Ha cambiado de nuevo la cámara de foto por el teclado de un ordenador para retratar el alma de un barrio que enamora con solo poner un pie en sus calles. En esta fotografía impresa ha quedado plasmada la memoria de un niño que vivió y se crió en la calle Juan Talavera Heredia. En concreto,«en los pisos del polvorín; justo así se llamaba la tienda donde Nati vendía sus ultramarinos en tiempos –recuerda en las primeras líneas del libro- en los que se iba al hipermercado una vez al mes y casi requería la misma planificación que ir al K2 en la cordillera del Karakorum». Son sus recuerdos y los de otros tantos cerreños que han forjado la identidad de un vecindario por el que no pasa el tiempo. Estampas de ayer y de hoy, de una vida y de un barrio que Antonio Sánchez Carrasco (Sevilla, 1972) conoce bastante bien y que describe a conciencia en ‘La hermandad del Cerro’, la nueva publicación de Ediciones Almuzara que esta semana se pone en venta.
Confiesa que «de El Cerro se es siempre», aunque se ponga distancia por medio. Lo dice con conocimiento de causa pues «hasta los 37 años y once meses» que casara y marchara a Sevilla Este, este gran fotógrafo sevillano ha estado siempre ligado a esta barriada humilde y sencilla que imprime carácter a sus hijos. Por eso cuando recibió el encargo de la editorial, no lo dudó: «En dos décimas de segundo le dije que sí. Desde un principio, me ilusionó mucho porque es mi barrio».
Fue así como empezó a buscar en el álbum familiar, entre «Velás del Cerro, partidos de solteros contra casados en plena calle, carreras de cintas en bicicletas o concursos de baile». Fue así como llegó a encontrarse con «el gran matriarcado de El Cerro, donde la Virgen lo era (y lo es) todo [...] el corazón, la vida misma, todo reunido en sus lágrimas, como embajadora de una barriada».
Pero en ese camino hacia la cuna y la juventud, Sánchez Carrasco reconoce haber «refrescado» sus recuerdos de El Cerro y hasta «conocer otros nuevos» de un barrio y de una hermandad que aclara que «no son un binomio sino una sola cosa». En este sentido, este licenciado en pedagogía y autor de otros libros (‘El Rocío’, 2018; ‘La Feria de Abril’ y ‘El Corpus de Sevilla’, 2019) explica que ha descubierto que sus primeros recuerdos del barrio, «con unos ocho o diez años», no eran tan nítidos. En concreto, el relacionado con la llegada del «Cristo» al barrio. «Jugábamos al fútbol en la calle Illescas –a la que llamábamos la carretera amarilla porque aún no tenía asfalto- y dejamos de hacerlo cuando vislumbramos la pequeña procesión. Lo hizo un día que llovía o al menos empezó a lloviznar». Al menos eso le parecía.
Sin embargo, en una charla con el que fuera hermano mayor y «alma mater» de la hermandad, Francisco Carrera Iglesias, Paquili, éste le aclaró que «había mezclado dos recuerdos: el propio de la llegada del Cristo al barrio, que no llovía; y el sucedido años después cuando las imágenes tuvieron que ser trasladadas a una de las naves de Hytasa».
En las 156 páginas del libro, Sánchez Carrasco narra los orígenes de una hermandad de barrio, donde la Virgen de los Dolores es el centro de todo. Independientemente de que se crea más o menos. «Ella es la vecina de toda la vida. La devoción por los Dolores está ahí incluso antes de que llegara la Virgen de Sebastián Santos. Es la identidad del barrio. Es insustituible».
Unos inicios devocionales siempre vinculados a la Velá que en su honor se celebraba en el mes de septiembre, coincidiendo con los Dolores Gloriosos. «La Virgen salía con lo que se sacaba de subastar los terrenos de las calesas de la Velá. Con ese dinero se pagaban las flores del paso y la música. Hasta que un año salió solo con margaritas y los vecinos se dieron cuenta de que aquello necesitaba una entidad para no depender solo de la subasta». Fue así como, con esfuerzo y no menos sacrificio, el vecindario se unió, primero en torno a una hermandad Sacramental –de la que este año se están cumpliendo 75 años de su fundación-, pasando a una corporación de gloria y hasta llegar a la actual penitencial con «el desembarco del barrio entero en Sevilla» durante la primera estación a la Catedral de la cofradía de los Dolores aquel memorable Martes Santo de 1989.
En este crecimiento devocional y de barrio mucho han tenido que ver sus vecinos. Gente sencilla y anónima, de dentro y de fuera del barrio, a las que el autor de este libro dedica más de un merecido párrafo. «Desde Fermín Mora Silva, Fermín el sacristán, carpintero de profesión que, como recoge Juan Miguel Vega, en su libro ‘El Barrio y la hermandad’, es el germen de la religiosidad popular en El Cerro del Águila; hasta hermanos mayores, como Paquili, Adolfo López o Pepe Anca; sin olvidarnos de Juan Manuel Miñarro o don Alberto, el cura del barrio desde los años 70; o el siempre recordado párroco Antonio Gómez Villalobos, que no solo se interesaba por las necesidades del alma, sino también por el alcantarillado de las calles». A lo que añade: «Son muchos y no quiero olvidarme de ninguno. Están todos en el libro».
Pero en esta encrucijada de historias y personajes, Sánchez Carrasco tiene un día especial, que va más allá del Martes Santo. «¿El día que más disfruto? Es el lunes posterior al besamanos de la Virgen, las señoras mayores del barrio pasan con los carros de la compra y entran a contarle sus inquietudes y desvelos a la vecina más ilustre del barrio, en conversaciones correspondidas que son idiosincrasia de El Cerro en estado puro. Cada beso que le dan son un relato corto de amor».
Así lo cree y confiesa este «cerreño exiliado en Sevilla Este» al que se le acelera el pulso cada vez que baja por la Carretera de Su Eminencia y entra por la calle Lisboa. «¡Ya estoy en el barrio! El Cerro es El Cerro. Por más años que pasen, sigue siendo así de naturalizado, con sus cosas, sus tradiciones, sus personajes... Mantiene viva la Sevilla de barrios que perdimos, por ejemplo, en Triana o la Macarena. Por eso enamora tanto a todos. Por ser siempre auténtico y fiel a sus orígenes: la Virgen de los Dolores y su gente. No hay más», concluye orgulloso de su patria vecinal el bueno de Antonio Sánchez Carrasco.