Cuando ayer tarde asomó el Señor Cautivo su frente reclinada a la luz del Furraque, se bañó de pureza y pasión refulgente, pero no fue por hacerlo media hora antes de como acostumbraba –la cruz de guía esta vez salió a las seis de la tarde–, sino porque la primavera decidió este año terminar de hacerse grande en la Semana Santa y ayer, martes consolidado de este Cautivo por Amor, ofreció su tarde con mayúsculas, su lentísimo atardecer de marzo inacabable convertido en estío.
Al Señor del Furraque, que en 21 años paseando su planta de Nazareno manso por la brisa cofrade de esta marisma suave ha conseguido ser el Señor con más nazarenos del pueblo –más de 400–, lo acompañaron ayer, además, los versos gruesos y con eco aún del pregonero, Juan Manuel Bernal Cecilia, que es de la casa; el reestreno del hermano mayor, Juan Gavira, que vuelve a dirigir los designios de su hermandad siete años después; y la vuelta a su color púrpura de siempre, para regocijo bíblico de su camarera, Pili Elías Amador, que lo veía salir desde un flanco de la capilla de San Sebastián, ayer catedral de Villafranca.
El Cautivo es el único Cristo que procesiona solo en la Semana Santa palaciega, sin Madre que lo llore detrás, marcado por el son ineluctable de la banda de cornetas y tambores de la Vera Cruz. Como en la proa de un barco a la deriva de una devoción desbordada y desbordante, miles de palaciegos lo miraban ayer por todas las calles, desde sus aceras abarrotadas y calientes, desde sus corazones albergadores de razones íntimas y gustosas promesas, perseguido y traicionado por las miradas de esos romanos de blanco plumaje, por los envidiosos del Sanedrín, por el índice lavado de Poncio Pilatos.
Los 54 hermanos que lo mecían desde las tórridas trabajaderas no sentían tanto el infiernillo de abajo como los corazones vivísimos de la gente arropando a un paso que convierte al costalero en artista porque transforma lo gigantesco del Misterio en ingravidez sobre aguas imaginarias, en ese milagro renovado que es este Jesús de Miñarro aleccionándonos sobre la Fe, tendiéndonos la mano en cada revirá, cada chicotá aun por las calles más amargas en que se convertían ayer algunas vías palaciegas, vivas metáforas dolientes de nuestras propias vidas.
Las últimas luces de la tarde se fundieron sobre las flores lilas que pisaba el Señor al llegar a la parroquia del Sagrado Corazón. Ya en la carrera oficial, hacia el casco antiguo y de vuelta al barrio entre saetas, el Cautivo se hizo Cautivador.