Qué de emociones. Qué multitud con ganas de volver a ver a la Perla Negra y a la Morena. Un barrio que con pasión acompaña no sólo a ese misterio en caoba y bronce y la imponente talla que Antonio Eslava tallara hace ya 75 años. San Francisco también es su Virgen niña.
De las manos de Castillo Lastrucci nació Ella, Nuestra Señora de las Angustias que tanta emoción levanta. Es el caso de Josefa, que con sus nietos decía que verla «le emociona como la que más» y que su llanto es oración y plegaria «por los suyos, por los que se fueron y por mis nietos». Una cofradía de contrastes que cada año pone en las calles casi a 400 nazarenos. Son las 19.00 horas y la pequeña campana de la espadaña de la capilla de San Francisco suena en el compás del antiguo convento para hacer silencio absoluto y ver desfilar penitentes negros, antesala de ese Señor descendido de la cruz entre inmaculados paños blancos a las órdenes del bueno de Matute.
Detrás Ella, en un ambiente diferente, con ese palio calado que fue del Amor que cubre, dejando pasar la luz del sol, a la reina de San Francisco de manto morado. Un discurrir en una tarde de calor sofocante que hacía que los costaleros pidieran agua continuamente. Todo quedó en el olvido al filo de la medianoche, cuando el milagro se hizo realidad en forma de lluvia de pétalos en calle Tahona bajo la atenta mirada en el martillo de Fernando Fernández Goncer.
Él, que todo lo puede, ya la esperaba en la capilla. Ella, bajo un diluvio floral que la hacía más bella, alegre, olvidándose de todo dolor. Y es que, como dice Benjamín Menor, costalero y hermano, Miércoles Santo «es cumplir la herencia de mis padres y mis abuelos que tenían la devoción a estas imágenes por bandera; cumplir el compromiso adquirido desde pequeño cuando juré las reglas; es amor, es devoción, es tradición, es familia. Es hermandad».