«Los Villanueva estamos ahí porque somos servidores de las hermandades, nunca dueños»

Esta Semana Santa cumplirá 54 años mandando pasos desde que un ya lejano Martes Santo de 1963, con tan sólo 14, debutara tocando el martillo del misterio de la Presentación al Pueblo, un oficio que aprendió codeándose con «los siete magníficos». Junto a su hermano Carlos conforma la tercera generación de una saga de capataces que en la actualidad saca 14 pasos en Semana Santa en nueve cofradías distintas

05 feb 2017 / 16:35 h - Actualizado: 05 feb 2017 / 16:52 h.
"Cofradías","Costaleros"
  • Manuel Villanueva (Sevilla, 1948) representa la tercera generación de una saga de capataces que inició su tío abuelo, Antonio Villanueva Carrasco, y continuó su padre.
    Manuel Villanueva (Sevilla, 1948) representa la tercera generación de una saga de capataces que inició su tío abuelo, Antonio Villanueva Carrasco, y continuó su padre.
  • Manuel Villanueva (Sevilla, 1948) representa la tercera generación de una saga de capataces que inició su tío abuelo, Antonio Villanueva Carrasco, y continuó su padre.
    Manuel Villanueva (Sevilla, 1948) representa la tercera generación de una saga de capataces que inició su tío abuelo, Antonio Villanueva Carrasco, y continuó su padre.

Ha llegado a sacar Jesús Despojado cuando salía el Sábado Santo y a mandar el misterio del Beso de Judas con el acompañamieno musical de la Banda de Tejera. Hoy en día, es el único capataz en activo que sigue cobrando un estipendio por sacar Santa Marta, herencia de una etapa, la de las cuadrillas pofesionales, con la que convivió más de 20 años. Lleva a gala el haber aprendido los secretos del oficio entre los que él llama «los siete magníficos» (a saber, Rafael Franco, Salvador Dorado Vázquez, Manolo Bejarano, Vicente Pérez Caro, el tándem Moreno y Domingo Rojas, los Rechi y los Ariza), un ramillete de capataces que se repartían todas las cofradías de Sevilla. Empezó a los 14 años con su padre, Antonio Villanueva Pérez, que era segundo de Vicente Pérez Caro, para luego culminar su definitiva expansión con el tándem Moreno y Domingo Rojas. «Ellos me vieron muy preparado y me dieron todas las facilidades del mundo para hacer y deshacer en las cuadrillas». Conversar con el decano de los capataces de Sevilla es una auténtica delicia porque aún conserva en su vocabulario la jerga propia de los antiguos capataces con expresiones como «hacer una cofradía», la «corría» o «cogerse a la música». No se pierdan eso de que el paso de Santa Marta «escupe» costaleros. Con ustedes, Manolo Villanueva.

¿Cómo se lleva lo de ser el decano de los capataces de Sevilla?

–En esto todo el mundo quiere... Yo digo que ser capataz es una cosa y sacar un paso por la puerta de una iglesia, otra. Cuando empiezo en el año 63 a mandar pasos con mi padre, yo no soy capataz principal, pero también es verdad que en aquella época estaban los siete magníficos y era imposible que yo fuera capataz principal. Pero eso sí, llegué a ser segundo y cualquier segundo de aquella época podía ser mejor que la mayoría que hay hoy. Siendo segundo monté dos cuadrillas de hermanos, la de la Cruz al Hombro del Valle y la de la Bofetá. Los segundos de entonces eran capataces consagrados, pero no firmaban contratos, y al no firmar contratos, no eras el principal. Pero había segundos de aquella época que le sacaban las castañas del fuego a los primeros y eran tan buenos como ellos. Antiguamente, y no como ahora donde hay miedo a llevar contigo a gente que te pueda hacer sombra, los capataces principales querían los mejores segundos consigo. ¿Qué pasa cuando viene la transición a los costaleros hermanos? Que en verdad hay capataces que cogen cofradías que no sabían ni lo que tenían entre manos. Los pasos no andaban bien, no iban; hoy sí van bien, pero en aquella época no. Yo simplemente digo que me diga uno de los actuales que lleve 53 o 54 años mandando pasos. Que me lo diga, y a partir de ahí, hablamos. Porque resulta que cuando empiezo a hacerme cargo de las cuadrillas de hermanos como capataz principal, yo ya llevo 23 o 24 años de cofradías a mis espaldas. ¿Quién puede enseñar a quién? Yo sí les puedo enseñar a ellos, pero ellos a mí no.

–¿No es necesario el aprendizaje del costal para ser capataz?

–No. Eso es algo que se ha vendido, pero ser costalero es una cosa y ser capataz otra. Habiendo sido costalero, tú sabes lo que se puede sufrir debajo de un paso, pero después no te acuerdas. Cuando vas mandando, vas en otro mundo, en otra historia. De los siete magníficos, había varios de renombre que no habían sido en su vida costaleros. No es necesario.

–Y en todos estos años como capataz ¿ha vivido algo parecido a la reciente salida del Gran Poder?

–Lo del Señor para mí ha sido una cosa impresionante. No he sacado ni he vivido nada parecido. He tenido vivencias que te llegan al alma. Es más. Nunca había conocido al Gran Poder con música y cuando llegamos a la altura del arquillo del Ayuntamiento y empezaron a tocarle Ione me quedé pillado, sorprendido porque el Señor no cambió de andar. Me emocioné. Ha sido algo impresionante, porque con la cantidad de gente que había en las calles, no ha habido ni un sí ni un no. Y ese respeto de llegar el Señor a los sitios y todo el mundo en silencio y no escucharse ni el ruido de una mosca... ha sido impresionante.

–¿El del Señor es el martillo de los martillos de Sevilla?

–Sacar al Señor es lo más grande que puede sucederle a una persona, porque estamos hablando del Señor de Sevilla. ¿Martillos? Yo tengo martillos a los que le tengo un cariño y un aprecio enorme, como a todos los que saco. Llevo muchos años en el misterio de la Amargura o en Santa Marta, o en las Cigarreras... Cada vez que tocas un martillo es un sentimiento diferente, pero el Señor es una historia aparte.

–Usted ha vivido una Semana Santa muy diferente a la actual, la de los costaleros profesionales...

–He convivido 23 o 24 años con los profesionales. Es una cosa diferente en el sentido de la forma de actuación. Hoy hay costaleros tan buenos y tan profesionales, en el sentido de hacer bien su trabajo, como los que había antes. Es verdad que los antiguos sacaban una corría de ocho o nueve cofradías y no tenían relevos, pero hoy día, si me pusiera a escoger costaleros, sabiendo escoger, estoy seguro que podía sacar una cuadrilla capaz de sacar, sin relevos, tres, cuatro o cinco cofradías. Porque los hay muy buenos.

–Entre usted y su hermano sacan 14 pasos en Semana Santa en nueve cofradías distintas. Y a usted lo vemos indistintamente sacar pasos de Cristo o de Virgen. ¿Cómo se reparten los martillos en aquellas cofradías en la que trabajan juntos?

–Cuando yo empecé con los hermanos costaleros, lo que tenía eran pasos de Cristo. Entonces, todo el mundo tendió a encasillarme como capataz de Cristo, y no es así, nosotros somos capataces de cofradías. Yo, en realidad, cuando trabajaba con mi padre y con Moreno, he mandado muchos palios y muchos Cristos. Y sé manejar a ambos. Respecto a cómo nos dividimos el trabajo entre hermanos, no tenemos preferencias, aunque sí es verdad que cuando hicimos Las Cigarreras, que es la hermandad de la familia, le dije a mi hermano que me gustaría llevar a la Virgen de la Victoria. Pero no tenemos problemas en ese aspecto.

–Los Villanueva son de pocos ensayos, cortos y bien hechos....

–Cuando yo cogí la Amargura ya en la etapa de los hermanos costaleros, esa cuadrilla estaba deshecha, y en tres años ese misterio pasó a ser el que mejor andaba por Sevilla. ¿Eso qué lo dio? Creo que lo dio la sabiduría de saber trabajar cofradías, mientras los demás no terminaban de arrancar. En aquel momento en la Amargura exigían a un capataz profesional; yo era muy joven, pero era capataz. Lo que no era capataz principal por entonces. Me acuerdo una vez que estábamos en la Patrona de Capataces y Costaleros en la época de los profesionales, y mi padre me presentó a Alfonso Borrero. Se dirigió a mí y me dijo: «No vayas a ser tan cobarde como tu padre que le ofrecí cuando me retiré las seis cofradías que tenía y no las quiso». Eso a mí se me quedó grabado. Había que dar el paso adelante. ¿A mi padre qué es lo que le pasaba? Mi padre era un gran capataz, aunque era segundo; de hecho, le sacaba muchas castañas del fuego a su capataz, a Vicente Pérez Caro, de la Puerta Osario. Era un hombre que le gustaba vivir con la gente, pero no quería historias de firmar contratos. Eso sí, solucionar problemas, todos lo que quisieras. Y ese era mi padre, y era un gran capataz.

–Le había preguntado por los ensayos: cortos y bien hechos...

–Cada uno puede hacer lo que quiera y yo respeto a todo el mundo. Pero sabiendo el material que tienes como cuadrilla, tú no tienes por qué estar hasta las dos o las tres de la mañana dando vueltas por ahí. El que lo quiera hacer, que lo haga. Pero yo creo que hoy la gente está muy preparada, la gente sabe trabajar y más vale la convivencia que el estar dando paseos por ahí por la calle con los pasos. Esa es nuestra idea, un ensayo cortito y bien hecho. Yo se le digo a los costaleros antes de empezar el ensayo: señores, de ustedes depende que hagamos o no hagamos...

–Y además, son ensayos sin música.

–Es que el costalero antiguo se cogía a cualquier música porque lo que sabía era andar muy bien. Ya puede ser música de cornetas y tambores o de palio. Sabiendo andar, cualquier costalero, ya sea de Cristo o de palio, se coge a cualquier música. Cuando me hice cargo del misterio de la Amargura, me acuerdo que a la hora de ensayar los que estaban allí pusieron el cassette. Cuando salieron andando, aquello no iba. Eché el paso al suelo y pedí que quitaran la música. Y empecé con ellos a enseñarles a andar, a andar y a andar. Bueno, pues ahí está. En aquella época todo el mundo ensayaba con música. Hoy día hay un montón de capataces que no ensayan con música. Esa es la forma para que una cuadrilla funcione andando bien y se coja a la música que le pongan. La prueba del nueve en un ensayo con la Amargura me la hizo un íntimo amigo mío, José Luis Santos, delegado de costaleros. Un día me dijo que me tenía preparada una sorpresa para comprobar si era verdad que la cuadrilla andaba tan bien como decía la gente. Y nos puso la marcha Amarguras para sacar el paso de ensayo de la iglesia. Ese paso de misterio salió andando perfectamente con la marcha Amarguras y este hombre me dijo: «Escúchame Manuel, si no lo veo, no lo creo». El primer fundamento del costalero, aparte de hacer bien su trabajo y ser bueno, es saber andar muy bien.

–El misterio de la Amargura tiene un andar único, poderoso...

–Yo siempre he dicho que el barco de la Amargura es un paso poderoso, que cuando va andando, come, e impone respeto al que está delante viéndolo. Es una cuadrilla que lleva ya muchos años consolidada y yo siempre me he preocupado que el que entre se adapte al sistema, aunque sean costaleros que en otros pasos hagan cambios. Es el último paso al que yo doblé la cuadrilla. Pero ambas cuadrillas son buenas. Esa ha sido otra de mis preocupaciones. Yo no tengo una para batalla y otra para hacer cosas finas, porque el recorrido que una cuadrilla hace un año, al año siguiente lo hace la otra.

–¿Y Santa Marta?

–Santa Marta es un misterio en silencio, pero para mí es el más bonito que anda en Sevilla. Un paso de silencio andando bien, sabiendo andar con él, es de lo más bonito que hay, quizás muchas veces más bonito que un paso con música. El paso de misterio de la Amargura tiene su tambor y la gente va cogiendo el andar con el bombo. En el de Santa Marta, es el paso racheao de los costaleros y es el son del andar el que te va a latir como el bombo del tambor. En Santa Marta ocurre una cosa. Es la única cuadrilla pagada en Sevilla y ahí no hay relevos. Los 48 hombres que sacan el paso del mármol de la iglesia son los que lo vuelven a posar. ¿Qué es lo que pasa? Que en Santa Marta yo he metido costaleros muy buenos, pero acostumbrados a los relevos. Y a un par de ellos o tres los ha escupido ese paso para afuera. ¿Por qué? Porque si estás acostumbrado a los relevos, por muy bueno que seas, te asfixias debajo del paso. Tú tienes que escoger a gente que sea capaz de aguantar esas horas sin problemas de ninguna clase.

–Los Villanueva son casi un mito de los martillos. ¿Hay un estilo Villanueva en la forma de mandar?

–No lo sé si lo hay, porque nunca me he puesto a marcarme un estilo. Lo que sí es verdad es que hacemos los ensayos para que el costalero ande y ande, para que luego, durante la cofradía, se pueda coger a un paso largo, racheao, medio, corto, sobre los pies, con marcha, sin marcha... Yo no diría que haya un mito sobre los Villanueva. Nosotros lo único que hemos hecho ha sido trabajar, trabajar mucho. A nosotros nadie nos ha regalado nada. Si estamos ahí, es simplemente porque hacemos el trabajo bien hecho, somos serios y no nos metemos en historias raras. Somos, como yo digo, servidores de las hermandades, nunca dueños. Tú estás en una hermandad el tiempo que quiera una junta que estés. Cuando vas a sacar una cofradía, vas a hacerlo como quiere la hermandad y lo mejor que puedas saber hacerlo.

–En el libro de estilo de los Villanueva no hay cambios, ni coreografías, ni pasos atrás...

–Nosotros no somos de ese estilo. Somos capataces del estilo clásico. Pero si me pongo a ver una cofradía de costero a costero, si lo hacen bien me gusta. No me gusta hacerlo, pero sí me gusta verlo. De hecho admiro y respeto a hermandades como San Gonzalo, que para mí fue la pionera en ese tema. Y la verdad es que lo hacen muy bien, siempre que no sea una cosa excesiva.

–Una de las cosas que más se admira de los Villanueva es la forma de coger las vueltas...

–Sí. De hecho, te puedo decir que hay capataces que hoy sacan cofradías que me han pedido asistir a los ensayos para ver cómo yo cogía las vueltas. El secreto está en cogerle el punto donde tienes que empezar a coger la vuelta, andando siempre de frente un poquito. De esa manera el paso queda encuadrado en la vuelta sin problemas de ninguna clase y sin rectificar ni nada. Son vueltas mucho más bonitas, por lo menos para mi gusto, que las de tornillo.

–¿Por qué sus costaleros les son tan fieles?

–Nosotros tenemos cuadrillas de costaleros que son cuadrillas de amigos. Trillamos mucho con ellos. Nos vemos durante el año y convivimos mucho con ellos. Eso lo tenía mucho mi padre. El vivir y convivir con los costaleros era su pasión. A él le daba igual ser principal o no. El convivir con el costalero te hace tener gente muy fiel a ti. Conoces sus problemas, intentas ayudarle. El capataz era antiguamente así. Yo me acuerdo de costaleros viniendo a mi casa a hablar con mi padre para exponerles sus problemas: que si le iban a cortar el agua, la luz, que si necesitaba algo de dinero para comprarle al niño unos zapatos. Antes el ser capataz era muchas cosas.

–Desde la distancia. ¿Entiende lo que ha pasado con un compañero como Antonio Santiago?

–A mí, la verdad, no me gusta hablar de esos temas. No sé por qué le ha pasado, eso lo sabrán las hermandades. Lo que sí es verdad es que, como he dicho antes, nosotros somos servidores de las hermandades, no dueños. A lo mejor un día me toca a mí y seré capaz hasta de llorar por esa cofradía, pero tengo asumido que no soy dueño.

–¿Han adquirido los capataces un protagonismo demasiado excesivo en la Semana Santa? ¿Se han endiosado?

–Yo no sé. Yo nunca me he sentido endiosado. Yo soy una persona muy normal. Tengo a mi hijo y está mi sobrino, que están muy preparados. Mi hijo podía haber trabajado ya cofradías solo y, sin embargo, él ha dicho que mientras su padre esté en activo no se irá de al lado mía. Quiero decir con esto que mi hijo hace hoy día más trabajo que yo, sé que está muy preparado y él es tan buen capataz como lo soy yo, y, sin embargo, le hago yo sombra. Si yo fuera en verdad protagonista, no dejaría a mi hijo hacer esto o lo otro, y tengo claro que yo me tendré algún día que marchar de esto y si quiero dejar algo mío en las cofradías tengo que darle cancha y oportunidades para que demuestre que es capaz de hacerlo.

–Hay quienes postulan que lo mejor que le puede suceder a la Semana Santa es la vuelta de los profesionales. ¿Está de acuerdo?

–No. No estoy de acuerdo. He conocido el mundo profesional y conozco al de ahora. Hoy hay una generación de costaleros muy buenos, personas serias, honradas. Yo no sé si algún día volverán los profesionales, pero yo no lo voy a conocer. De momento, no lo contemplo. Yo siempre digo lo mismo: que alguna hermandad pueda tener problemas con las cuadrillas no quiere decir que sean todas.

–¿Cuándo lo ha pasado usted peor delante de un paso?

–Puff. A mí me pasó una vez nada más, que yo sepa. Yo he tenido la gran suerte de aprender y trabajar con grandes capataces. Yo estuve en la Puerta Osario con mi padre, en el año 70 me fui con Moreno y Domingo Rojas. Y esa fue una década gloriosa, con la mejor cuadrilla de profesionales que había en aquella época. De hecho, la gente venía a vernos nada más que por ver cómo trabajaban. Era una cuadrilla explosiva. ¿Pasarlo mal? Recuerdo que fue un Lunes Santo, lo pasé mal, pero no quiero hablar más de ese tema. Fue en la época cerca de la transición y aquello no funcionó. Gracias a Dios, hoy tengo muy buenos amigos en esa hermandad en que lo pasé mal.

–¿Ve necesario poner un límite de edad para ser costalero?

–No, no. Siempre he dicho que si el costalero es honrado debe de saber hasta dónde tiene que llegar. Si el costalero no quiere saberlo, el capataz es el que tiene que decir hasta aquí has llegado, tenga la edad que tenga. Todas las personas no somos iguales, ni tenemos la misma fortaleza, ni nos cuidamos igual. ¿Qué pasa? Que a lo mejor hay costaleros que con 45 o 50 años se tienen que ir y otros que se tienen que ir con 35 porque no se han cuidado o no han dado la talla. Y otros a lo mejor pueden llegar hasta los 60. Yo he tenido a costaleros con 60 años debajo del paso. Es el caso del Guardia, que se fue con 60 años y no había quien le tosiera. El capataz es el que tiene que tener muy claro hasta dónde puede llegar un costalero e intervenir en caso de que éste no quiera reconocer que ha llegado su momento para retirarse.

–¿Qué cosas han mejorado del costalero profesional al de ahora?

–Cuando empezó la transición hubo años muy difíciles. Yo siempre lo he dicho: para mí los verdaderos héroes de la transición fueron los primeros costaleros hermanos, o supuestamente hermanos porque la mayoría no eran hermanos de nada. Ellos mantuvieron el tipo y se dieron verdaderas palizas. Al principio, no iban nada de bien, pero los tíos pelearon y lucharon. Eso ya ha cambiado mucho. El costalero de hoy, con respecto a los de antes, trabaja igual y tiene la misma sabiduría.

–¿Usted ha llegado a ganar dinero con las cofradías?

–Yo he cobrado, pero nunca he ganado dinero, al revés, me ha costado. He cobrado como contraguía, como segundo, pero si yo echaba cuentas, al final me había costado el dinero. Nunca he ganado dinero en las cofradías, y hoy actualmente menos. Lo de Santa Marta ya es un sueldo simbólico.

–¿Cree usted necesario un monumento al costalero en Sevilla?

–Te voy a decir la verdad. Yo era muy amigo de Hipólito y del Pingüino, costaleros antiguos que fueron los que primero empezaron a mover este tema e hicieron un escrito para solicitarlo al alcalde. Yo les firmé ese escrito. Con el tiempo, casi te puedo decir que a mí me da igual. No le veo mucha historia.

–¿Le gusta el proyecto que hay planteado?

–El proyecto lo he visto de una manera y ahora dicen que está de otra. Si hablamos de monumento al costalero, yo quitaba al capataz de en medio. Es un monumento al costalero, no tiene por qué estar el capataz.

–¿Algún sueño por cumplir en esto del martillo?

–No. No. Creo que la guinda que le faltaba al pastel fue el Gran Poder.

–¿Le da tiempo a tener un rato de introspección delante de los pasos?

–Muchas veces. Por desgracia he tenido recientemente un problema con mi mujer y en la salida extraordinaria del Señor me ha dado tiempo a hablar largo rato con Él. Y si es en la Madrugá, también. Hay chicotás largas y rectas en las que no tienes que estar mandando constantemente, y te da tiempo de mirar la cara de la imagen y de rezarle, pedirle o hablarle.

–Hoy día, con móviles de última generación en el bolsillo, es difícil no pillar a un capataz en un renuncio...

–Yo cuando voy delante de los pasos me da igual que la gente esté cogiendo o dejen de coger. Yo intento hacer el trabajo lo mejor posible, y si lo consigo, la hermandad está contenta y si la gente en Sevilla habla bien, me da igual. Todos tenemos nuestros incondicionales y detractores. Depende del que te coja, así hablará de ti.