Sin que nadie lo haya condecorado como tal, el clavel vendría a ser algo así como la flor nacional española. Y, desde luego, también es la principal flor que vemos en Semana Santa, utilizando especialmente los claveles rojos y blancos. Flores de fuerte fragancia y que crecen todo el año, la localidad gaditana de Chipiona es la principal cultivadora y surtidora de los mismos a las hermandades que procesionan en Sevilla. Y se utilizan de múltiples maneras, una de las más vistosas es en forma de petalás, muy comunes en las cofradías de barrio. La importancia del clavel –que solo encuentra rival en el lirio– se remonta a la época de los romanos y fue la flor elegida para conmemorar la Pasión, Muerte, y Resurrección de Jesús de Nazaret desde tiempo inmemorial. Otro asunto es la simbología que encierra cada uno de los colores; los claveles blancos se emplean para la Virgen, como símbolo de pureza, mientras que los tonos rojos reflejan el sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo. Su (habitualmente) modesto coste, la durabilidad que poseen y la facilidad en su colocación son elementos que valoran las hermandades cuando deciden utilizarlos también en forma de alfombra en muchos pasos. El lugar exacto de procedencia del clavel no está claro, aunque se sabe que correspondería a la cuenca mediterránea. Una posible versión afirma que Luis IX el Santo lo habría llevado de Túnez a Francia en el siglo XIII. Sin embargo, el empleo de la hoy icónica imagen del monte de claveles rojos surge a partir de 1939, hasta entonces muchos exornos florales eran exiguos, cuando no directamente inexistentes, como el caso del Cristo del Calvario, que procesionaba crucificado sobre un monte de piedra, una imagen que hoy juzgamos inédita.