Reguero de emociones en Bormujos

Un camino más rápido. La filial 46 pone rumbo a la aldea almonteña a la que llegará un día antes, la tarde del viernes tras la experiencia, forzada por la lluvia, del año pasado

31 may 2017 / 20:15 h - Actualizado: 01 jun 2017 / 08:57 h.
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  • Detalle de la medalla del hermano mayor, José Ruiz.
    Detalle de la medalla del hermano mayor, José Ruiz.

No podía disimular su emoción. A cada paso, con cada gesto, cualquier muestra de cariño despertaba el brillo en sus ojos. «Ya no soy el Mochuelo que era», se decía a sí mismo el hermano mayor, José Ruiz, que este año concluye su mandato al frente de la hermandad de Bormujos, pocos metros después de que el nuevo camino empezara. «Soy rociero de siempre, esto me lo enseñaron mis padres y así lo vivo», se justificaba mientras se iba parando a saludar a las personas mayores que aguardaban el paso del Simpecado –bordado en 1975 en el taller de Carrasquilla– ante la puerta de sus casas.

Pero lo cierto es que las emociones habían empezado mucho antes, casi con el primer cohete que lanzó al cielo Juan Manuel Acevedo para alertar a sus vecinos de que quedaban 30 minutos para el inicio de la misa de romeros y las puertas de la parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación ya se habían abierto.

Entretanto, en la sede de la hermandad, frente por frente a la iglesia, los responsables de la junta y otros auxiliares colocaban el tiro y el yugo a la carreta de plata, que ya lucía exornada con un variado de flores que a los priostes le costaba recordar: rosas amarillas, calas, astromelias, lisianthus, stalium y liatris. Cuando todo estaba en su sitio, entre todos llevaron la carreta hasta el centro de la plaza de La Iglesia, donde se engancharon los bueyes, Perdigón y Bailaor curtidos ya en cuatro caminos tirando de este Simpecado a las órdenes de Simeón Moreno, el boyero, nacido en Bormujos, miembro de una larga saga que ya tiene continuidad junto a los bueyes.

El templo rebosaba fieles que intentaban seguir desde fuera la homilía del párroco Manuel Jesús Moreno y los cantos del coro de la corporación. En cuanto escucharon los vítores, tras las palabras del Mochuelo, se abrió un pasillo que iba del altar mayor al centro de la plaza. Acompañado solo por el toque de la gaita y el tambor, el Simpecado, entre el silencio del público, fue entronizado en su carreta y en ese momento empezaron las palmas, los vítores y las sevillanas, además de una petalada que sembró de colores el lateral de la plaza.

Ayer era festivo en Bormujos, «es el día grande del pueblo», explicaba su alcalde, Francisco Molina, y todos los vecinos se acercaron a despedir a los cerca de 600 romeros que se adentraban en las arenas con la esperanza del encuentro con la Virgen del Rocío en la tarde del sábado. Si bien, este año acortan el camino. Tras la experiencia del año pasado, cuando la lluvia obligó a cambiar los senderos por el asfalto y a adelantar su paso por el Ajolí y su entrada en la aldea a la tarde del viernes, lo que les permitió prepararse con calma para la presentación, la filial número 46 ha reorganizado sus sesteos y pernoctas para entrar en El Rocío mañana por la tarde.

Pero antes del encuentro con Gines, su madrina; de despedirse, de pasar ante el Ayuntamiento, donde recibió la ofrenda floral de manos de Molina; de hacer una parada en el geriátrico y de pasar por el centro cívico Nueva Sevilla (en el término municipal de Castilleja, donde les aguardaba también su alcaldesa, Carmen Herrera), el Mochuelo y el resto de los peregrinos tuvieron quehacer grandes esfuerzos para contener la emoción en el convento de las dominicas.

«Si no os dais prisa, os quedáis sin hueco», advertía un histórico de la hermandad. Y es que nadie se quería perder este momento entrañable: las dominicas, monjas de clausura «pero sin rejas», destacaba sor Rocío de la Inmaculada, tenían preparada una salve muy especial para cantarle a la Virgen. Terminado su cántico celestial, Eulogia se lanzó a bailar unas sevillanas con el hermano mayor y con el cura mientras esta dominica rociera cantaba y otra hermana, de 88 años, tocaba las castañuelas. Ya sí estaban todos preparados, pese al intenso calor, para iniciar el camino.