-
El oboe es el instrumento más característico de las capillas musicales. / El Correo
El compositor checo Jan Dismas Zelenka compuso en 1720 una de sus obras más célebres, su colección de Sonatas para dos oboes y continuo. Consagró el instrumento con una serie de piezas melódicamente imponente. Y mientras que el oboe se asentaba en la tradición clásica y era incluido cada vez con más intensidad en las obras de los compositores; también empezaba a tener un papel protagonista en las capillas musicales. Hoy el oboe es uno de los tres instrumentos –junto al clarinete y el fagot– que forman parte de estas formaciones.
Si en el siglo XVI en las procesiones se acostumbraba a llevar grupos de ministriles con cornetas y sacabuches o chirimías y bajones en diversas combinaciones, en el siglo XVII aunque todavía seguirán conviviendo, en las primeras décadas, estos instrumentos; comenzamos a encontrar oboes (barrocos, diferentes a los modernos, tanto en su construcción, de madera, como en el sonido); que resultaban más estables en su afinación y más sencillos de tocar que los instrumentos predecesores. Especialmente teniendo en cuenta que las capillas musicales interpretaban, en la mayoría de las ocasiones, en la calle; con diferentes condiciones climatológicas. El oboe es un instrumento que, dadas sus características, tiene posibilidades técnicas inferiores a las de otros instrumentos de viento como la flauta o el clarinete; pero lejos de ser esto un problema, supone un valor añadido en lo que respecta a la música sacra. Su sonoridad arcaizante es asociada con lo eclesial desde sus propios y remotos orígenes profanos.
Por otra parte, si analizamos algunas de las partituras más célebres escritas para la formación de capilla musical veremos cómo algunas de las partes más virtuosas están escritas para el oboe, debido a su alta expresividad, reconocida por todos los compositores del romanticismo. Especialmente presente en viacrucis y meditaciones, su sonar acaba también imponiéndose durante el transitar de las cofradías de negro de la Semana Santa. Cuando escuchamos una composición como las Saetas del Silencio nuestros oídos están desgajando, por encima de los otros dos instrumentos, el canto trágico y apagado del oboe; sin el que la Semana Mayor tendría una banda sonora mucho más pobre.