Plegarias de amor desde el Arco

Macarena. Los peregrinos de San Gil protagonizan una rápida y bulliciosa salida no sin antes recibir «la luz de San Lorenzo» para el nuevo camino

Manuel J. Fernández M_J_Fernandez /
16 may 2018 / 15:55 h - Actualizado: 16 may 2018 / 20:21 h.
"El Rocío 2018"
  • Plegarias de amor desde el Arco

Hay más gente en San Gil. En la plazuela y en la iglesia. Más caballistas que de costumbre y más carriolas con tiro de bueyes, «de nuevo una hilera» con cinco más que el año pasado, que cogen toda la calle Sagunto. También más emoción en el rostro de los romeros de la hermandad del Rocío de la Macarena, que ayer iniciaron el sueño del «miércoles de amanecía». «Sí, es cierto. También que se ha acabado la crisis», constata desde lo alto de su caballo el hermano mayor, José Romero, mientras que el Simpecado levanta el vuelvo e inunda de esperanza el vecindario de la muralla que «se hizo rociero» como canta a porfía el coro que está al pie de la carreta.

El párroco de San Gil, que vive su primer año, se muestra sorprendido. No duda en expresarlo públicamente en la misa de romeros: «La devoción a la Virgen del Rocío mueve los corazones de la gente. Hay que agradecer a todos los que han venido tan temprano». Igual de abrumado por el fervor romero está el diácono Ariel, natural de Santo Domingo. «Es una experiencia maravillosa. La manera de peregrinar al encuentro de Cristo a través de la Virgen María», confiesa sin perder de vista la yunta que manda Antonio Daza. El veterano carretero de Benacazón da las órdenes justas a los astados –Mulato e Indiano– para cruzar el Arco y adentrarse, previo giro en la Resolana, en la nueva plaza que precede a la Basílica. «Tengo los nervios propios del primer día. En la ciudad hay que ir más despacio y teniendo mucho cuidado de no resbalar. Luego en el camino es distinto, ya te viene lo que te tiene que venir».

Los primeros metros, de momento, son de «nudos gordos en la garganta». De plegarias de amor ante la Esperanza y de persignarse para tener cerca lo que lleva dentro pero hoy se atisba desde el atrio. De abrazos y reencuentros ante el Simpecado y de arrebatos con petalá y sevillanas desde un balcón revestido con mantones de fe en Feria. Calle que pregona la esencia del barrio que fue y es. Pero también lo es de sosiego interno frente al ritmo frenético de la partida, cruzando a prisa el Casco Antiguo. Es que «hay años y años». Sandra lo sabe muy bien. Está embarazadísima –de ocho meses– pero no se queda en casa. «Nos hemos echado para adelante. Solo le pido a la Virgen que mi hijo sea un buen romero, una buena persona y que siga la herencia de la familia». Es lo que han hecho, gracias al empeño (bendito) de sus padres, los chavales de Los Tragedias. Se han independizado del carro familiar y por primera vez van juntos en una reunión. «Somos los niños mimados de la hermandad. Como somos una gran familia, todos, incluido el hermano mayor y su esposa, nos han explicado cómo tenemos que hacer las cosas», reconoce Marta mientras ve llegar al Simpecado macareno a la casa del Señor de Sevilla. Allí rezan estos peregrinos, más de 600. «Es un momento hermoso. Le entregamos una vela para que haya un poco de luz de San Lorenzo en el camino», explica el hermano mayor del Gran Poder, Félix Ríos.

La salida de la plaza resulta complicada con las motos que hay aparcadas en la acera de enfrente. Con la fuerza de unos romeros y la maña del carretero, la yunta logra dar el giro de 90 grados para buscar la calle Cardenal Spínola y la Gavidia. Lo hace en un suspiro como pide insistentemente desde su caballo el alcalde de carreta: «¡Vamos, no pararse!» Hay que estar pronto en el puente del Cachorro para dejar libre la senda a Triana. Eso sí, antes una última pará en San Vicente. La sucesión de vivas después del rezo depara una sorpresa: «¡Viva su cura Marcelino!» Algo que agrade con humildad el cura-párroco: «Es que José Carlos es de la hermandad de Las Penas. Es una forma también de rezar a la Virgen por mí».

En la barra de promesa de la carreta macarena se van anudando las peticiones del padre Marcelino, del sacerdote dominicano, de Sandra o de la chavalería de Los Tragedias... Todas se engarzan en silencio en un rosario de plegarias, verdes como su Simpecado, que este viernes se presentará ante la Blanca Paloma. Es la grandeza del Rocío macareno. Una hermandad que salta y traspasa las murallas al llegar Pentecostés.