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Tiniebla y luz desde la Universidad

La cantidad de penitentes y monaguillos hacen de la cofradía de Los Estudiantes una mezcla única de silencio y recogimiento, de alegría y un largo futuro por delante

27 mar 2018 / 23:48 h - Actualizado: 28 mar 2018 / 00:04 h.
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  • Los Estudiantes protagonizó estampas inéditas en la jornada del Martes Santo. / Teresa Roca
    Los Estudiantes protagonizó estampas inéditas en la jornada del Martes Santo. / Teresa Roca

¿Fue la imponente talla del Cristo de la Buena Muerte? ¿Fueron los largos días de pasear entre los vetustos pasillos de la antigua Fábrica de Tabacos y su cercanía a la capilla? ¿Fue la belleza única de la dolorosa atribuida a Juan de Astorga lo que le llevó a formar parte de la hermandad de Los Estudiantes? Porque lo cierto es que en pocos años el número de nazarenos casi se ha duplicado y la devoción que concita en cada uno de los rincones de su recorrido de igual modo no para de crecer.

En este Martes Santo del revés, la cofradía que parte desde el Rectorado de la Hispalense ha podido retrasar su salida a una tórrida calle San Fernando, solo ocupada con anterioridad –para ver también por allí el paso de El Cerro– bajo la sombra de sus naranjos. Su proximidad a la Puerta de los Palos –la segunda tras Santa Cruz– le permitió abrir sus puertas hora y cuarto después de lo habitual, a las cinco y media de la tarde, para llegar por San Gregorio, plaza de la Contratación y Miguel de Mañara a la plaza del Triunfo y a la Catedral, su habitual itinerario de regreso.

Por la plaza de la Contratación, más al sol que a la sombra, le esperaba un numeroso público, aunque renovado, pues la plaza quedó casi vacía cuando se perdía entre callejuelas la Virgen de los Dolores del Cerro, pero en pocos minutos se volvía a llenar. Esta vez de la otra Sevilla, la que no sale a la calle sin traje de chaqueta azul marino ni en Semana Santa ni en Feria, la de las blusas de seda y pantalón vaporoso, y la de los niños abrigaditos por arriba y con pantaloncito corto por abajo.

A la hora de salida de la cofradía, y cuando más parecían apetecerse un café y una buena torrija, eran cervezas de los bares del entorno y cubatas lo que tomaban los adultos, mientras los niños jugueteaban con helados en las manos, y el público neutral sorteaba que no le fuera a caer algún goterón.

Así fue pasando el tiempo hasta que los ciriales que anteceden al Cristo de la Buena Muerte anunciaban su llegada. De inmediato, esa gran guardería de niños y esa gran terraza de mayores hacía el silencio por igual ante el crucificado de Juan de Mesa. Un respeto que continuó mientras pasaban las decenas, centenares, de penitentes con cruces tan característicos de estos estudiantes que históricamente pedían aprobar alguna asignatura o carrera y que ahora quién sabe qué promesa llevan.

De nuevo el público se fue relajando, los niños comenzaban a impacientarse mientras aguardaban al segundo gran pelotón de monaguillos al que pedirle caramelos, y que no todos daban –algunos de los pequeños parecen traer la seriedad de casa aunque lleven el canasto lleno–. Por eso el ruan negro no se levanta, aunque haga muchísima calor, un calor estoico.

Con Soleá dame la mano llegaba desde San Gregorio a la plaza de la Contratación el palio de la Virgen de la Angustia, más elegante que nunca, tan bella como siempre. Ya no importaba el sol, ni el calor, solo su dulce mirada. Su dolor inconsolado.

Ya de regreso se vivieron las imágenes más impactantes de un itinerario calcado, pero al revés. Un Arenal de anochecida donde la cofradía íntima, y también la más jubilosa, se encaminó de regreso a su sede.

La Semana Santa de los contrastes en una sola cofradía sevillana. Seria y con cruces, sí, pero joven, llena de vida y caramelos.