Semana Santa 2022

Vísperas en flor

Crónica de un Viernes de Dolores marcado por la ilusión y los contrastes que confirma que las hermandades y agrupaciones de Vísperas viven un momento de esplendor

09 abr 2022 / 08:29 h - Actualizado: 09 abr 2022 / 10:32 h.
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  • Cristo de Pasión y Muerte a su paso por la calle Trabajo. / Antonio Puente Mayor
    Cristo de Pasión y Muerte a su paso por la calle Trabajo. / Antonio Puente Mayor

De sobria madera o dorado refulgente, de barrio o del centro, en silencio o acompañados de una banda, así lucieron los primeros pasos de la Semana Santa de 2022, la de los anhelos satisfechos, las promesas cumplidas y las emociones desbordadas; en suma, la de los reencuentros. El primero en ponerse en la calle fue el misterio de Nuestro Padre Jesús de Nazaret, conjunto tallado por Fernando Castejón que, al filo de las cinco y media de la tarde, puso su Cruz de Guía en la puerta de la Parroquia de San Isidro Labrador dando inicio a un Viernes de Dolores que fuese bendecido, a primera hora de la mañana, por el arzobispo José Ángel Saiz Meneses. Ni que decir tiene que la hermandad de Pino Montano, cuyo arraigo entre vecinos y foráneos es cada vez más notable, hizo las delicias del público desde el instante en que se abrieron las puertas del templo y asomaron los primeros nazarenos. Este año el misterio, acompañado por la Agrupación Musical de la Encarnación de San Benito, lució un elegante exorno floral en tonos rojizos y morados que contrastaba con el blanco de la túnica del Señor. Mucho más exóticas fueron las flores de la Virgen del Amor, bellísima en el jardín de su palio —enriquecido tras la petalada—, cuya paleta de colores coincidió en gran medida con la de María Santísima del Dulce Nombre, que reinó por unas horas en las calles de Bellavista a los sones de Santa Ana de Dos Hermanas —primera de las imágenes que este año lloran de manera especial por la pérdida de Luis Álvarez Duarte—. También existen puntos en común entre ambos misterios, especialmente al contar con un olivo, el cual aporta un movimiento extra.

Un desfile «a la romana»

Ante la parroquia de Jesús Obrero, un buen número de personas aguardaba horas antes del rezo de ‘Vísperas’ para mirar cara a cara al Señor de la Bendición en el Santo Encuentro, y susurrarle a la Virgen de la Esperanza en su Soledad. Titulares de una hermandad que este año cumple el décimo aniversario de su fundación y cuya nota más destacada fue el desfile «a la romana» con acento de Castilleja de la Cuesta, que llamó la atención de mayores y pequeños durante todo su recorrido por el Polígono Sur. Como también sorprendieron las nuevas andas del Cristo de la Paz, obra de Juan Manuel Miñarro, y Nuestra Señora de la Misericordia, de Luis Álvarez Duarte, que comandadas por el capataz Salvador Perales, tiñeron de solemnidad las calles de Rochelambert. En esta ocasión el misterio de la agrupación, precedido por un cortejo de cien integrantes, fue exornado con claveles rojos y acompañado por la Banda de Nuestra Señora de los Ángeles.

De Heliópolis a Triana

Bastante más numerosa fue la estación de penitencia de la Misión, que cada Viernes de Dolores confirma aún más sus aspiraciones a ingresar en la nómina de la Semana Santa. Este año, la corporación puso en la calle a la mitad de sus hermanos (500 de 1000), los cuales disfrutaron de las mieles de Heliópolis tras una espera demasiado larga. En una tarde algo más nublada y ventosa de lo que se esperaba —pero a la que los claretianos se entregaron con fervor—, el misterio de Bonilla Cornejo, que representa el encuentro de Jesús con María, conquistó el corazón de los presentes ya desde el instante en que Antonio Santiago hizo asomar su caoba por el dintel de San Antonio María Claret. Antes, los nazarenos de túnica blanca y antifaz y escapulario azul pavo habían comenzado a entregar los primeros caramelos y estampitas a los sones de Columna y Azotes. Una estampa felizmente recuperada que es la mejor muestra de la conexión entre la cofradía y su gente.

Precisamente aquello que busca la hermandad de Pasión y Muerte al estrechar lazos con los Salesianos de Triana, colegio que, como ocurre en la Trinidad, debe servir de cantera para la cofradía de ruán. Este año, el cambio de templo redobló el interés por presenciar un cortejo de apenas 75 nazarenos pero muchísima enjundia —solo por observar el perfil divino del Crucificado de Navarro Arteaga merece la pena cruzar el puente—; máxime si este va acompañado del respeto de un barrio que siempre responde a la llamada de Dios. Sobrio en su exorno y acompañamiento —la capilla musical Gólgota puso la nota adecuada— y mandado con rigor por el capataz Manuel Vizcaya, el paso realizó su tradicional recorrido por el barrio Voluntad antes de encaminarse hacia Santa Ana, la catedral del arrabal, al modo que las corporaciones trianeras lo hacían hasta la tercera década del siglo XIX —la primera en cruzar el puente de barcas fue la hermandad de la O, en 1830—. Aunque si hay que destacar un momento de su recorrido, ese fue sin duda la entrada, con la calle Condes de Bustillo completamente en silencio escuchando el tañido de las campanas de la Parroquia de San Juan Bosco. Unos instantes para la historia.

Un Cristo con unción

Dos centurias antes, el Cristo de la Corona ya era bendecido en la Sevilla del Puerto de Indias, aquella que liderase el mundo conocido (y por conocer) con una población cercana a los cien mil habitantes. Obra anónima pero majestuosa, sus líneas dulces y contrastadas son el mejor ejemplo de lo que significa la unción. De hecho, durante su itinerario, exquisito desde la salida a la entrada —este año la hermandad ha procesionado desde la Catedral, al hallarse la Parroquia del Sagrario en obras—, el cortejo, escaso en número pero notable en las formas, nos permitió revivir aquellas Semanas Santas de antaño, donde la devoción primaba sobre las modas, algo que, en un mundo tan globalizado, parece cada vez más lejano.