400 años del Gran Poder

Las Edades del Señor (y 3): dos tardes de verano

Los hermanos Cruz Solís e Isabel Pozas fueron los encargados de abordar la restauración de la venerada imagen en julio de 2006. Cuatro años después el Nazareno de Mesa iba a sufrir un salvaje ataque...

04 mar 2020 / 13:21 h - Actualizado: 04 mar 2020 / 16:19 h.
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Las primeras semanas del verano de 2006, hace ya casi tres lustros, se vivieron pendientes del resultado de los trabajos de restauración del Señor del Gran Poder. Un besamanos extraordinario -celebrado el 28 de julio de aquel mismo año- sirvió para dar a conocer la faz dulcificada del Nazareno de San Lorenzo, que había sido restaurado después de alcanzar el siglo XXI rozando un punto de no retorno en el imparable enmascaramiento de su unción sagrada. Ya se ha contado en estos días: El Gran Poder arrastraba graves problemas conservativos y estructurales que se habían ido acusando a lo largo de su historia. Esta situación se agravó especialmente al mediar la década de los 70 del pasado siglo XX. Pero las alarmas –como vimos en el reportaje anterior- terminaron de saltar en la salida procesional de 1976.

Las Edades del Señor (y 3): dos tardes de verano
La imagen del Gran Poder, antes de la restauración de julio de 2006.

El profesor Francisco Peláez del Espino -fallecido en 2002- estaba rifado entre el mundillo cofrade del momento. Se había convertido en una breve celebridad apoyado en la introducción de unas técnicas presuntamente novedosas que iban a convertirse en un auténtico cáncer para el Señor y para muchas de las imágenes que intervino entonces, antes de que sus métodos fueran defenestrados y su figura cayera en desgracia. La solución Peláez, que intervino a la imagen en 1977, se basó en la introducción de un esqueleto metálico en el interior del Nazareno para, pretendidamente, fortalecer su estructura. Las consecuencias de aquella brutal intervención ya son sabidas.

Se había puesto en marcha el temporizador de una auténtica bomba de relojería que estalló en la estación de 1982. Los hermanos Cruz Solís iban a ser los encargados de arreglar el desaguisado en 1983 pero entonces nadie quiso abordar el evidente deterioro que ya sufría el rostro del Señor. Hubo que esperar a 2006, bajo el mandato de Enrique Esquivias, para tomar una decisión definitiva. La intervención iba a estar precedida de un exhaustivo informe del estado de conservación de la imagen redactado por el Instituto de Patrimonio. Pero la hermandad sabía que esa delicada intervención necesitaba un plus de sensibilidad. Los Cruz Solís eran los que mejor conocían los secretos materiales de la imagen tallada por Juan de Mesa pero también eran depositarios de su alma devocional. Ellos iban a ser los encargados de hacerse cargo de su salud.

El Gran Poder pasó el mes de julio de 2006 retirado en las dependencias de la propia hermandad para que los restauradores desempeñaran su labor. La emocionante retirada del culto de la imagen del Señor y las flores depositadas ante la puerta que había eclipsado su rostro durante aquellos días de verano pertenecen a la más íntima historia devocional de la venerada imagen, que volvió a reencontrarse con los suyos en aquel impresionante y multitudinario besamano que se prolongó hasta bien entrada la madrugada. “No hubo ninguna ruptura y la transición fue inmediata”, precisaba Félix Ríos, actual hermano mayor, recordando la acogida natural de “un rostro más dulce, más suave a lo que estábamos acostumbrados”. Ésa fue la auténtica medida del éxito de la restauración. “No sé si técnicamente podría haber sido mejor o peor pero si se hubiera roto la identificación del devoto con la imagen habría sido un fracaso”, puntualizaba Ríos en una entrevista anterior.

Las Edades del Señor (y 3): dos tardes de verano
Presentación de la película del Señor del Gran Poder.

Las claves de una restauración histórica.

Fue el 19 de noviembre de 2006. Las puertas de la Basílica del Gran Poder se abrieron a hermanos, devotos y curiosos para presentar los trabajos a los que había sido sometida la imagen del Señor durante 25 días del mes de julio de aquel año. Y fue Joaquín Cruz Solís el que desgranó, de una forma tan sencilla como magistral, las operaciones que devolvieron la salud a la venerada imagen. Apoyado en la proyección de unas diapositivas, el restaurador presentó el estado en el que llegó el Nazareno al peculiar quirófano que le habían preparado en la Sala del Tesoro de la Basílica; este espacio fue acondicionado de tal manera que mantuviera las mismas constantes que el camarín de la imagen: 23 grados de temperatura y en torno a un 40% de humedad relativa.

Las Edades del Señor (y 3): dos tardes de verano

Las imágenes en las que se apoyó la ponencia, de extraordinario valor documental, nos mostraban el alarmante oscurecimiento de manos, pies, cuello y sobre todo de la cabeza, que además del famoso antifaz negro, presentaba un enorme deterioro en la parte derecha y en las zonas más profundas que se extendía a los hombros de la escultura. De la misma forma, las imágenes ampliaban los pequeños cráteres que a la vez que han ido carcomiendo la policromía se han convertido en parte consustancial de la imagen del Gran Poder. Cruz Solís reconoció que en 1983 se había perdido “una oportunidad de oro” de intervenir en el rostro del Gran Poder.

El restaurador justificó la sustitución de las espinas de hierro –que realizaban un efecto nocivo sobre la corona– por otras de madera, similares a las originales que pudo tener la imagen y para ello, explicó, se apoyaron en el ejemplo de obras del mismo autor, como el crucificado de la Agonía de la parroquia guipuzcoana de Vergara, intervenido en 2018 en el Instituto Andaluz de Patrimonio. Algunas de esas espinas de hierro habían sido colocadas sin ningún criterio y se hincaban en el pelo o la frente de la imagen. De la misma forma, se mostraba como las tareas de limpieza, a la vez que recuperaban el precioso color verde de la corona, permitían identificar las piezas añadidas en antiguas reparaciones, como un enorme trozo de más de 12 centímetros. En total, contando las que perforan la ceja y la oreja y servían de firma a Juan de Mesa, son 57 las espinas que laceran la cabeza del Gran Poder.

Las tareas de limpieza, que se realizaron a punta de bisturí y estuvieron precedidas de la imprescindible fijación de los estratos de los materiales artísticos, arrojó instantáneas sorprendentes, sobre todo en la comparación entre los testigos de suciedad y las zonas ya limpias en las que se respetó la especial idiosincrasia de la imagen y se eliminó lo que la enmascaraba. Joaquín Cruz Solís aseguró que la suciedad alcanzaba más de un milímetro de espesor debajo de los ojos. Además, recalcó que la cabeza había sido seccionada “infinidad de veces” complicando las operaciones de restauración en la zona del cuello. Para la fijación, los restauradores emplearon cola que fue introducida en los estratos empleando trozos de papel japonés y la aplicación de calor mediante una espátula caliente.

Los restauradores sellaron con estopa y colas –de la misma forma que ya se hacía en el siglo XVI con la pintura flamenca– la grieta que surcaba el rostro en su mitad y descarnaba la nariz, que fue reestucada y reintegrada siguiendo un criterio de identificación con el tono cromático que el tiempo había dado al resto de la encarnadura. La limpieza también permitió hallar el labio superior y diferenciar la barba y el pelo de la piel, que recuperaron vida propia y mostraron unas hermosas calidades que revelaron una inédita dulzura en la imagen. Otra pequeña, pero notable, laguna fue reintegrada en el labio inferior después de la aquiescencia de la comisión de seguimiento. Joaquín Cruz Solís también reveló entonces –hace casi 14 años- que el gran repinte que le emborronaba la cara al Gran Poder era betún de Judea, lo que podría explicar el gran ennegrecimiento de la zona de los ojos, bajo el que se encontraron, sobre el pómulo izquierdo, dos goterones de sangre desconocidos hasta entonces.

Las Edades del Señor (y 3): dos tardes de verano
El Gran Poder.

Se limpiaron parcialmente las manos y se mantuvieron los desgastes que habían dejado la devoción en forma de besos, que muestran claramente el soporte de madera. De la misma forma, se retiraron restos de pasta de poliéster, que debió ser utilizada en la intervención de Peláez del Espino de 1976. En el pie derecho se pudo comprobar que había más de un centímetro de madera perdido en la zona del talón, aunque la sorpresa llegó al descubrir que había mucha más policromía original de la que inicialmente se presuponía.. En la punta del pie izquierdo se pudo comprobar que era de madera de cedro mientras que el resto del pie es de pino. El restaurador no dejó pasar la ocasión sin darle un toque de atención a los priostes para que fijaran bien los brazos a la cruz, ya que el rozamiento de tantos años había ido erosionando las yemas de unos dedos que “se podrían perder por desgastes”.

Los trabajos de los Cruz Solís también permitieron comprobar que el cuerpo presentaba buena salud –no hay que olvidar que ellos habían sido los responsables de su salvación en el año 83– y que al margen de restañar algunos arañazos y grietas puntuales no necesitaba de ninguna intervención relevante. El barnizado final, “que le protege y le otorga un brillo mate muy bonito” fue la guinda de un trabajo magistral que ya está por derecho propio dentro de la historia de la especialidad.

Aquella histórica ponencia –celebrada el 19 de octubre de 2006- permitió descubrir imágenes inéditas de los trabajos de restauración. Ver al Señor con una sencilla alba, o comprobar su tremenda anatomía nos acercaban más al milagro de Juan de Mesa, para el que Joaquín Cruz Solís, sin duda emocionado por este trabajo histórico, llegó a pedir la beatificación. Como en un viaje de ida y vuelta, la intervención de los médicos del Señor, reveló a Sevilla una belleza que han modelado de la mano la genialidad de un imaginero cordobés, los azares del tiempo y el amor de sus devotos.

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El Gran Poder después de la restauración.

Condiciones de habitabilidad

Pero la intervención de los Cruz Solís, o sus efectos, no se iban a detener en los trabajos de aquel verano. La propuesta de tratamiento incluía una serie de medidas conservativas que inspiraron las obras de adaptación del retablo. Se trataba de mejorar las condiciones de habitabilidad, protección y conservación de la imagen. Los restauradores, ya habían advertido de la gran acumulación de hollín en el camarín -la embocadura funcionaba como una aspiradora- y la necesidad de contar con un sistema contra incendios, materializado en el telón de metal y cristal que aísla al Señor de las llamas en caso de emergencia. De la misma forma, para evitar el efecto de “horno extractor” del humo de las velas se colocó un sistema de cortinas de aire que aíslan al Nazareno. Pero el Gran Poder también cuenta desde entonces con un sistema que estabiliza las constantes de temperatura y humedad -21 grados y 55%- necesarias para la correcta conservación de una talla policromada de estas características aunque la nueva iluminación, tal y como reconoce el propio hermano mayor, supone una sensación de oscurecimento de la talla. Esas obras de adaptación motivaron el traslado de las imágenes titulares al cercano convento de Santa Rosalía después de la Semana Santa de 2008. Era la primera vez -en más de tres siglos- que el Señor residía fuera de la plaza de San Lorenzo.

El ataque de 2010

Pero la historia material del Gran Poder, por desgracia, no se iba a detener en aquella trascendental intervención de 2006. La tarde del 20 de junio de 2010 transcurría con la plácida normalidad de cualquier domingo de la última primavera en la Basílica de San Lorenzo. Las misas sucesivas se mezclaban con las subidas y bajadas de los devotos al camarín del Señor pero en el transcurso de la celebración de las ocho y media iba a ocurrir algo absolutamente inesperado que sacudió la ciudad de arriba abajo como un hondo bramido.

Un perturbado había logrado encaramarse a la repisa de la imagen con la intención de volcarla. Aunque no logró su propósito sí le arranco el brazo derecho -destrozando el sistema de articulación- y le produjo algunos daños en la espalda. El Señor no pudo recibir a los suyos al día siguiente. Había vuelto a ser trasladado a la Sala del Tesoro, su clínica particular. La cruz desnuda, colocada en vertical, ocupaba el camarín, velado con una tela de damasco. Enrique Esquivias, hermano mayor del momento, hizo gala de una elegante serenidad recalcando desde el primer momento que el daño no era irreparable.

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Enrique Esquivias, hermano mayor en 2010, atiende a los medios en la noche del salvaje ataque a la imagen del Señor.

Luis Álvarez Duarte, médico de cabecera del Gran Poder, se encargó de restañar los daños en una intervención que duró cuatro días. “Se le reprodujo el mecanismo fracturado y aunque no se ha comentado mucho, también se reparó la parte del glúteo y la espalda que habían quedado muy dañados pero el resultado fue fantástico”, explicaba el recordado imaginero y restaurador de las Huertas de la Trinidad precisando que “se aprovechó para hacerle un chequeo a fondo, desde la peana hasta la cabeza”. De la misma forma, precisaba, “la pieza que se le puso fue exactamente igual que la que se le quitó, obra de Juan de Mesa”.

Aquel ataque no logró nada irreparable pero sí creo cierta sensación de indefensión que obligó a modificar algunas medidas de seguridad. El besapié quedó restringido en los meses siguientes a la tradicional jornada de los viernes pero, eso sí, protegido por un guardia de seguridad. La Hermandad sabía que el culto del Gran Poder no se podía entender sin ese contacto diario con los fieles por lo que se decidió elevar la mampara posterior de protección más de metro y medio para evitar un nuevo asalto dejando expuesto el talón consumido a la adoración de los devotos. Esa mampara, formada por tres cristales antibalas que absorben la luz para evitar reflejos, fue colocada el 9 de noviembre de 2010, casi seis meses después del ataque a la imagen. Dos años después llegaba una nueva intervención, oficiada por Pedro Manzano, para sustituir el tradicional sistema de articulaciones de galleta o gozne de sus brazos por uno más versátil de rótulas.

Las Edades del Señor (y 3): dos tardes de verano
Imagen del impresionante traslado a la Catedral con motivo del año de la Misericordia.

Han pasado ya casi quince años de la trascendental restauración del Señor y la pátina del tiempo ha dulcificado el efecto de la limpieza, tal y como corroboraba Álvarez Duarte en una entrevista para el número especial del décimo aniversario de la recordada revista Más Pasión en otoño de 2016. El imaginero, fallecido el pasado mes de septiembre, conocía perfectamente la materialidad de la imagen desde el primer aterrizaje de los Cruz Solís como miembro de la comisión de seguimiento. “Aquella limpieza fue sublime. El Señor se encuentra pletórico, maravilloso, como nunca...” señalaba el prestigioso escultor afirmando que los Cruz Solís “lo intervinieron magistralmente y todos los que formamos parte en aquella comisión salimos plenamente satisfechos con el desarrollo de los trabajos”.

Pero el Gran Poder volvió a alejarse de su Basílica fuera de la Madrugada del Viernes Santo. Lo había impedido la lluvia en el fallido Vía Crucis magno alentado por la mitra para saludar el Año de la Fe, en febrero de 2013. Pero sí recibió el abrigo de todos sus devotos en el impresionante traslado de ida y vuelta a la Catedral de Sevilla para presidir el jubileo de las cofradías en noviembre de 2016, convertido en el definitivo acto del Año de la Misericordia decretado por el papa Francisco. Los devotos ya saben que el Señor volverá a salir al encuentro de los suyos el próximo otoño dando un hermoso sentido de autenticidad a la salida que rubricará el 400 aniversario de hechura de la imagen por parte de Juan de Mesa. Al fin y al cabo, su rostro y sus manos laceradas son el mejor espejo del Amor de Dios.