que el carráncano había puesto en marcha la procesión, y acababa de salir la imagen de la Virgen Inmaculada. Todavía faltaba media hora larga más.

También hubo quién se lo tomó con humor: «Aquí los únicos que faltan son los presidentes del Betis y del Sevilla», comentó un señor con cierta guasa. Opiniones hay para todos los gustos y hay quienes recuerdan también que las hermandades rescataron a esta celebración del olvido y que merecen tener el protagonismo que tienen.

Los primeros calores, la espera y el cansancio también dieron lugar a alguna situación tensa. Los turistas que a esa misma hora decidieron aprovechar la apertura de la Catedral para ver el templo se encontraron con que la puerta de San Miguel era al mismo tiempo salida de la procesión y salida de visitantes. Salía el paso del patrón de Sevilla cuando un grupo de argentinos trató de hacerse un hueco entre los sevillanos que presenciaban el desfile; «al próximo que pase le clavo el abanico», vociferó una señora en defensa de su parcela de suelo conquistado como casi lo hiciera el rey Fernando cuando arrebató Sevilla a la morería.

El baile de los Seises hizo por un momento que la solemnidad de la Eucaristía se relajara unos minutos. Un ejército de teléfonos móviles registró para la posteridad la coreografía de los niños danzantes. «Qué recuerdos de mi niño Rafael, cómo pasa el tiempo. Le voy a mandar una foto para que vea dónde estoy», dijo una señora emocionada mientras los niños daban sus primeros pasos al son de la música.

A las diez menos diez de la mañana el tañido de la campana del carráncano ya estaba de vuelta, cuando la misa del Corpus aún no había finalizado.

Quedaba por medir el termómetro político que siempre tiene esta celebración: la presencia del alcalde de Sevilla unos metros por detrás de la Custodia. Juan Espadas tenía el rostro tenso justo antes de pisar la calle, en el dintel de la Puerta de San Miguel. Avanzó unos pasos, miró a la izquierda, miró a la derecha, dio los buenos días, y nada, silencio. Juan Espadas fue uno más de las miles de personas que ayer desfilaron en la procesión del Corpus Christi. En una de sus semanas más complicadas desde que se hizo con el bastón de mando de la ciudad, ante la presión de sus socios de gobierno sobre la fragilidad de los apoyos firmados hace dos años, el socialista no levantó ni aplausos ni reproches. ¿Bueno o malo?