La Hermandad del Calvario está de enhorabuena ante la aparición de un documento del año 1636 que arroja luz sobre un vacío que había en la historia en torno a la talla del Santísimo Cristo del Calvario, puesto que esta efigie fue propiedad de Gaspar Pérez de Torquemada, quien se supone que encomendó en 1611 la efigie de este crucificado a Francisco de Ocampo. Es más, el citado propietario de la imagen adquirió una capilla en la Iglesia de Santa Catalina para que el Cristo recibiese culto en el espacio donde hoy se hallan los titulares de la Hermandad de la Exaltación, pero no hay datos que corroboren que finalmente estuviese expuesto al culto en el referido templo, por lo que se supone que estuvo en el oratorio privado de Pérez de Torquemada.
Una vez que falleció el dueño de esta efigie cristífera, desde la fecha del inventario post-mortem de los bienes de este hombre en 1627 hasta los primeros años del siglo XIX, en que se verifica que el crucificado ya se encontraba en la Parroquia de San Ildefonso, no existía referencia alguna del devenir de esta hermosa talla. Ahora ha aparecido en el Archivo Histórico Provincial, tras un largo y arduo proceso de investigación, la escritura notarial mediante la cual los herederos de Pérez de Torquemada venden el Santísimo Cristo del Calvario en 1636 a la cofradía de los Mulatos, antecedente histórico de la actual corporación de la madrugada del Viernes Santo de la Real Parroquia de Santa María Magdalena, y que se mantuvo con vida hasta finales del siglo XVIII. En el citado documento, incluso, se especifica la venta fue concertada en 1.300 reales de vellón.
Esta escritura despeja, además, una duda importante, y es que no quedaba claro cómo llegaba el Cristo del Calvario a la cofradía de los Mulatos, y con este descubrimiento queda rotundamente claro que el crucificado pasa de manos de la familia de Pérez de Torquemada a la corporación residente en San Ildefonso. Precisamente, es esta imagen la que volvió a suscitar la devoción de los cofrades para recuperar esa antigua hermandad a finales del siglo XIX, la cual pasó a residir a inicios del XX en la Iglesia de San Gregorio hasta recalar en 1916 en la Magdalena.