Cuaresma 2023

Jerez y Sevilla, dos ciudades unidas por la misma Pasión

Eugenio José Vega Geán y Francisco Antonio García Romero publican ‘Semana Santa de Jerez’, un libro editado por Almuzara que recoge las concordancias entre ambas celebraciones

03 mar 2023 / 06:07 h - Actualizado: 03 mar 2023 / 06:10 h.
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  • El palio de Rodríguez Ojeda (1902) en Sevilla y Jerez.
    El palio de Rodríguez Ojeda (1902) en Sevilla y Jerez.

Aunque tenemos noticia de manifestaciones religiosas durante toda la Edad Media, la creación de la Semana Santa tal y como hoy la conocemos surge a partir del siglo XVI con la creación de las primeras hermandades —normalmente alumbradas por cofradías gremiales sostenidas por órdenes religiosas—. En el caso de Jerez de la Frontera y Sevilla, dos localidades cuya evolución en materia cofrade es bastante pareja, el punto de partida son las procesiones de disciplinantes y aquellas corporaciones fundadas tanto en las vísperas como tras la clausura del Concilio de Trento (1545 y 1563). Si hablamos de Jerez, resulta inevitable citar a las hermandades de Vera Cruz, las Cinco Llagas, Jesús Nazareno o el Dulce Nombre, a las que se sumarían las de Nuestra Señora de los Reyes (cofradía de negros), la Piedad, la Soledad o el Santo Crucifijo. Como señalan Eugenio José Vega Geán y Francisco Antonio García Romero en su libro ‘Semana Santa de Jerez’ (Almuzara, 2023), «Estos primeros brotes nacidos de aquellas antiguas raíces medievales irán creciendo y desarrollándose hasta configurar las tan conocidas manifestaciones barrocas posteriores». Por su parte, Sevilla fija el «inicio» de sus primeras procesiones en el Vía Crucis a la Cruz del Campo creado por Fadrique Enríquez de Ribera tras su regreso de Tierra Santa (1521). Antes de este hito, ya existía en la ciudad la Hermandad del Santísimo Cristo de la Fundación, o de los Negritos, que según el historiador José Bermejo, «tuvo principio por los años de 1400». Otras cofradías creadas antes del impulso barroco fueron las del Rosario de Nuestra Señora de las Cuevas (germen de la del Patrocinio, en Triana) y la de los mulatos de San Ildefonso. Y por supuesto, al igual que ocurrió en Jerez, se tiene constancia de corporaciones creadas en torno a los siglos XIV y XV, como Vera Cruz, el Santo Crucifijo de San Agustín, El Silencio, El Gran Poder, la Esperanza de Triana o la Quinta Angustia.

De José de Arce al «nieto» de Pedro Roldán

No son pocas las coincidencias halladas entre ambas ciudades en esta primera etapa, destacando el hecho de que las mujeres no podían vestir túnica ni disciplinarse, debiendo ir «con luz y con sus propias ropas», según reza el sínodo sevillano de 1604. En cuanto a la imaginería, Sevilla y Jerez van a compartir en el siglo XVII artistas de la talla de José de Arce —Jesús de las Penas de La Estrella, en el caso hispalense, y el Santo Crucifijo de la Salud, en el jerezano—, o Cristóbal Pérez —Nuestro Padre Jesús Descendido de La Mortaja, y el Resucitado de San Antón—, si bien a finales de ese siglo, y especialmente durante el setecientos, ambas ciudades van a contar con sus propios escultores, aunque ligados de un modo u otro entre sí. Es el caso de Francisco Camacho de Mendoza, aprendiz de un artista sevillano asentado en Jerez, Francisco Antonio de Soto, de cuyo obrador saldrán obras maestras como el Señor del Prendimiento, la Virgen de la Amargura o el paso de la Coronación. Otro imaginero sevillano que daría el salto a Jerez durante el siglo XVIII es Diego Roldán y Serrallonga, nieto del gran Pedro Roldán, de cuyas manos salieron imágenes tan importantes de la Semana Santa jerezana como la Virgen del Valle, de la Hermandad de la Expiración, el Cristo de la Salud, de la Hermandad de los Dolores, o el San Juan, de la antigua cofradía de la Vera Cruz.

Jerez y Sevilla, dos ciudades unidas por la misma Pasión
Uno de los antiguos pasos del Cachorro procesionando en la Semana Santa de Jerez.

Túnicas, saetas y marchas

Pese a gozar de una cierta independencia durante la primera mitad del siglo XIX, la Semana Santa jerezana contemporánea se verá influenciada por Sevilla a partir de 1850. Vega Geán y García Romero lo evidencian en su obra con un extracto de los estatutos de la Cofradía del Mayor Dolor: «Todos los hermanos nazarenos que concurran a este acto, deberán presentarse con la túnica de ruan y cinturón de esparto (...) conformes como van en su procesión los hermanos de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Sevilla». Eso sí, en el capítulo de la igualdad, Jerez fue muy por delante de Sevilla ya desde mediados del siglo XIX, permitiendo que saliesen mujeres en los cortejos de Jesús Nazareno y el Santísimo Cristo de la Expiración.

Ni que decir tiene que ambas celebraciones compartirán música asociada a las procesiones desde muy pronto, comenzando por la saeta —baste citar a Manuel Soto Loreto, «Manuel Torre», responsable de llevar este cante desde Jerez a Sevilla—, y desembocando en Germán Álvarez Beigbeder, padre del renombrado autor Manuel Alejandro y compositor de marchas procesionales tan importantes como ‘Al pie de la Cruz’, ‘Nuestra Señora de la Soledad’ o ‘Cristo del Cachorro’. Si hablamos de recorrido a la inversa, la Semana Grande jerezana se verá influenciada por compositores hispalenses como Manuel Font de Anta o Abel Moreno.

Más intercambio

Y aunque la capital del vino se vio ampliamente influenciada por el estilo sevillano a la hora de llevar los pasos —algunos de los fundadores de las sagas jerezanas de capataces, como el Papi, fueron a Sevilla a aprender el oficio—, a partir de 1938, el tercer conglomerado urbano de Andalucía cuenta con su propio artilugio, la «molía», nacida para que un solo hombre pudiese transportar en el mercado los carros de plataformas de dos ruedas con dos varas y una cuerda que las unía. Como se explica en el libro ‘Semana Santa de Jerez’, «Dicha cuerda se forraba con manta y muletón y se pasaba por detrás del cuello y por delante de los hombros»; y es que, para expertos jerezanos como el mencionado Papi, el costal sevillano «daba mucho calor en la cabeza».

El intercambio entre Sevilla y Jerez no termina aquí. A partir de la década de 1920, artistas hispalenses como Antonio Castillo Lastrucci y Juan Manuel Rodríguez Ojeda exportarán su talento hasta las lindes del Guadalete, y no serán pocas las corporaciones sevillanas que vendan joyas de su patrimonio a la vecina ciudad: desde el palio y el manto de la Amargura (adquiridos en 1926 por la Hermandad del Desconsuelo o los Judíos) al palio y manto de la Virgen de la O (desde 1930 forma parte de la Cofradía de la Piedad), pasando por las andas realizadas para el Cachorro en 1929 que desde 1974 son propiedad de la Hermandad de la Sagrada Cena de Jerez.