Una aureola de servicio a los pobres y enfermos

El papa Francisco destaca «la gran humildad al servicio de los últimos» de María de la Purísima en la misa de canonización de la nueva santa sevillana que siguieron miles de peregrinos desplazados a la Ciudad Eterna

Manuel J. Fernández M_J_Fernandez /
18 oct 2015 / 23:50 h - Actualizado: 18 oct 2015 / 23:53 h.
"Canonización de Madre María de la Purísima","Madre María de la Purísima"
  • Miles de personas llenaban ayer la plaza de San Pedro durante el acto de canonización de María de la Purísima junto a otros tres nuevos santos de la Iglesia Católica. / Giuseppe Lami (Efe)
    Miles de personas llenaban ayer la plaza de San Pedro durante el acto de canonización de María de la Purísima junto a otros tres nuevos santos de la Iglesia Católica. / Giuseppe Lami (Efe)

Las campanas de la Giralda pregonaron con brío que Sevilla tenía una nueva santa. Eran las 10.32 horas y la plaza de San Pedro rompía en un solemne aplauso cuando el papa Francisco pronunciaba la palabra clave –«discernimos»– tras escuchar la petición del cardenal prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Ángelo Amato. Desde ese momento, Madre María de la Purísima de la Cruz, la séptima superiora general de las queridas Hermanas de la Cruz, pasaba a engrosar el libro de los santos de la Iglesia Católica.

La emoción se desbordó en Roma, donde se alzaron banderas españolas y fotos de la nueva santa sobre una marea de devotos que seguía con entusiasmo la ceremonia de canonización. También el gozo se sentía aquí, en la ciudad que siempre la ha tenido como santa, antes incluso de su muerte en 1998. En cuestión de segundos, al júbilo de bronce del principal campanario de Sevilla se sumaron los alegres repiques de otras iglesias y capillas, entre las que no faltó la campana que agitó con euforia el retén de religiosas que había quedado en la casa madre donde nació todo en 1875, cuando Santa Ángela decidiera crear una compañía para hacer del servicio a los pobres y enfermos abandonados la mejor aureola de santidad. Obras de misericordia que estas religiosas de hábitos ásperos y dulces gestos asumen en silencio y con humildad con los mayores más débiles, los niños, las familias que no tienen para dar de comer a sus hijos.... Ayer la santidad del instituto que representan quedó nuevamente refrendada al contar con una nueva santa tras las subida a los altares de Santa Ángela de la Cruz en 2003.

Pero la causa de María de la Purísima ha sido especial al contar con un plazo más corto de lo esperado. En apenas 11 años desde que se abriera su canonización y solo 17 años después de su muerte, María Isabel Salvat Romero, que así era su nombre seglar, ha sido proclamada santa en una ceremonia con marcado acento sevillano, pues miles de peregrinos –se calculan que unos 6.000– formaron parte de la delegación española que se desplazó a la Ciudad Eterna para vivir de cerca el feliz acontecimiento.

Una movilización que justificó el Santo Padre en una homilía que leyó íntegramente en italiano y en la que resaltó las virtudes de la religiosa: «Vivió personalmente con gran humildad el servicio a los últimos con atención particular a los pobres y enfermos», subrayó Bergoglio, quien mostró un tono más apagado de lo acostumbrado en sus intervenciones públicas tal vez por la solemnidad del propio acto. No obstante, el papa Francisco no perdió la oportunidad de buscar un mensaje actual al «testimonio luminoso» de la ya Santa María de la Purísima: «Su gloria no está en la ambición o en la sed de dominio, sino en el amor a los hombres, en acompañar con ternura infinita su atormentado camino».

Palabras que seguían atentamente los hermanas de la Cruz llegadas de todas partes del mundo, desde la tierra natal del pontífice a Reggio Calabria, en Italia. Todas ellas fijaban sus miradas en el repostero de 4,50 metros de alto que reproducía una sonriente imagen de la fiel seguidora de Santa Ángela realizada a partir de una fotografía que tomó Hareton en 1982 cuando se produjo un encuentro con el papa Juan Pablo II durante la beatificación de Sor Ángela en el campo de la Feria.

Los hábitos marrones tuvieron además un papel muy activo en varios momentos de la misa, enmarcada dentro del Sínodo de la Familia y siguiendo la liturgia propia del tiempo ordinario del ciclo B. En primer lugar, cuatro hermanas llevaron al altar un relicario con las reliquias de Madre María de la Purísima que quedará en el Vaticano, así como dos velas y un pequeño centro de flores. Hasta en dos ocasiones se escuchó hablar español: una en el transcurso de la primera lectura y otra en una de las oraciones de los fieles que corrió a cargo de las religiosas de la compañía.

La familia directa de la nueva santa también tuvo su sitio en la ceremonia. Los sobrinos de Madre María, Olga y Guillermo Salvat Ojembarrena y sus respectivos esposos, Mario Cervigón Fernández y Arantxa Prados asumieron las ofrendas de un acto eclesial que se prolongó durante dos horas y en la que se canonizaron tres beatos más: el sacerdote italiano Vincenzo Grossi, fundador del Instituto de las Hijas del Oratorio; y Luis y Celia Guerin, padres de la carmelita descalza Santa Teresita de Niño Jesús.

Las hermanas de la Cruz sintieron muy de cerca el cariño local a través de la delegación española que encabezó el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, el embajador de España ante la Santa Sede, Eduardo Gutiérrez y la defensora del pueblo y exalcaldesa de Sevilla, Soledad Becerril, que cubría su cabeza con un velo negro.

La expedición sevillana, por su parte, contó con la presencia del arzobispo Juan José Asenjo y del resto de miembros del Consejo Episcopal de la Diócesis. Asenjo coincidió con el cardenal Amigo Vallejo. Rostros conocidos y otros no tantos, pero que han sido cruciales para llegar a este día. Es el caso de Francisco José Carretero Díez, Carre, el armao de la Macarena que despertó sin apenas secuelas de 12 días en coma gracias a la mediación de la nueva santa. «Ahora desde el cielo seguirán velando por nosotros», señaló Carre.

Un cariño a las hermanas de la Cruz que puso de acuerdo a las principales fuerzas políticas del Ayuntamiento. El alcalde Juan Espadas elogió el «trabajo social» de las religiosas y Juan Ignacio Zoido, acompañado de Gregorio Serrano, dijo que «una vez más han sido ejemplo para el resto del mundo». Tienen razón pues Sevilla dejó alto el listón de la santidad.