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- El poeta Enrique Barrero
Fiel a su historia, y tal y como viene sucediendo desde el siglo XVII, la Hermandad del Amor ha celebrado en este ecuador de septiembre la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Habitualmente lo hace el martes de la semana en la que caiga el día 14, jornada de esta festividas. Con tal motivo tiene lugar una Eucaristía en el altar de sus imágenes titulares en la antigua Iglesia Colegial del Divino Salvador, y desde mediados de los años noventa del pasado siglo, a su término se desarrolla un acto lírico de exaltación a la cruz, que en esta ocasión ha pronunciado el laureado poeta y profesor universitario Enrique Barrero Rodríguez, quien la pasada Semana Santa publicó en este periódico sus inolvidables “Décimas de Cuaresma”, y que este mismo año pronunciara el Pregón de los Armaos de la Macarena o, hace ya dos décadas, el de las Glorias de Sevilla.
Tras ser presentado por el hermano mayor, Juan Cruzado Candau, Barrero pronunció durante un poco menos de treinta minutos una sentida disertación en la que recitó un total de veintidós sonetos que constituyen un verdadero canto a ese santo madero del que pende el cuerpo desvencijado del Santísimo Cristo del Amor, afirmando este poeta que “La Cruz es regalo de Dios”, ya que en ella habita el inicio de nuestra fe, pero que sin Jesús estaría “vacía y despojada de contenido”, de modo que es su Amor “el que llena la Cruz de verdadero valor” para que sea el signo de nuestra salvación, tal y como lo manifestó en el siguiente soneto:
“Puente de salvación, escala al cielo,
vengo a cantar tu eterna amanecida,
Cruz de hondura y verdad, fuente de vida
que asciende al corazón en el anhelo.
¿Por qué siempre de sombra, luto y duelo
la voz en el dolor por ti encendida
si más allá del trance de la herida
eres gozo de luz, amor en vuelo?
Mira cómo te canto, sin tristeza,
henchida de esperanza, aunque vacía.
¿Patíbulo? Jamás. Siempre certeza.
Dentro siempre de mí. Mi Cruz más mía,
manantial invisible donde empieza,
acabada la muerte, la alegría”.

Barrero pronunciando su Exaltación a la Santa Cruz a los pies del Cristo del Amor
La Cruz es, según Enrique Barrero, “un sueño que todos los cristianos llevamos guardado dentro del corazón”, aunque también es libertad, oración y hasta recuerdo a la Virgen. Uno de los pasajes más bellos de la disertación fue aquel en el que fundió a los dos titulares cristíferos: el de la Sagrada Entrada y el del Amor.
“Ya te has quedado muerto en la madera,
jinete del Domingo de los Ramos
que fuiste entre infantiles, blancos tramos
cuando el fuego no asoma tras la cera.
Pelícano de eterna primavera
que en el Amor asienta sus reclamos.
Alúmbranos, Señor. Necesitamos
la luz que tras tu muerte reverbera.
Mi Cristo del Amor, que cabalgaste
bajo aquella palmera jubilosa
a lomos de una parda borriquilla...
Si tanto y en tal modo nos amaste,
danos siempre tu Amor en cada cosa,
Amor de las entrañas de Sevilla”.
En el Divino Salvador, la Cruz la porta también sobre su hombro el Señor de Pasión, y sirve para “adorar a Dios en espíritu y verdad”, puesto que es “vida más allá de la muerte, triunfo de la Luz, Pascua de gozo y resumen de esperanza”, y a la vera de la Virgen del Socorro, de la que el mismo Barrero fue costalero en su juventud, finalizó el poeta su elocuente pieza oratoria.

El hermano mayor, Juan Cruzado, entregó a Barrero un presente a la conclusión del acto
“Madre eterna y paciente del Socorro
que sufres del Amor por cada herida.
Clavel de perfección, rosa encendida
que del sueño y el alma nunca borro.
En tanta claridad como descorro
al contemplar tus ojos, va mi vida
llenándose de luz recién nacida,
borbotones de Amor y luz a chorro.
Si una vez me igualó –costero izquierdo–
el capataz del tiempo, por derecho,
una antigua y lejana primavera,
no me dejes perder aquel recuerdo
y derrame tu Amor sobre mi pecho
el manto de tu gracia verdadera”.