Qué hace, piensa y siente un capataz
Rafael Moreno y Moisés Ríos publican ‘El oficio de capataz en la Semana Santa’ (Almuzara), un exhaustivo estudio para descubrir los inicios, la historia y todas las características físicas, técnicas y psicológicas relevantes para conocer la figura del capataz actual
Antonio Puente Mayor
La primera constancia de la existencia de un capataz al frente de un grupo de hombres que cargan un paso data, según el historiador del Arte Teodoro Falcón, del año 1587. Gracias a los documentos conservados en el archivo de la Catedral de Sevilla, sabemos que dichas andas formaban parte de la procesión del Corpus Christi, concretamente para sostener la custodia realizada por el platero leonés Juan de Arfe. Si damos un salto hasta el año 1635, podemos encontrarnos con cargadores pertenecientes a la Gran Compañía que atendía el muelle, miembros todos de la Hermandad de Nuestra Señora de la Granada, cuya capilla se hallaba próxima a la actual Puerta del Lagarto de la Catedral. No obstante, y como bien señalan Rafael Moreno y Moisés Ríos en su libro ‘El oficio de capataz en la Semana Santa’ (Almuzara, 2023), «hasta finales del siglo XIX prevalece una ausencia de documentación y por tanto de conocimiento sobre los capataces y costaleros, quizás por la poca relevancia que se les prestaba desde el mundo oficialista de la Semana Santa, y quizás también por corresponder tal laguna en buena medida a un periodo como la segunda parte del XVIII y primera del XIX, en el que las cofradías no pasaron precisamente por su mejor época, sufriendo varias de ellas serias crisis o incluso la extinción».
De Miguel ‘Tarila’ a Ariza ‘El Viejo’
En cuanto a los nombres propios, los primeros protagonistas de los que tenemos noticia pertenecen a la última década del siglo XIX, y son Miguel ‘Tarila’, uno de los capataces más populares de su época debido a sus «teatrales» modos de mandar; Ayala, de estilo similar al anterior; Francisco Palacios, más comedido en el mando y en la indumentaria; y Antonio Torres Macías, conocido como «Juanillo Fatiga’, capataz calificado con un estilo intermedio entre el más mesurado de Palacios y el efectista de los dos primeros. A estos se sumarán otros líderes de cuadrilla como Antonio Fernández ‘El Cuco’, Joaquín ‘Canela’, ‘El Carté’, ‘El Gorrión’ padre e hijo, Soto, ‘El Farolero’, Manuel García y Manuel Pérez. Con la llegada del siglo XX, la nómina se ampliará con capataces de la talla de Rafael Franco Luque, cuyo estilo sobrio y disciplinado marcará un antes y un después en la forma de mandar los pasos —durante años será el responsable del martillo del Gran Poder y la Amargura—, ‘Canelita’, José ‘El Naranjero’, Antonio ‘El Francés’ y un joven Rafael Ariza Aguirre que pasaría a la historia como Ariza ‘El Viejo’.
Surgen los hermanos costaleros
Con el transcurso de las décadas, el mundo del costal evolucionará hasta desembocar en una crisis que tiene lugar en los años sesenta, cuando «la progresiva mejora económica del país» trae como consecuencia la «pérdida de buena parte de los trabajos físicamente duros, incluyendo los de carga y descarga de los que se nutrían en gran medida las cuadrillas de costaleros». Ante esta situación, capataces como Alfonso Borrero llegarán a encontrarse graves dificultades para completar la estación de penitencia —en su caso con la Hermandad de la Mortaja en 1964—, siendo el año 1972 el del principio del fin de los costaleros ‘asalariados’ —esa Semana Santa, la Hermandad de la Soledad de San Buenaventura se vio abocada a sacar su único paso con los costaleros del misterio de Montserrat, tras la no comparecencia de su cuadrilla—. En consecuencia, el Martes Santo de 1973, la corporación de Los Estudiantes estrenará un nuevo modelo que terminará imponiéndose en la celebración religiosa en los siguientes años, el de los hermanos costaleros. El reciente documental ‘El espíritu del 73’, dirigido por el periodista José Gómez Palas para conmemorar el cincuentenario de esa primera cuadrilla universitaria, recoge los detalles de un hito protagonizado por figuras como Salvador Dorado ‘El Penitente’, Manolo Santigo o José Luis Amoscótegui.
Un exhaustivo estudio
Resulta curioso que, desde mediados de los setenta, hayan visto la luz infinidad de artículos, reportajes y libros acerca de los denominados ‘hombres de abajo’, y sin embargo la figura del capataz haya sido tratada tímidamente. Algo que busca remediar ‘El oficio de capataz en la Semana Santa’, un estudio que, además de introducirnos en el mundo del martillo desde el punto de vista técnico, aborda cuestiones tan poco exploradas como las emociones del capataz, sus desencadenantes y motivos para ejercer el oficio. Gracias a la formación de sus autores —tanto Rafael Moreno como Moisés Ríos son doctores en psicología— y a su experiencia en el seno de las cofradías hispalenses —el primero pertenece a las hermandades del Gran Poder y el Buen Fin, y el segundo es costalero de San Gonzalo y Los Panaderos—, la obra cuenta con testimonios de primera mano, los cuales son analizados para extraer unas conclusiones valiosísimas. Por poner varios ejemplos, gracias a este estudio, cofrades y profanos podrán conocer cómo influye la relación de un capataz con la Junta de Gobierno de una hermandad, hasta qué punto son importantes sus creencias y sentimientos, o qué efectos tiene el público sobre su manera de trabajar. Ni que decir tiene que la obra, salpicada de fotografías y dotada de una excelente bibliografía, expone en sus últimas páginas unas notas metodológicas que permiten entender cómo se ha llevado a cabo el exhaustivo estudio.
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