La Lanzada impone su impronta en la Alameda

La chiquillería disfruta del cortejo de antifaces rojos y túnicas crema que cumplen 100 años

23 mar 2016 / 20:20 h - Actualizado: 24 mar 2016 / 00:16 h.
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  • El misterio de La Lanzada avanza por el Casco Antiguo. / Pepo Herrera
    El misterio de La Lanzada avanza por el Casco Antiguo. / Pepo Herrera

Ismael Vargas, el capataz de la Virgen del Buen Fin, solo le ha indicado a sus hombres: “Va a tocar el martillo Rafa González Serna. No digo más”. “Ole” respondieron desde abajo. Era la forma de corresponder la hermandad de la Lanzada a las palabras que el pregonero dedicó a su dolorosa el Domingo de Pasión. Culminaba este gesto la saeta que José Manuel Humanes, director de la Escuela de Saetas de la Cena, dedicó desde un balcón de La Campana con esa letrilla que tanto ha gustado a la hermandad de San Martín.

La cofradía acaba de dejar un gran regusto en la Alameda de Hércules. El palio se había despedido del gentío y, sobre todo, la chiquillería que poblaba con carritos este paseo con los sones de Pasan los campanilleros. “¡Qué bien la llevan, tío!”, comenta un joven desde la bulla. Una delicada mecida de los costaleros que el público aplaudió mientras la banda de música María Santísima de la Victoria tocaba esta marcha para el palio que va exornado con rosas blancas achampanadas y rosas de pitiminí en color rosa pastel y marchaba con la candelería –que estrena distribución– completamente encendida gracias a los esfuerzos de Manuel Santizo y su equipo.

Hacía una hora que la cruz de guía que atraviesa una lanza, precedida por la Agrupación Veterana de Sevilla, había pasado por el reloj de la Alameda abriendo un cortejo que presumía de túnicas en su centenario: las capas y túnica crema con antifaz rojo en raso visten a estos nazarenos desde 1916.

Desde la mitad de la calle Conde de Torrejón, una madre anima a los pequeños a fijarse en los ciriales que se ven salir desde Alberto Lista: “Mirad cómo brillan”. Y es que precisamente acaban de ser restaurados. Sin embargo, pese al “pequeño” caballo que porta una “buena talla” de Longinos, a decir de uno de los cofrades que examinaba el paso, lo que más llamaba la atención de este imponente misterio, eran las nuevas potencias del Crucificado, que, con la ayuda del sol de la tarde –nada que ver con los días anteriores– refulgían. El paso desembocó en la Alameda con la clásica marcha Virgen de la Paloma que le dedicó, tocada con sumo gusto, la banda de cornetas y tambores de las Tres Caídas.

Más complicado ha sido que el público pudiera desalojar la zona plagada de veladores.