- Los titulares de la Redención volvieron a Santiago
Parecía el ambiente propio de una salida extraordinaria con motivo de un importante aniversario en los anales de cualquier cofradía. El poder de convocatoria suscitado por la Hermandad de la Redención un lunes de septiembre, día 11 por más señas, para el traslado de regreso a su Iglesia de Santiago fue estremecedor. Minutos antes de las ocho de la tarde era imposible acceder a la Plaza de San Ildefonso, y por la Pila del Pato ya no era posible colocarse en las primeras filas. Todas las calles del recorrido se llenaron, y acertó la junta de gobierno que preside Manuel del Cuvillo como hermano mayor llegando hasta la calle Juan de Mesa. Había que dispersar la bulla, y de haber tomado la comitiva por Cardenal Cervantes hacia Santiago el público se hubiese concentrado en demasía. La amarillenta luz de la tarde anuncia la llegada del otoño. Si no fuese por ese matiz, daba la sensación de que estábamos en un Lunes Santo, pero de espíritu septembrino.

La comitiva avanza por la Plaza de San Leandro
Numerosos hermanos acompañaron con sus cirios a los titulares en su regreso a casa. Nuestro Padre Jesús de la Redención iba esplendoroso con su túnica blanca bordada, mientras que María Santísima del Rocío manifestaba toda su realeza y majestad sobre sus andas, aunque los cirios de la leve candelería que la antecedía llegó a dificultar su visión en algunos ángulos, pero iba preciosamente revestida por Pepe Aguilar, que tanto se desvive por Ella. A las ocho en punto salió la cruz alzada, que se adentró en las estrecheces de Zamudio para salir a San Leandro. Con sus manos abiertas para acogernos a todos, el Señor de la Redención salía por última vez, Él quiera que por mucho tiempo y que cuando vuelva no sea por el cierre de su casa, de San Ildefonso. Y detrás la Madre, a la que no le faltaron los melodiosos sones del espléndido repertorio de esa Banda de Música de la Cruz Roja que dirige magistralmente José Ignacio Cansino.

El Señor de la Redención en la plaza que lleva su nombre
Avanzaba la comitiva por Francisco Carrión Mejías en torno a las ocho y viente de la tarde, y al recalar en la calle Juan de Mesa, una representación de la Hermandad de la Exaltación aguardaba junto a la puerta de Santa Catalina existente a la vera de la torre mudéjar del templo. Fue cayendo el sol a partir de entonces. Delicioso era ver avanzar a Jesús de la Redención mientras se escuchaba a lo lejos a la banda de música. Y especialmente emotivo fue el instante en el que el cortejo, sobre las nueve ya de la noche, se adentró en la calle Santiago, donde ya no cabía un alfiler. Sin duda, era un Lunes Santo con tintes nostálgicos a las puertas del otoño. Sonreía el bueno de José Antonio Moncayo con su cirio ante la Señora. Y en la bulla no faltó tampoco la brisa almonteña que trae siempre con su elegancia Juan Ignacio Reales, para muchos el imperecedero presidente sentimentalmente hablando de la Blanca Paloma.

La Virgen del Rocío entrando en Santiago
En la Plaza de Jesús de la Redención todo era expectación. La remozada fachada del templo lucía en todo su esplendor, destacando su nueva puerta. Y algunas casas se decoraban con colchas y mantones, sobre los que se veía alguna antigua fotografía enmarcada de la Virgen. Poco antes de las nueve y media llegaba el Señor, haciéndose dificultoso su avance. Cirios, bulla y acólitos iban entremezclados. A la turiferaria Ángela Mesa se le escapaban los suspiros ante Él con su incensario en la mano. Brotó la emoción cuando el titular cristífero atravesó el dintel de su casa, y justo en ese instante, la Señora llegaba a la plaza. Primero, con los sones de «Rocío», girándose para entrar de cara a todos los que allí la esperaban, y luego, «Pasan los campanilleros». Marcaba el reloj que sólo veinte minutos restaban para las diez. La Redención, al fin, volvía a su casa en las vísperas del día del Dulce Nombre de María. Comienza así una nueva etapa, la de un sueño que se hará realidad más pronto que tarde, cuando los corazones se hagan corona para ceñirla en las sienes de la Madre de Dios.