El Cautivo que no lo es, en Los Palacios

El titular del Martes Santo en el Furraque completa una soberbia estación de penitencia demostrando por qué se ha convertido en el gran protagonista de la Semana Mayor

Foto: Juan Manuel Castillo

Foto: Juan Manuel Castillo / Álvaro Romero

Álvaro Romero

Sin pandemia y sin lluvia, Nuestro Padre Jesús Cautivo se asomó ayer tarde a su barrio del Furraque susurrándole al gentío que los caminos del Señor son inescrutables, que tres años sin salir es una pompa de tiempo en el tiempo, que llevaba un crespón negro por Antonio Manuel Maestre –cuya alma fue asunta al cielo en la víspera del último Corpus- y un monte floreado de tantos colores porque, aunque su advocación lo bautice de Cautivo, los cautivos son siempre los demás: esos cautivos de las riquezas, de los vicios, de la vanidad, del qué dirán. El Furraque se convenció de ello nada más verlo, atento al gesto de enorme responsabilidad de Domingo Elías y su equipo de auxiliares, deseosos de que derramara su gracia infinita por todo el pueblo y que la estación de penitencia se ofreciera por la paz del mundo, especialmente en Ucrania, como dejó dicho el párroco Diego Pérez Ojeda antes de que se abrieran las puertas de la capilla de San Sebastián...

El Señor del paso más imponente demostró desde la cinco y media de una tarde plomiza que es Cautivo por Amor, que es una forma elegantísima de demostrar que no es cautivo, sino todo lo contrario: libre en el precipicio de su propio paso gigantesco, libre en el sentido más pleno del término, es decir, en el de mirarnos libremente desde su altura divina para redimirnos a todos mientras los protagonistas de aquel instante congelado en los Evangelios lo acusan de declararse Hijo de Dios, de no querer defenderse, de darle la espalda al sanedrín y también a Pilatos. En rigor, los cautivos son los soldados, el sumo sacerdote, el gobernador romano, metáforas jondas de tanto cautiverio mundano... Él ha firmado en ese momento su sentencia liberadora de Resucitado, aunque vista aún el manto color púrpura, aunque tenga ya la certidumbre de haberle dado un sorbo definitivo al cáliz que no quería beber en el Huerto, aunque sienta el aliento de Pilato en su dedo índice acusándolo de estar dispuesto a entregar la Vida... Salir al Furraque y encontrarse con tal espectáculo de fe -un pueblo hirviendo por volver a la Semana Santa de toda la vida- fue dejar de ser cautivo para convertirse en protagonista del comienzo de su Pasión.

La pasión –por la vida rescatada, por la esperanza cierta- la simbolizaban bajo sus pies ese monte multicolor de todas las flores del mundo en primavera. Vanesa Delgado no se había olvidado, en su callada labor de jardinera, de esa flor de jarro que las vecinas más viejas del Furraque cultivaban desde los orígenes de Villafranca para su Virgen de los Remedios, en aquellas épocas contiguas en las que siempre sobraron razones para que la riqueza se cultivase solamente en los corrales.

Con los sones de la banda de cornetas y tambores Santísimo Cristo de la Vera Cruz, que es de casa, hizo la primera revirá un paso cuyos andares marcan la pauta de tanta devoción en el mundo del costal y en este mundo. Por la calle Larra, la inacabable fila de nazarenos con sus cinturones de esparto parecía multiplicarse en esa conciencia de haberse convertido en los penitentes de moda en esta última década. Una vez más, parecía mentira ayer tarde que este Señor de Miñarro procesionara por primera vez, absolutamente solo y en un paso que nada tenía que ver con este, a mediados de los 90. Por Villa Alfaro, Buenos Aires y el Toledillo, con los balcones engalanados de un barrio que se autoafirma cada Martes Santo para no tocarse un borlón hasta el Jueves –su otro día grande con el Crucificado y la Virgen de los Remedios-, Nuestro Padre Jesús Cautivo y su serpenteante cofradía de 600 nazarenos sabían que estaban aún en su ancho barrio de corazón batiente.

Es en la revirá de la Pililla, un año más atestada de gentes de todo el pueblo, cuando la Hermandad que dirige Fernando Rincón toma conciencia de cruzar a la orilla del lucimiento. Por la calle Diego Llorente, al cruzar la avenida y en esa cuesta abajo desde Menéndez Pelayo a la parroquia del Sagrado Corazón, mientras la tarde se ponía mustia de oración y cirios recién encendidos, el pueblo se abría ya de par en par, como los bares rebosantes, como las esquinas por las que aún no ha pasado la procesión y se abarrotan de compás y espera, con los niños expectantes con su bola de cera, con el personal estrenando ropa como ocurría antaño solo cada Domingo de Ramos, con las primeras luces de artificio sacro en una Carrera Oficial que comienza en la calle Charco y, Plaza de España a través, desemboca en Sacristanes, hacia el núcleo primigenio del pueblo original de Los Palacios, en busca de esas penumbras íntimas del entorno de la parroquia mayor de Santa María la Blanca que no en todo momento son respetadas por un público que no deja de ser eso, solo público. Ocurre en todas partes, aunque la conciencia de muchas hermandades en estos últimos tiempos haya agrietado la preocupación por cosechar más respeto, más silencio y recogimiento que a una cofradía tan popular le cuesta más.

La triple revirá del paso por Rabadanes y el Convento supone para la procesión entrar en su último cuarto de una noche que se resiste a sí misma en el rachear de los costaleros, en la cera derretida, en el porche de la Aurora abarrotado cual la calle Real y el Furraque para una última presentación que simbolizaba anoche el cara a cara de las dos hermandades más grandes del pueblo, la del Furraque engrandecida y sin límites en las últimas décadas y la de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, que después de esa travesía de las madrugadas, los cambios de horarios y los cabildos extraordinarios, espera encontrar por primera vez en su historia su sitio en el Miércoles Santo que amanece hoy a la espera de que lleguen las seis y media de la tarde.

El paso del Cautivo por el Furraque de vuelta les recuerda todavía a muchos aquella aciaga madrugada del paso de lluvia de hace tantos años ya... Anoche no había prisas, porque el Cielo había concedido su gracia después de tanta desgracia acumulada en estos tres años sin procesión. De modo que el Cautivo llegó liberado de esos cautiverios en minúscula que siempre hacen que el Cautivo no sea él, aunque lo parezca. Era la una y cuarto de la madrugada, y el barrio era una inmensa flor de abril mecida por la brisa marismeña.

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