400 años del Gran Poder

Juan de Mesa: De aprendiz a gran maestro

Al gran escultor de Córdoba le bastaron dos décadas para convertirse en uno de los autores más importantes del Siglo de Oro

07 feb 2020 / 12:40 h - Actualizado: 07 feb 2020 / 13:14 h.
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  • Cristo de Vergara. / Manuel Gómez
    Cristo de Vergara. / Manuel Gómez

El rastro documental de la vida artística de Juan de Mesa sólo empieza a raíz de su incorporación como aprendiz al taller de Montañés en 1606. Ése es el inicio de su vida pública y el punto y seguido del anterior reportaje, centrado en esos años perdidos de la trayectoria humana y personal del escultor cordobés. Pero Mesa no pasó muchos años al lado del maestro de Alcalá la Real, al menos en calidad de discípulo. La pregunta es... ¿Cómo transcurrieron aquellos años de aprendizaje? No es de extrañar que el genio creativo y la personalidad del joven Mesa afloraran muy pronto. Una cosa es innegable: Aunque el estilo y la impronta del incipiente imaginero no se pueden entender sin la estética adquirida junto a Montañés, el sello genuinamente mesino supone el desembarco del barroco naturalista más pleno.

Algunos especialistas ya se han ocupado de ello. Álvaro Dávila-Armero y José Carlos Pérez Morales (coautores de una monumental monografía dedicada al escultor) aclaran que “la evolución de Mesa en cuatro o cinco años es mayor que la de su maestro en veinte”. No cuesta demasiado trabajo imaginar que el veinteañero cordobés debió convertirse muy pronto en una pieza fundamental del obrador del maestro de Alcalá la Real. Tampoco es demasiado aventurado suponer que en muchas de las obras contratadas por Montañés –una estrella social en la época- hubiera más mano de los oficiales que del maestro para poder atender los muchos trabajos encargados al aire de la efervescencia artística de la Sevilla que se mueve a caballo entre los siglos XVI y XVII.

Juan de Mesa: De aprendiz a gran maestro
Mesa rubricó el contrato de aprendizaje con Montañés en 1607.

El contrato de aprendizaje firmado en 1607 fijaba la fecha del 1 de noviembre de 1610 como la del fin de ese período de formación. A partir de ese momento pudo establecerse por su cuenta, pero es posible que aún permaneciera al lado de Montañés algunos años más en calidad de destacado oficial. La mano del imaginero cordobés es más que palpable en algunas de las obras contratadas por su maestro en aquellos años. Dávila-Armero y Pérez Morales ya advertían que esa impronta mesina es evidente en algunos relieves del retablo de San Isidoro del Campo de Santiponce que, es sabido, pertenece al catálogo de la obra de Montañés.

La obra: diez crucificados magistrales

Esos nexos con la obra de Montañés se hacen más o menos patentes con otras piezas fundamentales como el Crucificado de los Desamparados del Santo Ángel, expuesto ahora en el Museo de Bellas Artes dentro la gran muestra antológica del genio de Alcalá la Real. El parentesco formal con el Cristo del Amor es incuestionable y la fecha de su realización -1617- lo convierten en un precedente demasiado cercano, extrañamente parecido al crucificado de la cofradía del Domingo de Ramos, contratado sólo un año después. ¿Pudo ser el Cristo de los carmelitas el definitivo espaldarazo que necesitaba Juan de Mesa para convertirse en un gran maestro? ¿Comenzó a fijarse la clientela en aquel oficial discreto y entregado que empezaba a eclipsar la fama de su maestro? ¿Pudo causar ese virtuosismo imaginero y el carácter sencillo de Mesa envidia en Martínez Montañés? ¿Hubo algún conflicto que precipitó la ruptura entre ellos? Se renuevan las incógnitas, prosigue echado ese telón de olvidos...

Juan de Mesa: De aprendiz a gran maestro
Cristo del Amor. / El Correo

Lo que está claro es que el Cristo del Amor marca un antes y un después en la intensa y corta carrera de Juan de Mesa. Concluido en 1620, es el primero de la impresionante serie de diez crucificados magistrales que realiza en el estrecho margen de tiempo que limita la fecha de su temprana muerte, en 1627. El debut en una de las facetas más complejas de la imaginería no pudo ser más portentoso y marca la altura de la genialidad de Juan de Mesa. Merece la pena detenerse en alguna de esas obras: el Cristo de la Conversión del Buen Ladrón de la cofradía de Montserrat es el siguiente en la lista y supone la creación de una segunda tipología –tan monumental como dulce y humanizada- en la que se inscribe el impresionante Cristo de la Agonía de la localidad guipozcuana de Vergara, que fue restaurado hace dos años en los talleres del IAPH recuperando la maravillosa calidad de una imagen que, para muchos tratadistas e historiadores, es la obra cumbre de Juan de Mesa.

Dentro de esta serie de crucificados, el tercer canon maestro lo encarnaría el Cristo de la Buena Muerte –actual titular de la Hermandad de los Estudiantes- que fue tallado para una congregación de sacerdotes que residía en el templo de la Anunciación, entonces anexo a la Casa Profesa de la Compañía de Jesús. Es un Cristo muerto, en laxitud, que no fue concebido para procesionar sino para invitar a la oración desde la cercanía. A este modelo pertenece el crucificado del convento de Santa Isabel aunque éste está vivo y, de alguna manera, se sitúa a medio camino entre el de Montserrat y la Buena Muerte. También podemos colocar en la misma estela el que hoy ocupa el altar mayor de la Catedral de la Almudena, el de la Vera Cruz de las Cabezas de San Juan y el Cristo de las Misericordias de la colegiata de Osuna que es de tamaño académico, menor que el natural. Los cristos mesinos denotan la preocupación del escultor por la anatomía y su afán por el naturalismo más rabiosamente barroco. Mesa debió estudiar detenidamente los rigores de la muerte por crucifixión sobre cadáveres para dotar de mayor verismo a sus creaciones.

Juan de Mesa: De aprendiz a gran maestro
El Señor del Gran Poder. / Manuel Gómez

In manu ejus...

Pero no se puede hablar de Mesa sin detenernos especialmente en una imagen de devoción universal que permite comprobar el extremado y sincero fervor religioso que alentaba su obra, perfectamente sintonizada con los postulados del concilio de Trento. La devoción y la difusión de Jesús del Gran Poder trascienden de la ciudad de Sevilla. La enorme zancada, incluso los rigores que el tiempo dibujaron en el rostro del Señor se aliaron con el trabajo magistral de Mesa, que fue ignorado por la propia Hermandad durante tres largos siglos. Hay terreno para la anécdota: cuando se demostró que el Señor de Sevilla había sido gubiado por el cordobés, hubo una gran decepción entre los hermanos de la época al conocer que no era de Montañés. Mesa volvería a revisar este modelo al abordar la hechura del Nazareno de La Rambla, que esta vez detalló y talló de cuerpo entero. Una desgraciada intervención alteró su antigua policromía y cercenó parte de su valor artístico...

Juan de Mesa: De aprendiz a gran maestro
Virgen de las Angustias de Córdoba.

Dentro de las obras ligadas al mundo de las cofradías sevillanas no podemos dejar de nombrar al Yacente de la Hermandad del Santo Entierro ni la Virgen del Valle. Ambas están aún sin documentar y la dolorosa de los ojos verdes, además, sufrió una profunda remodelación tras el famoso incendio de su altar del Santo Ángel en 1909. Por cierto, la Virgen del Valle tampoco se libró de la errónea adscripción al catálogo montañesino en las actas oficiales que recogieron los pormenores de la restauración. Este apresurado resumen de la producción pasionista de Juan de Mesa –seguramente la faceta de la imaginería en la que más y mejor se sintió el artista- no puede estar completo sin la inclusión de la imagen de Nuestra Señora de las Angustias , que iba a ser la última imagen salida de su taller y una de las piezas maestras de su producción. Las peripecias de la vida quisieron que esa magnífica obra postrera fuera para Córdoba, su ciudad natal. Su nombre, a partir de ahí, volvió a las brumas de las que había salido. Lo contaremos en un próximo reportaje...