Domingo de palmas y ramos a la luz de la luna

Como en 2012, los cortejos del Amor y la Borriquita salieron juntos por el riesgo de lluvia

20 mar 2016 / 22:12 h - Actualizado: 21 mar 2016 / 00:40 h.
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  • El paso de La Borriquita salió del Salvador ya de noche y en compañía de los dos del Amor. / Inma Flores
    El paso de La Borriquita salió del Salvador ya de noche y en compañía de los dos del Amor. / Inma Flores

No hay mal que por bien no venga. La lluvia, o más bien el riesgo de que apareciera, permitió que se volviera a vivir una estampa histórica en la Semana Santa de Sevilla. Como antaño, los cortejos de la Borriquita y el Amor se fusionaron en uno solo para realizar una sublime estación de penitencia en la que no faltaron las palmas y los ramos, pero a la luz de la luna.

Por tercera vez en lo que va de siglo –antes ya ocurrió en los años 2000 y 2012– las puertas del Salvador se abrían a la caída de la noche para dejar paso a la cruz de guía del Amor. Tras ella, una chiquillería blanca de estreno que, con su cruz de Santiago al pecho, cumplía el rito de dar vida a la rampa de los sueños. Había murmullo, sonrisas en sus rostros, ilusiones por el estreno y una paciencia infinita en aquellos padres que acompañaban a sus hijos por una plaza del Salvador con un paisaje muy diferente al de otro Domingo de Ramos.

Lo extraordinario volvía a hacerse ordinario, otra vez por culpa del amago de lluvia. Pero ya poco importaba. Es más, casi ninguno de los niños que se atrevieron a salir con los mayores recordaban a esa hora el mal trago por el que habían pasado a eso de las tres de la tarde. Entonces, el hermano mayor les invitaba a abandonar el templo y volver a casa, mientras aguardaban que el paso de las horas confirmara la estabilidad que se esperaba para buena parte de la noche.

Un mal sueño del que pudieron despertar cuando diez minutos antes de la hora prevista –21.15 horas– una larga hilera de túnicas blancas comenzaba a salir desde el Salvador. Un cortejo más extenso de lo habitual, formado por casi dos mil nazarenos, en el que bajo el antifaz podía distinguirse la sonrisa del pequeño Antonio Candau. Suya era este año la responsabilidad de pedir la primera venia de la Semana Santa en carrera oficial y, aunque el tiempo se empeñó en ponérselo difícil, al final, y con una luz completamente distinta a la esperada, tuvo el honor de solicitar permiso de paso para sus hermanos en el Amor.

Con celeridad avanzaban los tramos para dejar paso al misterio de la Borriquita, exornado este año con rosas y fresias de color rosa. Como si de las tres de la tarde se tratara, los costaleros avanzaban de costero a costero mientras la banda de cornetas del Sol interpretaba Cristo del Amor. Sólo la luz era distinta a otro Domingo de Ramos.

Así, el negro del ruán de los nazarenos al cuadril tomaba definitivamente la plaza. Imponente, el crucificado de Juan de Mesa volvía a cobrar vida en las calles de Sevilla. Ya no había bullicio ni sonrisas infantiles, a pesar de que en el Salvador no cabía un alfiler. Ni fuera ni tampoco dentro del templo, donde las estrecheces del amplio cortejo obligaban a formar los tramos del palio en el patio de la colegial.

Con la candelería encendida, el palio del Socorro, acompañado por la dulce melodía de la banda de las Cigarreras, ponía el broche de oro a un cortejo diferente pero con el mismo sabor de siempre. Salió la Borriquita, con la luz de una noche compartida que siempre fue para el Amor.