La Semana Santa de los viajeros francófonos

El Paseo publica «La Pasión francesa», un monumental ensayo firmado por el filólogo y profesor Juan Villegas Martín que aborda la fascinación de los visitantes galos por Sevilla y sus cofradías. Con una cuidada prosa y una profunda documentación, la obra incluye imágenes extraídas de la prensa, la literatura y el cine

25 mar 2022 / 07:29 h - Actualizado: 25 mar 2022 / 07:31 h.
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Fiel a su compromiso con las tradiciones andaluzas, la editorial El Paseo vuelve a sorprendernos con un monográfico dedicado a la Semana Santa de Sevilla que, a su vez, es un excelente ensayo sobre la ciudad y su relación con nuestros vecinos del otro lado de los Pirineos. La obra, escrita por el filólogo y profesor Juan Villegas Martín, oriundo de San Juan del Puerto (Huelva), viene a refrendar las múltiples versiones que sobre los viajeros franceses y su relación con Sevilla nos viene ofreciendo la literatura desde el último cuarto del siglo XX, si bien la diferencia radica en la documentación y la rigurosidad con la que son tratados los temas, dando como resultado un trabajo exquisito en las formas y minucioso en el fondo. Por poner un ejemplo, a diferencia de otros acercamientos a la presencia francófona en nuestro país (y más concretamente en el territorio andaluz), «La Pasión francesa» acude a las fuentes primigenias, incluyendo tanto las traducciones como los textos originales, los cuales pueden consultarse a pie de página con suma facilidad. Esto no solo le otorga solidez al estudio, sino que permite disfrutar de los términos utilizados por los autores para describir nuestros edificios, modos de vida u otros aspectos antropológicos en su lengua materna. A esto hemos de sumar la capacidad de Villegas para deslizar asuntos que pueden interesar tanto al lector avezado como al profano, algo que, insistimos, eleva el nivel de la obra hasta convertirla en un ensayo que trasciende lo puramente cofradiero.

La Semana Santa de los viajeros francófonos

«Las cosas santas»

El recorrido arranca en 1800, con la llegada a España de Alexandre de Laborde, un agregado de la embajada en Madrid de Lucien Bonaparte, hermano menor de Napoleón y miembro de la Academia Francesa. Dicho personaje será testigo de una época crucial de nuestra historia, aquella que traerá como consecuencia el afrancesamiento de la población y que, en el caso de Andalucía, afectará incluso a los usos populares. En obras como «Voyage pittoresque et historique de l'Espagne» o «Itinéraire descriptif de l'Espagne», Laborde dará muestras de su fascinación por los territorios y monumentos de nuestro país, prestando especial atención a la ciudad de Sevilla, que por entonces conservaba su vieja fisonomía amurallada. Como bien explica Juan Villegas, el galo apenas «pasa de puntillas» por la Semana Santa, pero marca el camino a otros viajeros franceses que, años más tarde, pondrán por escrito sus impresiones acerca de la ciudad y, esta vez sí, su fiesta religiosa. Es el caso del joven farmacéutico Sébastien Blaze de Bury, que arriba a España con la Grande Armée de Napoleón, y que, como testigo ocular de los hechos, dejará testimonio de la Guerra de la Independencia en unas memorias escritas en 1813. Además de describir las puertas de la ciudad o de traer a colación el refrán «Quien no ha visto Sevilla no ha visto maravilla», Blaze de Bury se detiene en las prácticas religiosas de los sevillanos, llegando a subrayar la familiaridad de estos «hacia las cosas santas», que fácilmente degenera «en burla, en desprecio». En este sentido, no debe extrañarnos su crítica a la Inquisición, a la que considera tan trasnochada como influyente en la sociedad de inicios del siglo XIX. Empero, los capítulos más jugosos de su «Mémoires d'un apothicaire sur la Guerre d'Espagne» son aquellos dedicados a la Semana Santa sevillana, que el galo tuvo ocasión de conocer en 1810 tras la ocupación napoleónica. Un año en el que las calles hispalenses sólo presenciaron los cortejos de tres hermandades, el Prendimiento, las Tres Necesidades y el Gran Poder, en la tarde-noche del Viernes Santo, y de los que Blaze destaca la figura del «penitente» —denominación genérica del nazareno—. Como anécdota de aquella celebración atípica por las circunstancias, el farmacéutico originario de la Provenza sorprende al lector afirmando que José Bonaparte «formaba parte de la procesión», la cual, dado el gran número de integrantes, parecía «un ejército disfrazado». Esta circunstancia, unida al temor por parte de los franceses de un posible uso de armas escondidas bajo las túnicas de los nazarenos, provocó que los invasores situasen destacamentos militares en las plazas y los cruces de las vías principales, ordenando volverse de inmediato a las cofradías que ya se encontraban en la calle. O al menos eso refiere el autor de las «Mémoires»...

De Latour a Decreus: más de un siglo de impresiones

Tras referir los viajes de Gautier, Mérimée o Dumas —desgraciadamente, ninguno de los tres escribió sobre nuestras cofradías—, Juan Villegas, cuya prosa está a la altura de su excelente documentación, se detiene en la figura de Antoine de Latour, uno de los primeros escritores franceses en ofrecernos, según Villegas, «informaciones puntuales y detalladas» sobre la Semana Santa hispalense. Al tratarse de un residente habitual y no un viajero al uso —Latour fue preceptor y secretario personal del duque de Montpensier—, sus textos gozan de un gran detallismo, llegando a cuantificar el número de hermandades que procesionaban en la época —hasta cuarenta en 1849—, describiendo el paisanaje de la plaza de San Francisco al paso de las hermandades, o enumerando a los integrantes de los cortejos con una pulcritud desacostumbrada en los escritores extranjeros.

Más adelante, y una vez finalizadas las visiones de la primera mitad del siglo XIX, «La Pasión francesa» aborda las impresiones viajeras desde 1855 a 1874 —sobresale por méritos propios la condesa de Robersart, amiga y confidente de nuestra Fernán Caballero—, la época de la Restauración borbónica —el abad Corblet se muestra airado por los abusivos precios de los hoteles durante la Semana Mayor—, el turismo y la tradición a finales de la centuria —Beauregard aporta datos útiles a los viajeros para comprender la fiesta—, o la relación de la Semana Santa con los escritores y periodistas en los albores del siglo XX. En sus tres apartados finales, el trabajo, de 445 páginas, se detiene en el ocaso de la Monarquía, el auge y caída de la República y el estallido de la Guerra Civil, culminando con la dictadura franquista y la mirada de los poetas franceses a nuestras principales devociones durante la década de los sesenta —llaman la atención los versos de Juliette Decreus a la Virgen de la Palma y la Esperanza de Triana, transcritos por Villegas en la lengua de Victor Hugo—. A todo lo dicho —la obra es tan profusa como apasionante— hemos de sumar una extensa bibliografía, una colección de imágenes extraídas de la prensa, la literatura y el cine, y un sinfín de nombres propios, estampas y curiosidades que convierten a «La Pasión francesa» en uno de los ensayos más monumentales publicados hasta la fecha por El Paseo.