Cuaresma 2023

La música de la Fe

Cuando somos niños y la vista nos alcanza a no más que a la altura de las rodillas de la gente de la bulla, nuestra percepción de las cofradías se centra en el olfato y el oído

23 feb 2023 / 04:00 h - Actualizado: 23 feb 2023 / 04:00 h.
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  • La música de la Fe

Si tuviera que describir con un recuerdo la Semana Santa de mi infancia, sin lugar a dudas destacaría el tronar en mi estómago del redoble de tambores y el percutir de los bombos al pasar frente a mí.

Cuando somos niños y la vista nos alcanza a no más que a la altura de las rodillas de la gente de la bulla, nuestra percepción de las cofradías se centra en el olfato y el oído, quitando esos momentos mágicos en el que nuestros padres nos suben en brazos o se apiadan de nosotros colocándonos en primera fila, cambiando por completo cómo entendemos nuestro entorno.

Pero volvamos al suelo; nuestro universo no va más allá de la oscuridad que se forma al estar rodeados de piernas y faldas. El suelo está manchado de cera y vemos papeles de caramelos desperdigados. El palpitar de una lejana percusión nos avisa que algo grande está a punto de suceder; y la magia surge.

Si lo analizamos desde un punto de vista sensitivo, el costalero se encuentra en un lugar similar al de un niño. Aislado visualmente y concentrándose en el imaginario sonoro y la carga de la Fe reposando sobre sus hombros.

El peso le entierra, pero el sonido le impulsa al frente, sea por el paso lento de la percusión, o por el maravilloso sonido del rachear de las sandalias y el estremecedor crujir de las parihuelas. Porque si algo no hay en la Semana Santa es silencio. Igual no hay un grupo musical que acompañe a la cofradía, pero el instante rebosa de tintineos de varas, del viento silbando en los guardabrisas o del ritmo acompasado del incensario moviéndose de lado a lado.

El sonido de la Semana Santa es rico y esplendoroso. El concierto de timbres peculiares convierten a esta celebración en un instante imborrable, y si un compositor desea elevarse ante tanta magnanimidad musical, debe entender qué supone realmente crear una marcha procesional.

El compositor de música procesional es lo más parecido a un creador de música escénica, pero con una sutil y a la vez gran diferencia. La música teatral, por ejemplo, separa claramente al público del escenario por el proscenio, algo que no ocurre en las procesiones, pues todos son público y actores a la vez, porque hasta el último de los nazarenos realiza una puesta en escena, pero si tiene la oportunidad, se gira para ver a su Virgen o Cristo. Por lo tanto, la música hermana a personas que se encuentran en diferentes planos, algunos activos y otros pasivos de la procesión, pero que finalmente todos son audiencia.

Y es ahí donde radica el gran dilema del compositor de marchas; ¿para quién debe componer?¿para el público, para el costalero, para los nazarenos de último tramo o para satisfacer el gusto del hermano mayor?

Pues la respuesta es fácil. La música debe crearse para representar sonoramente el significado del hijo de Dios, Jesús y su madre María, pero a la vez debe respetarse cada uno de los deseos y necesidades de todos cuantos intervienen, y eso hace una empresa tremendamente difícil la de componer una marcha procesional.

Este noble arte implica entender bien la psicología del momento, pues hay muchos actores en juego, y en este escenario, además, todos somos público.

La marcha debe servir al costalero para marchar; izquierdo y derecho para volver de nuevo al izquierdo. Ni muy rápida que complique el paso; ni muy lenta que entonces se siente mucho el peso y no se disfruta, pues este es el más claro ejemplo de cómo el latido de la música controla la percepción del espacio y del tiempo.

El costalero está enterrado en kilos, y en su oscuridad quiere una música que le brinde emoción para sentir su andar como un acto coreográfico que le haga estremecerse al trabajar acompasado con sus hermanos.

Y ese mecer y dar izquierdo los contempla una familia con una realidad totalmente distinta.

Se encuentran ante una hermandad multitudinaria, de tramos interminables, pero su devoción es mas fuerte, y les mantiene unidos, preparándoles para el gran momento que llevan un año esperando.

Son varias generaciones unidas; nietos, padres y abuelos que vivirán el mismo instante de formas distintas, pues la madurez se mide por cuántos Domingos de Ramos has marcado en el calendario.

Ya se ven los guardabrisas del paso y, justo en ese momento, la banda empieza a sonar, acompañando los costaleros el inicio con un izquierdo marcado que permite verse por primera vez la cara del Cristo.

Los ancianos contemplan la escena con nostalgia y satisfacción, pues han llegado un año más hasta allí.

Los padres son felices, sabiendo lo afortunados que son por tenerlos a todos reunidos.

La niña más pequeña de la familia, casi un bebé, observa sobre los hombros de su padre la escena con pura fascinación.

El pertiguero, disfrutando la escena, da dos golpes al suelo para indicar a los ciriales que es momento de marcharse. Se gira con la satisfacción de haber vivido un momento único, pues ha sonado la marcha que siempre quiso escuchar.

El paso termina la revirá y con un toque de tambor sobrio y atronador desaparece a paso mudá acompañado por el aplauso de toda la gente allí presente.

Diferentes planos; realidades completamente distintas. Un único instante con diferentes espacios y tiempos, y como banda sonora, una marcha procesional cuyo ingrediente principal es el nexo que le da sentido a todo. La Fe según Sevilla.